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En la década de los noventa, un grupo de jóvenes candidatos a recibir un doctorado recorrieron con gran esfuerzo los bosques de maderas duras y coníferos en la península Superior de Míchigan. De tanto en tanto se detenía para cavar en el suelo. Hundiendo las manos en el suelo forestal, cubierto de materia en descomposición, buscaban unos extraños filamentos negros que se extendían por un área muy amplia entre las raíces de los árboles. Al analizar cada muestra con sus huellas de ADN, Myron Smith y sus colegas buscaban los extremos donde terminaba el micelio de un hongo gigante. Los estudiantes pasaron un año en duro trabajo de campo sin encontrar el extremo donde terminaba el organismo (Extraño pero cierto: El organismo más grande de la Tierra es un hongo, Scientific American, 4 de octubre del 2007).
El descomunal hongo dejó atónitos a los investigadores, que aun con sus conocimientos, habían subestimado por mucho el posible tamaño de esta especie. En el 2003, se descubrió un organismo fungoso, incluso más grande y más antiguo, en la cordillera Blue Mountains, en el estado de Oregón. Este hongo, el Armillaria ostoyae, conocido comúnmente como el hongo de la Miel, abarca nueve kilómetros y medio, pesa más de 7.500 toneladas y tiene una edad estimada entre 2.400 y 8.000 años. Por lo tanto, es el organismo conocido más grande del planeta en área, peso y volumen. Aproximadamente pesa el equivalente a 40 ballenas azules. La mayor parte de su masa se encuentra bajo tierra, en forma de filamentos negros análogos a las raíces de una planta. Sobresale del suelo, como pequeños cuerpos frutales o setas, que contribuyen a diseminar el organismo.
Solo eltamaño de estos hongos ha sido causa de fascinación para los biólogos de todo el mundo. James Anderson, uno de los descubridores originales del hongo de Michigan, aparece citando en la Smithsonian Magazine: “Ojalá todo el substrato [tierra, madera y otra materia en la que crece el hongo] fuera transparente cinco minutos, para poder ver dónde está [el hongo], y qué está haciendo. Es tanto lo que aprenderíamos con una breve mirada de cinco minutos” (Este hongo gigantesco es tan masivo como tres ballenas azules, Smithsonian Magazine, 15 de octubre del 2018). Aun en la era actual, y con los instrumentos más avanzados, puede haber algo tan grande que aun evade a los científicos que ansían estudiarlo a fondo.
La ciencia está apenas empezando a conocer la función general del micelio (filamentos muy ramificados que constituyen el aparato de nutrición de estos seres vivos) en el ecosistema… y resulta tan increíble como su tamaño. Su impacto puede ser recíproco y positivo (simbiótico), o negativo (parasitario), en los árboles con los cuales coexiste. Los micelios absorben azúcares en forma de almidón vegetal de las raíces, y a su vez fabrican diversos minerales y nutrientes que son más accesibles para las raíces. Se puede formar una red de micorrizas entre los árboles de un bosque, cuando tienen el mismo tipo de micelio. Mucho antes de que los científicos de la computación colaboraran en línea, esta red fungosa de los árboles ya compartía nutrientes entre sus raíces y filamentos, e incluso se comunicaban estados de estrés. En presencia de peligros como plantas invasivas o insectos nocivos, los árboles vecinos pueden liberar sustancias químicas defensivas para detener el peligro (Exploración de la red arbórea subterránea: El sistema nervioso del bosque, Harvard.edu, 6 de mayo del 2019).
Por otra parte, estos organismos pueden digerir y destruir no solamente árboles muertos, sino también los vivos. Sin embargo, esta capacidad parasitaria puede tener algunos efectos benéficos, como asegurar más variedad en las especias de árboles que pueblan un bosque, y mejorar la resistencia del bosque a las enfermedades y a los insectos. Así como los incendios forestales, aunque peligrosos, promueven la salud del bosque a largo plazo, los micelios parasitarios brindan otro tipo de poda en el bosque, la cual contribuye a mantener el equilibro.
La humanidad vivió miles de años sin sospechar que bajo sus pies se encontraban los organismos más grandes del planeta. Y seguramente aún queda mucho por descubrir. Como un niño que se asoma a la entrada de una madriguera de conejos, apena si vislumbramos lo que aún permanece invisible y sin descubrir.
Toda la creación, visible o no, es testimonio de la existencia de Dios. “Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Dicho de otra manera, el salmista afirma: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1).
La internet, en su mayor parte, está oculta a nuestra vista. No obstante, la magnitud de su contenido es impresionante para muchos, y nadie diría que ocurrió al azar. Nadie puede argumentar razonablemente que algún sistema de información o una tecnología, cualquiera que sea, llegó a existir por medios diferentes del diseño inteligente, hecho por ingenieros y científicos especializados. De igual manera, es imposible que el grado de complejidad, la información genética y los lenguajes químicos, que se hallan en una masiva red de micelio, evolucionaran por separado o por accidente. Si un hilo suelto, no puede tejerse solo, y formar un par de pantalones espontáneamente, menos puede tejerse una red de micelio.
Gran parte de la grandeza encerrada en el diseño, hecho por nuestro Creador, como el humilde hongo en su micelio, está oculta para nosotros. Miles de años antes de que los seres humanos siquiera lo conocieran, el hongo ya cumplía su función vital de conservar la vida de los árboles y la salud de los bosques, gracias a su fábrica de sustancias químicas, su red de información, su sistema de defensas y su equipo de aseo. Incontables generaciones de seres humanos y animales han caminado sobre la Tierra, sin imaginarse el gigante que yacía bajo sus pies. De la misma manera, algunas de las facetas más gloriosas de la creación rodean a nuestro ser, seamos o no ignorantes de su existencia.
Hace mucho tiempo, y muy lejos de los bosques de Michigan o de Oregón, ocurrió un momento de maravilla y asombro, cuando dos varones fueron testigos del poder invisible y universal de Dios. En Dotán, en la planicie del Sur de Jezreel (que ahora es un asentamiento judío en disputa en Cisjordania), un rey vengativo perseguía al profeta Eliseo y a su siervo. El ejército del Rey rodeó a Dotán en la noche, y cuando el siervo de Eliseo se levantó al día siguiente, vio los temibles carros y caballos de los arameos en torno a la ciudad.
Eliseo respondió a su temeroso siervo diciendo: “Más son los que están con nosotros que los que están con ellos” (2 Reyes 6:16). Entonces el profeta de Dios oró así: “Te ruego, oh Eterno, que abras sus ojos para que vea” (v. 17).
El Dios eterno respondió abriendo los ojos del siervo: “Y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (v. 17).
En ese momento, Eliseo le pidió a Dios que abriera los ojos del siervo para ver lo que estaba allí. Entonces se abrieron los ojos de ambos, y vieron el poder que había existido desde antes que ellos nacieran, y continuaría después que murieran. Aunque invisibles a los ojos humanos, Dios, sus ángeles y el mundo de los espíritus lo abarcan todo. El Reino espiritual es mucho mayor y más extenso que 40 ballenas azules. En torno a los dos hombres refugiados en Dotán, había millares de ángeles en el fulgor de su gloria invisible rodeando, protegiendo y escudando en todo momento, a los siervos mortales de Dios.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a los fieles en Éfeso, les dijo que oraba por ellos: “para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” (Efesios 1:17-19). Las obras de las manos de Dios, que forman la disposición interna de la creación física, son el exquisito testimonio del deslumbrante diseño, obra del Maestro Creador. En una era de peligros que nos acechan, haríamos bien en abrir los ojos a ese testimonio.