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Mis recuerdos de infancia son algo borrosos, pero sí recuerdo vagamente que mis padres daban mucha importancia al tema del éxito. Un día me quitaron del camino todos los muebles con bordes peligrosos y me animaron a cruzar, tambaleando, la habitación. Poco a poco, día tras día, me ayudaban a alcanzar el éxito en el difícil arte de caminar sobre dos pies gorditos… y al poco tiempo me convertí en un auténtico bípedo.
De modo similar, pasé de embutirme la papilla de maíz alegremente en la boca con las manos a usar cubiertos. Costó mucho tiempo y práctica, pero al final la compota de manzana en mi tazón nada pudo contra mí y mi cuchara. Agradezco que mis padres tuvieran tanta paciencia y tanta compota.
Sin saberlo, estaba aprendiendo algo más que el arte de caminar y de comer con cubiertos. Estaba aprendiendo dos secretos del éxito. Este es el primero: “El éxito requiere trabajo constante”.
¿Decepcionante? ¿Esperabas un camino al éxito que fuera más fácil, menos exigente? La realidad es que esta primera regla es clara, sencilla, inevitable y probada por el tiempo. Veamos las dos palabras clave en la regla.
En Génesis 1 y 2, leemos que Dios descansó el séptimo día de la semana luego de crear el mundo en los primeros seis. El pasaje nos enseña algo sobre el descanso del séptimo día, ¡pero también muestra que Dios no es perezoso! No evita el trabajo, sino que se deleita con lo que puede lograrse mediante esfuerzos intensos. Dios diseñó y creó un Universo tan vasto como complejo, que abarca desde la estrella más descomunal hasta la célula más diminuta de nuestro cuerpo. Si seguimos su ejemplo, nosotros también valoramos el trabajo en lugar de evadirlo. El primer paso hacia el éxito es adquirir esta actitud.
Por ejemplo, digamos que en el curso de matemáticas logras “pasar raspando” un tiempo mientras el material es fácil, pero luego empieza a ser más difícil. Los estudiantes de éxito han aprendido que no se logra la mejor nota, y lo que es más importante, no se aprende la materia sin el trabajo esforzado de estudiar y practicar.
La misma regla vale en los deportes. Un nadador competitivo nada cientos y hasta miles de metros para mejorar en su deporte, y esto es trabajo duro que exige un esfuerzo mental y físico. El que no esté dispuesto a dedicar el esfuerzo, sencillamente no tendrá éxito.
En la Biblia encontramos muchos ejemplos que demuestran la importancia que Dios da al trabajo y al esfuerzo. Por ejemplo, a la antigua Israel le dijo: “Te abrirá el Eterno su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo y para bendecir toda obra de tus manos” (Deuteronomio 28:12). En otras palabras, si no trabajamos, limitamos la oportunidad de que Dios nos bendiga. Nehemías dice que los muros de Jerusalén se reconstruyeron porque “el pueblo tuvo ánimo para trabajar” (Nehemías 4:6). No fue ni magia ni un simple deseo, ¡fue trabajo!
Otro punto importante es que un “gran esfuerzo” de vez en cuando no es suficiente. El éxito llega cuando nuestro trabajo lleva la cualidad adicional de la constancia. Para tocar la trompeta con excelencia, no basta practicar esporádicamente. Hay que practicar con constancia todos los días durante meses y años.
Algunos especialistas que han estudiado a personas de éxito citan una “regla de diez años”: Si quieres hacer algo muy, pero muy bien, hay que dedicarle por lo menos un decenio de esfuerzos constantes y concentrados. El psicólogo Benjamín Bloom, de la Universidad de Chicago, estudió 120 atletas, artistas, bioquímicos y matemáticos de primer rango; y encontró en el estudio que cada individuo había entrenado, trabajado y practicado constantemente durante un mínimo de diez años, antes de alcanzar reconocimiento internacional.
Quien no aspire a ser un atleta olímpico puede aplicar este principio fundamental del trabajo constante en otros aspectos de la vida, entre estos, la vida como seguidor de Jesucristo. El apóstol Pablo animó a los de la Iglesia de Corinto a ser “firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58).
El segundo secreto es: “El éxito se consigue progresando gradualmente”.
En la primera infancia, crecemos y avanzamos “a pasos de bebé”. Nuestros primeros balbuceos se van convirtiendo en palabras al cabo del primer año. A “tata” y “mamá” se suma una palabra, luego otra, hasta que seis meses más tarde tenemos un vocabulario de unas cincuenta palabras. Poco a poco, al seguir creciendo, vamos añadiendo palabras a nuestro vocabulario entre una y tres por mes. Así el vocabulario sigue creciendo, y ya mayorcitos, adquirimos de diez a veinte palabras nuevas por semana. Luego, en el curso de 25 años, aprendemos una palabra nueva cada día; y ya en la edad madura habremos adquirido un vocabulario de 20.000 a 35.000 palabras. Pero no es algo que ocurre de un golpe.
El mismo principio se aplica a otros seres. Las plantas comienzan como semilla. Sale un pequeño brote de la tierra. El brote se convierte en un tallo. El tallo desarrolla hojas y su crecimiento continuado día tras días deja entrever la planta adulta que llegará a ser. Las plantas, los animales, los seres humanos: todos crecemos y cambiamos lentamente, a pasos pequeños.
Muchos quieren que el éxito llegue de repente, ¡como un relámpago! La realidad es que el éxito se parece más a la construcción de un edificio que a un relámpago. En las lecciones de matemáticas primero aprendemos que 2 + 2 = 4. Luego viene 4 + 4 = 8. Siguen decenas de operaciones y conceptos matemáticos, sin hablar de geometría, álgebra o cálculo. Dominar las matemáticas es un proceso en que se avanza “ladrillo por ladrillo”. Lo mismo ocurre con los deportes, la música y otras destrezas; entre ellas el desarrollo del carácter y la madurez. Si estamos dispuestos a avanzar con paciencia, perseverancia y diligencia; siguiendo los pequeños pasos que conforman el progreso, entonces alcanzaremos las grandes metas.
Dios nos enseña en su Palabra que debemos concentrarnos en un día a la vez, un reto a la vez, un obstáculo a la vez. Jesucristo nos dice que busquemos el Reino de Dios y nos concentremos en el día de hoy: “El día de mañana traerá su afán” (Mateo 6:33-34). Si podemos estar contentos y agradecidos por las mejoras diarias, estaremos en camino hacia el mayor de los éxitos.
Quizás algunos de tus amigos tengan como meta conseguir un trabajo fácil, que exija poco y pague bien. Lo que ignoran es que tendrán un duro despertar. El éxito en la vida sigue un patrón que Dios estampó en la creación desde el principio. Él trabajó. Y continúa trabajando (ver Juan 5:17). Trabajó al hacer su creación y está trabajando para edificarnos a nosotros. Si estamos dispuestos a dedicarnos en un esfuerzo serio y constante, y si aceptamos con agradecimiento cada marca de progreso, realmente llegaremos a probar el éxito en la vida.