Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
¿Sabemos lo que ocurre después de la muerte? Las culturas y religiones siempre han ideado sus propias respuestas. Incluso los ritos tradicionales de sepulturas han reflejado las ideas sobre el más allá.
Los budistas tradicionalmente han cremado a sus muertos. Prevén, no una vida en el más allá, sino una serie de resurrecciones hasta alcanzar el nirvana, o sea, la condición en la cual la consciencia individual deja de ser y se reabsorbe en el alma universal. La cremación ilustra su concepto de que el alma se va trasladando por cuerpos innumerables sin que estos tengan alguna importancia para ella.
En cambio, los antiguos egipcios veían el más allá como una prolongación de su existencia terrenal. Tenían mucho cuidado de preservar el cuerpo y de sepultarlo junto con todo lo que le pudiera ser útil en el otro mundo. Sus costumbres fúnebres, incluidas las pirámides, tal vez los monumentos más grandes jamás dedicados a los muertos, reflejan la convicción de que la existencia personal continúa después de la muerte.
Las costumbres hebreas revelan un concepto muy distinto de la vida después de la muerte. Tomando literalmente la afirmación de Dios a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Los hebreos tradicionalmente sepultaban a sus muertos sencilla y rápidamente, y dejaban que se produjera la descomposición natural.
Según la Biblia, la esperanza de los muertos no es que se libere un alma presa ni que se preserve el cuerpo. Job hizo una pregunta precisa: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14); sabiendo que un día Dios lo llamaría a salir del sepulcro (v. 15). Claramente, la Biblia muestra que la resurrección es la única esperanza de todos los que mueren.
La mayoría de quienes se declaran cristianos creen que el Cielo es el premio de los piadosos, y que hay un infierno para los impíos. Sin embargo, muchos sienten rechazo ante el concepto protestante tradicional del infierno; ya que supone que miles de millones de seres se retorcerán de dolor para siempre, por el simple hecho de no haber oído hablar de Jesucristo. Si Cristo es “el único camino al Cielo”, como enseñan los evangélicos, entonces, la mayoría de quienes han vivido y muerto no pueden alcanzarlo. Los católicos han adoptado una imagen distinta, agregando otros destinos para las almas después de la muerte. En su tradición hay un purgatorio correctivo y hasta hace poco, había un limbo sin tormentos para los niños sin bautizar y para los paganos buenos.
El problema con todas estas ideas es que no provienen de las Sagradas Escrituras, sino de la imaginación humana. Todas comienzan con la premisa de que la humanidad tiene inmortalidad inherente, y entonces, el alma inmortal tiene que ir a alguna parte después de la muerte. ¡Pero la Biblia no enseña la inmortalidad del alma! Es más, la expresión alma inmortal ni siquiera se encuentra en la Biblia.
En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea néfesh suele traducirse como “alma”, pero lo que significa es simplemente un “ser viviente”. Así se traduce en Génesis 2:7, donde leemos que Dios sopló en Adán el aliento de vida y lo convirtió en “un ser viviente”. Es interesante notar que néfesh también se emplea en Génesis 1 para describir la vida de los peces (v. 20), y de otros animales (v. 24). En las Escrituras, un néfesh o un alma no tiene nada de inmortal. Al contrario, leemos en Ezequiel 18:4: “El alma que pecare, esa morirá”.
En el Nuevo Testamento, la palabra psujé se traduce como “alma”. Tampoco un psujé tiene nada de inmortal. Apocalipsis 16:3 emplea esta palabra al explicar que “murió todo ser vivo que había en el mar”. La expresión “ser vivo” en el Apocalipsis es la misma palabra griega que se traduce como “alma” en otros pasajes. Alma significa “vida”, y se puede referir a cualquier criatura viviente, sea humana o animal. Esta palabra psujé es la que da origen a nuestra palabra psiquis, que se refiere a la mente. Se emplea a veces para referirse a las cualidades mentales que distinguen a una persona de otra.
En Mateo 10:28 Jesús dijo: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma [psujé] no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Notemos que el infierno del que Jesús habla, ¡destruirá tanto el cuerpo como el alma! El alma no es inmortal; se puede destruir. En este contexto, psujé se refiere a la mente o a la individualidad de la persona. Si bien otra persona puede quitarnos la vida física, Dios nos puede resucitar. Dios guarda nuestra individualidad, incluidos nuestra memoria y carácter. El hombre no puede quitarnos la oportunidad de ser resucitados y vivir de nuevo en el futuro, pero es claro que Dios sí puede hacerlo. Y en ciertos casos, ¡lo hará!
Son tres las palabras griegas traducidas como “infierno” en el Nuevo Testamento, y cada una se refiere a algo diferente. Tartaroö, se emplea una sola vez en 2 Pedro 2:4, y se refiere a un estado de restricción para los espíritus demoníacos. Hades, que significa “sepulcro”, se emplea con frecuencia para referirse al lugar de los muertos hasta la resurrección; es decir, el sepulcro. Jamás se emplea hades para indicar un lugar de castigo futuro. Pero hay otra palabra griega que se traduce como “infierno”, y que sí se refiere a un lugar donde los malos reciben el castigo de la muerte. La palabra es gehenna, y toma su nombre del valle de Hinom, en las afueras de Jerusalén, donde solían quemarse los cadáveres de criminales junto con las basuras y animales muertos. Jesucristo se valió de este lugar conocido por todos sus oyentes para explicar cómo se quemarían los impíos incorregibles hasta desaparecer.
La Biblia no dice en ninguna parte que el estado natural del hombre es la inmortalidad. Lo que enseña es que somos mortales por naturaleza y estamos destinados a morir. En 1 Timoteo 6:15-16, el apóstol Pablo afirmó que solamente Dios tiene inmortalidad inherente. Le dijo a la Iglesia en Corinto que los justos van a revestirse de inmortalidad en la resurrección (1 Corintios 15:53-54).
Si una persona no es un alma inmortal, entonces, ¿qué le sucede al morir? La Biblia compara la muerte con el sueño. Los muertos están inconscientes, sin saber nada, hasta el momento de la resurrección: “Los muertos nada saben… porque su memoria es puesta en olvido” (Eclesiastés 9:5). El apóstol Pablo se refirió a los cristianos fallecidos como dormidos en Jesucristo (1 Tesalonicenses 4:14-15). A los discípulos, Jesús les dijo que su amigo fallecido, Lázaro, dormía (Juan 11:11-14). El profeta Daniel habló de un día futuro en el cual “los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2).
Si bien los seres humanos somos mortales y carecemos de vida eterna inherente, el antiguo patriarca Job declaró que Dios tendría afecto a la obra de sus manos y al final la llamaría, y Job supo que él respondería a esa llamada (Job 14:15). ¿Cuándo habría de ocurrir? Si la enseñanza del cristianismo tradicional sobre el Cielo y el infierno es incorrecta, entonces, ¿cómo y cuándo el Creador se ocupará de la humanidad?
La Biblia enseña que habrá más de una resurrección. Estas resurrecciones ocurrirán en diferentes momentos e incluyen a distintos grupos de personas. El libro del Apocalipsis aclara el tiempo que corresponde a cada resurrección.
Veamos lo que escribió el apóstol Juan en Apocalipsis 20:6: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años”. La primera resurrección es una resurrección a la inmortalidad y ocurre antes del milenio, que será el reinado de Jesucristo y los santos en la Tierra durante mil años. El apóstol Pablo se refirió a este hecho diciendo que ocurrirá “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:52-53).
¿Qué es “la final trompeta”? El libro del Apocalipsis habla de una serie de siete trompetas sobrenaturales que van a sonar en el tiempo del fin. Estos sonidos de trompetas señalan la intervención del Dios Todopoderoso, y anuncian su juicio sobre un mundo rebelde. Apocalipsis 8 presenta el sonar de las primeras cuatro trompetas angélicas y las increíbles catástrofes naturales que siguen a cada una. Apocalipsis 9 habla de las trompetas quinta y sexta y sobre la guerra y destrucción que vienen enseguida. En Apocalipsis 11:15 leemos: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el Cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos”.
La séptima y última trompeta anuncia el regreso de Jesucristo y la resurrección de quienes murieron en Cristo. El apóstol Pablo así lo recalcó en 1 Tesalonicenses 4:16: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del Cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero”. En los siguientes versículos explicó que los verdaderos discípulos que aún estén con vida cuando ocurra este acontecimiento, también se convertirán en inmortales, y serán llevados para reunirse con Jesucristo y los santos resucitados.
Esta primera resurrección es alcanzar la gloria y la inmortalidad y en ella participan solamente los que sean de Cristo en el momento de su segunda venida (1 Corintios 15:23). Hebreos 11:35 la llama una “mejor resurrección”. Cuando Jesús resucitó después de tres días y tres noches en el sepulcro, se convirtió en las “primicias”, o primeros frutos, “de los que durmieron” (1 Corintios 15:20). Quienes genuinamente acepten a Jesucristo como su Señor y Salvador cuentan con una promesa increíble: que por cuanto Él vive, ¡nosotros también podemos vivir! (Juan 14:19).
Solo una pequeñísima minoría de los seres humanos ha llegado a conocer y a obedecer al verdadero Jesucristo y al Padre, y a confiar en ellos. ¿Qué les sucederá a los demás?
Apocalipsis 20:5 deja claro que los demás muertos, los que no están en la primera resurrección, no vuelven a vivir hasta cumplidos mil años del reinado de Jesucristo y los santos. Luego, Juan habla de una vasta multitud que volverá a la vida en ese momento y estará de pie ante Dios (v. 12). Nos dice que el libro de la vida se abre de nuevo. ¿Para qué, si las Escrituras explican que aquellos cuyo nombre ya estaba escrito en el libro de la vida (Apocalipsis 3:5) se levantaron a la inmortalidad al regreso de Jesucristo 1000 años antes?
Dios no tendrá necesidad de reabrir el libro para ver si ha cometido algún error o si dejó a alguien por fuera. Este reabrir del libro representa la oportunidad para las multitudes en ese momento indicado.
Jesús habló de una resurrección a juicio, momento en el cual la gente de las antiguas ciudades se hallaría de pie junto a muchos judíos de su época (Mateo 12:41-42). También dijo que muchos habitantes de aquellos pueblos antiguos se habrían arrepentido si hubieran visto sus obras y escuchado su mensaje (Mateo 11:21-23).
¿Habrá personas que se perderán eternamente porque nunca tuvieron esa oportunidad? Recordemos que Dios no hace “acepción de personas” (2 Crónicas 19:7) y desea “que ninguno perezca”, “que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
¿Por qué hubo tantos, entre quienes escucharon la predicación de los apóstoles, que no veían ni entendían? Porque estaban cegados espiritualmente (Romanos 11:25). Recordemos cuando Jesús dijo claramente: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). No obstante, Pablo previó un futuro en el que “todo Israel será salvo” (Romanos 11:26).
El profeta Ezequiel relató una visión, un tiempo de salvación en el futuro para Israel. Vio un valle lleno de huesos secos y le dijeron que representaba a toda la casa de Israel. Vio a los huesos que se unían milagrosamente para formar esqueletos, y luego vio que les subían tendones y se cubrían de carne. Por último, en esta enorme cantidad de cuerpos reconstituidos entró el aliento y volvieron a la vida.
El mensaje de Dios fue: “He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Eterno, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío” (Ezquiel 37:12-13). En ese momento futuro, que ocurrirá 1000 años después del regreso de Jesucristo, los seres humanos volverán a la vida física y podrán entonces conocer a Dios. Esta no es una segunda oportunidad, sino la primera oportunidad para miles de millones que nunca antes supieron del plan de Dios, ni de su propósito en esta era.
Este será un período de juicio futuro para la gran mayoría de los seres humanos. Isaías 65:20 indica que esta restauración a la vida física durará 100 años. Durante ese tiempo, se quitará la ceguera espiritual, se abrirá el libro de la vida y los muertos resucitados serán juzgados por los libros de la Biblia, y según lo que hagan con la oportunidad que tendrán entonces.
¿Qué ocurrirá al final del período de juicio, cuando la mayor parte de la humanidad haya regresado a la vida física, y haya recibido la oportunidad de aprender la verdad por primera vez? Hemos hablado de las personas que confiaron y obedecieron a Jesucristo y se levantaron a la inmortalidad a su regreso, en la primera resurrección, y hemos visto lo que ocurre a los ciegos espiritualmente en esta era y que vuelven a la vida mortal 1000 años más tarde, con la primera oportunidad de ver su nombre inscrito en el libro de la vida. Pero, ¿qué sucede a quienes hayan rechazado a sabiendas la salvación de Dios?
Hay muchos en esta era que sí han tenido la oportunidad de recibir la salvación de Dios y la han rechazado deliberadamente. Pedro se refirió a estas personas en 2 Pedro 2:21: “Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado”. El apóstol Pablo explicó: “Si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27).
Este juicio de Dios es muy diferente del fuego infernal producto de la imaginación tradicional, porque muchos que se declaran cristianos creen en una tortura infligida a los pecadores por toda la eternidad. Veamos cómo lo explica Malaquías 4:1: “He aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho el Eterno de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama”. Este fuego infernal como lo explica la Biblia es un fuego que no tortura a los malos eternamente, sino que los destruye. Apocalipsis 20:15 se refiere al momento de esa futura destrucción de los incorregiblemente malos.
A la conclusión del período de juicio, quienes habían sido cegados en su existencia actual, pero fueron resucitados de nuevo a la vida física, e instruidos personalmente por Jesucristo, quien les abrirá los libros, es decir, la Biblia, y les dará la oportunidad de ser inscritos en el libro de la vida; si no perseveran esta vez, serán borrados del libro de la vida y lanzados a un lago de fuego para aniquilarlos (ver Apocalipsis 20:11-15).
Enseguida, quienes en nuestra era actual rechazaron su oportunidad de salvación, resucitarán a la vida para sufrir la segunda muerte. En la parábola de Lázaro y el rico Jesús habló de un hombre que se despierta en el sepulcro [hades], no a la gloria y a la oportunidad de salvación, sino para afrontar la ira divina (Lucas 16:23). Ese hombre sentirá el tormento de verse excluido del Reino de Dios y de sufrir su aniquilación, y perecerá conjuntamente con todos los que terminen por rechazar su oportunidad de salvación. En ese momento perecerán todos los seres humanos cuyo nombre no se encuentre escrito en el libro de la vida.
El apóstol Pedro narra ese hecho en un momento futuro cuando Dios impondrá su juicio final sobre el pecado: “Los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la Tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). A esto seguirán “Cielos nuevos y Tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (v. 13).
El apóstol Juan también narró ese acontecimiento en Apocalipsis 21, relatando la creación de Cielos nuevos y una Tierra nueva, así como el descenso de la nueva Jerusalén desde el Cielo. En ese momento glorioso, Jesucristo entregará el Reino a su Padre (1 Corintios 15:24). El Padre y Jesucristo morarán en la nueva Jerusalén, junto con los santos inmortalizados, en una eternidad sin dolor, penas ni lágrimas. Todo esto será posible porque, finalmente, el pecado y todo lo contaminado con el pecado, habrá sido purificado o destruido (v. 26). La Biblia termina con esta imagen, que señala el final de este mundo, y ¡el umbral de la eternidad! [MM]