Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
Tratemos de imaginar cómo sería nuestra vida si nunca hubiéramos aprendido un idioma. No me refiero a un segundo idioma. ¿Cómo sería nuestro mundo mental si no habláramos ningún idioma? Vemos que muchos animales emplean algún tipo de comunicación no verbal. Sin embargo, y pese a que ciertos zoólogos señalan formas de comunicación oral rudimentaria en varias especies, el lenguaje de los seres humanos, y la manera como nosotros formamos idiomas a partir de palabras, es algo muy distinto.
La diferencia se debe en gran parte a la singular composición física del cuerpo humano… y las características que nos distinguen físicamente de los animales, son la base de otras diferencias vitales que marcan la distancia que existe entre nosotros, y todo lo demás que Dios creó.
La laringe humana es un tubo que encierra las cuerdas vocales y regula la respiración, la deglución y el habla. Compuesta de cartílago, ligamentos, músculos y recubierta por una membrana mucosa; la laringe impide que los alimentos entren a la tráquea cuando comemos, y afecta el volumen de nuestra voz; una laringe grande produce una voz más profunda. El mal que llamamos laringitis es la inflamación de la laringe, que suele traducirse en una disminución de la capacidad de hablar.
Este extraordinario segmento de nuestra vía respiratoria, es tema de controversia entre los evolucionistas, muchos de los cuales lo toman como prueba de un desarrollo evolutivo fortuito. El evolucionista Richard Dawkins sugiere, que la laringe humana se ha convertido en “un caos, no como la repetitividad simétrica y regular” de lo que él considera su antecesora en los peces (The Greatest Show on Earth, pág. 360). Señala que, en los seres humanos, el nervio laríngeo es unas siete veces más largo de lo que sería si siguiera la ruta más directa entre el cerebro y la garganta. Y, de hecho, en su ruta sinuosa ese nervio del ser humano, cumple más funciones que el nervio más corto y simple de los peces.
Como era de esperar, los primates difieren de otros mamíferos, y la laringe humana difiere aún más de la de otros primates de un modo vital y sorprendente. Carece de la membrana vocal, que se encuentra en otros primates, y también de los sacos aéreos que ayudan a muchas especies de simios a emitir sus atronadores gritos. Este es un enigma para los evolucionistas: ¿Podría la ganancia evolutiva de la membrana vocal haber beneficiado a los primates en evolución, solo para que su pérdida de alguna manera les haya proporcionado un beneficio adicional?
La carencia de una membrana vocal, en sí no basta para explicar el habla humana. La lengua se conecta en la garganta de una forma diferente en los seres humanos que en los primates, y su forma también facilita el empleo de la laringe, órgano de fonación, para emitir variedad de sonidos controlados, mucho más precisos y distintivos que los gritos y aullidos de los animales.
Los evolucionistas ofrecen sus explicaciones de cada diferencia por separado entre seres humanos y animales, pero todas estas sumadas plantean el problema de la simple imposibilidad matemática y estadística. Sobre este punto podríamos decir mucho más. Para aprender más sobre las incongruencias detrás de buena parte de la teoría evolutiva, rogamos leer nuestro folleto informativo titulado: Evolución o creación. ¿Qué omiten ambas teorías? Se puede leer en nuestro sitio en la red: www.elmundodeManana.org, o pedir un ejemplar impreso gratuito.
Por supuesto, tener la capacidad física para hablar no garantiza nuestra capacidad para usarla. De vez en cuando, los científicos y otros investigadores han encontrado niños que pasaron sus primeros años de vida privados del contacto humano, que les enseñaría a usar el lenguaje. En la década de 1970, el caso de Genie Wiley captó la atención internacional cuando, a la edad de 13 años, fue rescatada de un hogar abusivo donde la mantuvieron encerrada y sola en un cuarto durante casi 12 años. Al examinarla, se vio que Genie tenía muy buena habilidad de comunicación no verbal, y reconocimiento del espacio, pero a raíz de su aislamiento no había podido adquirir la destreza del lenguaje. Maestros e investigadores lograron ampliar su vocabulario, pero la gramática, la manera como conectamos palabras para expresar pensamientos complejos, la eludía.
Y, a pesar de mucha cobertura mediática engañosa, encontramos lo mismo en estudios científicos sobre simios, jóvenes o viejos, a los que se les enseña a usar lenguaje de señas; pueden acumular un vocabulario de señas, pero la gramática está más allá de sus capacidades. El lenguaje humano es mucho más que el empleo de sustantivos para indicar cosas, y verbos para indicar acciones. Incluye adjetivos y adverbios, para auxiliar a los sustantivos y verbos, y nos da los tiempos pretéritos y futuros. Un delfín o un ave puede valerse de sonidos para comunicar: “estoy aquí” o “tengo hambre”, a otros de su especie, pero no puede decir: “Ayer tuve hambre, pero no tendré hambre mañana”.
Los seres humanos son únicos, como lo que el filósofo Alfred Korzybski llamó seres “sujetadores del tiempo”. Las plantas son lo que él llamó “sujetadores de sustancias”, en cuanto procesan sustancias químicas para subsistir y prosperar. Los animales son a la vez sujetadores de sustancias y “sujetadores de territorios”, puesto que, al contrario de las plantas estacionarias, se mueven entre sus territorios para subsistir. Solamente los seres humanos son lo que Korzybski llamó “sujetadores del tiempo”.
Podemos, no solamente hablar a los más jóvenes, para pasar nuestro conocimiento a otras generaciones, sino que también podemos hablar del pasado y del futuro. Los zorros que son desplazados de su territorio por urbanizadores que construyen un nuevo bloque, no pueden dar a conocer su experiencia a los zorros que vivirán dentro de cien años. En cambio, los seres humanos sí tienen la facultad de comprender nuestro pasado, aplicar sus lecciones al presente, y hablar o escribir para beneficio de las generaciones futuras. Sin palabras y sin la gramática que empleamos para conectarlas, esto sería imposible. Testimonio del poder del lenguaje humano es el desarrollo de culturas y formas de vida, con su enorme variabilidad en el tiempo, y en diferentes partes del mundo.
Y hay más. Sabemos por la Palabra de Dios que la diferencia entre simios y seres humanos es más que física, más que aquel dos por ciento del ADN (aproximadamente) que nos separa. Las Escrituras nos dicen que “espíritu hay en el hombre” (Job 32:8). Este espíritu nos distingue de todas las demás criaturas… y nos faculta para recibir el Espíritu de Dios (Romanos 8:16).
Antes de su nacimiento en la Tierra como el Hijo de Dios, Jesucristo, el Ser divino, se conocía como el Logos, palabra griega que significa Vocero. Fue el Dios con quien interactuaron los israelitas en todo el Antiguo Testamento, y más tarde vino como el Vocero de su Padre para revelar al Padre a la humanidad: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).
Cuando Dios envió su Espíritu Santo a los primeros discípulos en Pentecostés del año 31 d.C., lo utilizó para transmitir ideas que eran comprensibles a los oyentes. La multitud de personas reunidas que, muchas de ellas, habían exigido la crucifixión de Jesucristo solo semanas antes, escucharon la Palabra de Dios cada cual en su propio idioma (Hechos 2:6-11). Este milagro de Pentecostés no fue la capacidad de interpretar un galimatías incomprensible, sino el milagro de oír y entender cada uno en su propio idioma, milagro que a muchos llevó al arrepentimiento y al bautismo (vs. 41-42).
Lamentablemente, el habla humana también puede alejar de Dios. Los animales pueden engañar a otros mediante sonidos, pero solamente los seres humanos pueden emplear palabras para mentir. El lenguaje humano puede utilizarse, y de hecho se utiliza, con fines nocivos. Como discípulos fieles, no hagamos caso de las palabras de la humanidad que buscan dividirnos, sino escuchemos las palabras de Jesucristo: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48). [MM]