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¿Responde Dios a las oraciones en la actualidad? ¿Ha respondido a sus oraciones? Sus oraciones pueden ser respondidas… ¡y los resultados… sorprendentes!
¡La Biblia nos da muchos ejemplos de la intervención de Dios en la vida de quienes lo buscan y confían en Él! Veamos un ejemplo del profeta Daniel: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de Dios, como lo solía hacer antes” (Daniel 6:10). Daniel fue lanzado en el foso de los leones, pero gracias a su devoción, Dios lo rescató y le preservó la vida (vs. 11-12).
La Biblia también revela el poder de la oración. Casi todos recordamos que la oración de Jesús levantó a Lázaro de entre los muertos (ver Juan 11). Y sus discípulos también comprobaron ese poder de la oración. Cuando el apóstol Pedro llegó a Jope, encontró muerta a una discípula a quien lloraban las viudas que tanto la amaban: “Entonces, sacando a todos [aun a las viudas que lloraban], Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó. Y él, dándole la mano, la levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva. Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor” (Hechos 9:40-42). Sí, ¡por la oración del apóstol Pedro Dios levantó a una mujer que había muerto!
“Pero esos eran hombres que tenían muchísima fe”, podríamos pensar. “Y, ¿si no tenemos tanta fe?” En la Palabra de Dios se encuentra la buena noticia de que podemos tener fe. A lo largo de las páginas de la Biblia, Dios nos enseña muchos principios o “claves” de la oración eficaz. Si ponemos en práctica esas claves, nuestras oraciones podrán ser respondidas.
Mucha gente acostumbra rezar de memoria. Cuando yo era niño, decía una corta oración para dormir; sin embargo, mis padres me ayudaban a orar por los demás en mis propias palabras. Cuando oramos, debemos hablar con Dios en nuestras propias palabras; y ser muy sinceros.
Recordemos que debemos dirigirnos al Dios verdadero porque hay muchos dioses falsos, incluso hay mucha gente que simplemente no cree en Dios. Es necesario entonces que comprobemos la existencia de Dios. Dios es el Creador. Dios es el Legislador; tanto de las leyes naturales como son las descubiertas por Einstein, y asimismo de las leyes espirituales que revela la Biblia. El ganador del premio Nobel, Albert Einstein, percibía los designios y la maravillosa inteligencia del Creador. En este sentido escribió: “La religión [de los científicos] toma la forma de un éxtasis o asombro ante la armonía de las leyes naturales que revelan una inteligencia de una superioridad tal que, comparada con ella, todo acto o pensamiento sistemático de los seres humanos no es más que un reflejo insignificante”.
Dios nos ha dado una extraordinaria prueba de su existencia y de sus designios. Aun así; hay gente vana, egoísta, arrogante e ignorante que afirma que no hay Dios. ¿Sabe usted cómo llama Dios a los ateos?: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1). Los “intelectuales” que tratan de ridiculizar la fe en Dios y la consideran como estupidez, en realidad se están manifestando como “estúpidos”.
Dios siempre está dispuesto a responder a toda persona que sinceramente lo busca, incluso en las situaciones de mayor desesperación. Cuando Nabucodonosor llevó cautivo al pueblo judío a Babilonia, Jeremías afirmó que todavía tenían esperanza: “Porque así dijo el Eterno: Cuando en Babilonia se cumplan setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice el Eterno” (Jeremías 29:10-14).
Este mismo principio se aplica a nosotros. ¡Podemos tener una conversación con el Creador del Universo! Dice que podemos hallarlo si lo buscamos de todo corazón. Podemos orar o hablar con Él y entonces nos dice: “Yo os oiré” ¡Esto es sencillamente maravilloso!
Una de las formas de aumentar la fe es leer los relatos de las personas a quienes Dios ayudó y libró de grandes peligros y de pruebas. Leer sobre la liberación de los antiguos israelitas cuando pasaron el mar Rojo, sobre la liberación de Daniel del foso de los leones o de la salvación de Sadrac, Mesac y Abed-nego del horno de donde ordenó Nabucodonosor que los echaran.
Leer sobre los milagros que realizó Jesús: sanar enfermos, ciegos, sordos y lisiados. El apóstol Pablo escribió “que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). La Biblia es la Palabra de Dios, de manera que hay que leerla todos los días. ¡Entender lo que Dios hizo en el pasado y lo que nos promete en la actualidad!
Dios nos promete lo que el dinero no puede comprar. En una de mis escrituras favoritas Dios nos da una maravillosa perspectiva de lo que puede hacer: “A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Efesios 3:20-21).
¿Qué clase de problemas estamos afrontando? ¿Quebrantos de salud? ¿Problemas económicos? ¿Problemas familiares? ¿Fracasos académicos? ¿Trastornos mentales? ¡Dios puede resolver todo problema que se nos presente! Por supuesto que tenemos que hacer nuestra parte porque Dios no nos va a resolver los problemas si nos oponemos a su ayuda; por el contrario, nos debe servir de consuelo el saber que Dios puede efectuar milagros a favor nuestro “más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. En el estudio de la Biblia encontraremos ejemplos de oraciones respondidas; esto nos estimulará en gran manera porque comprenderemos que, como Dios lo ha prometido, nuestras oraciones serán respondidas.
Todos debemos asumir responsabilidad por nuestros actos. Sin embargo, la naturaleza humana se niega a reconocer los errores, defectos y pecados. Si queremos que Dios responda a nuestras oraciones, no podemos seguir en el pecado como un camino de vida. El profeta Isaías escribió por inspiración divina: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).
Dios no va a responder a las oraciones de quienes viven en pecado y se niegan a cambiar. Pero si nos presentamos delante de Dios con humildad y avergonzados de nuestra naturaleza pecadora, le mostramos nuestra voluntad de cambiar de vida y de alejarnos de nuestras costumbres y actitudes pecaminosas; ¡Dios nos ayudará! Esto lo podemos comprobar con el siguiente relato: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido" (Lucas 18:10-14).
Dios escuchará nuestras oraciones si verdaderamente sentimos remordimiento y estamos conscientes de nuestros pecados y dispuestos a cambiar: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Se requiere mucho valor para reconocer los pecados y alejarse de ellos; por esta razón debemos humillarnos y buscar a Dios de todo corazón. Isaías nos exhorta: “Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:6-7).
En el “ejemplo de oración” Jesús nos enseña a pedir: “Hágase tu voluntad, como en el Cielo, así también en la Tierra” (Lucas 11:2). ¡La voluntad de Dios, no la nuestra! El deseo de Jesús siempre fue hacer la voluntad de su Padre. La noche antes de su crucifixión, mientras oraba en agonía, dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa [el terrible sufrimiento]; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Y de esta manera Jesús sometió su voluntad a la de su Padre y se dispuso a sufrir por todos nosotros. Entonces Dios fortaleció a Jesús para que soportara el sacrificio (v. 43), en la misma forma que nos fortalecerá a nosotros si oramos para que se haga su voluntad. Algunas veces parece que la voluntad de Dios es responder a nuestras oraciones con un “no”. Pero si dice “no”, nos dará fuerzas para soportar. También es de gran importancia conocer toda la voluntad de Dios, no solo en un aspecto específico, sino en todo el camino de vida que revela en la Biblia. Un principio fundamental para recibir respuesta a las oraciones nos viene por medio del apóstol Juan: “Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él” (1 Juan 3:22). ¿Estamos guardando sus mandamientos y agradándole? Si tenemos la actitud sumisa de obediencia, como la tuvo Jesús, nuestras oraciones serán acordes con la voluntad de Dios.
Los seres humanos por naturaleza somos egoístas. Siempre queremos obtener, pero el camino de Dios es el camino de dar. ¿Es así como oramos? ¿Pedimos en primer lugar por los demás antes que por nosotros mismos? ¿Pedimos que se haga la voluntad de Dios en vez de la nuestra? El mundo estimula la codicia y el egoísmo, pero Jesús nos dejó un ejemplo de generosidad. Aun en el momento de la crucifixión oraba por los demás: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Ya hemos visto que la lectura de la Biblia nos ayuda a aumentar la fe. A Hebreos 11 se le conoce como “el capítulo de la fe”, porque nos recuerda los ejemplos de los héroes de la fe. Podemos tener fe en Dios y Dios nos promete que, si lo buscamos con sinceridad, lo vamos a encontrar: “Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan [diligentemente]” (Hebreos 11:6).
En primer lugar, debemos tener la certeza de que hay un Dios Creador todopoderoso y omnisapiente, que nos ama así como a todo ser humano sobre la Tierra: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el Universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:1-3).
Dios está formando una familia espiritual. Nos ama como un Padre a sus hijos. Por esta razón, en nuestras oraciones debemos dirigirnos a Dios como nuestro Padre. Como el rey David en sus oraciones, debemos reconocer a Dios como el Creador. David oraba con sentimiento y entusiasmo y fue un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22). Muchos de los salmos fueron las fervientes oraciones de David. Siempre fue sencillo, transparente y honesto en sus sentimientos hacia Dios, en sus ansiedades y en sus problemas. Fervientemente mostraba fe en que Dios escucharía sus oraciones. David clamaba: “Te he invocado, por cuanto Tú me oirás, oh Dios; inclina a mí tu oído, escucha mi palabra” (Salmos 17:6). David ponía todo su corazón en sus oraciones.
Debemos orar fervientemente y pedir de todo corazón por los demás. ¿Oramos siempre por los enfermos? Recordemos las palabras del apóstol Santiago: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16).
Orar es un privilegio. Es la oportunidad de presentarnos espiritualmente delante del trono de Dios. Pero esa oportunidad no viene de nuestra propia autoridad. Oramos en el nombre o por la autoridad de nuestro Señor, quien nos enseña a orar. Se trata del Hijo de Dios que en la Biblia nos exhorta a “pedir, buscar y llamar”. En el Evangelio de Juan varias veces Jesús nos promete que Dios oirá nuestras oraciones si pedimos en su nombre. Jesús nos da autoridad y estímulo para orar. Pedir en el nombre de Jesús significa que estamos pidiendo mediante su autoridad. Jesús les dijo a sus discípulos: “En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Juan 16:23). En nuestras oraciones debemos tener presente que no nos presentamos delante del trono de Dios por nuestra propia autoridad, sino por la autoridad del Hijo de Dios, Jesucristo.
Pongamos en práctica esas siete claves de la oración eficaz, y veremos cambios dramáticos para bien en nuestra vida, y en la de quienes nos rodean. Con fe y confianza; debemos orar con mayor fervor, y con mayor frecuencia para mayor eficacia.