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Dirigiéndose por escrito a su público en el primer siglo de nuestra era, el apóstol Pablo les habló del destino de heredar “todas las cosas”, es decir el Universo. Señaló, sin embargo, que por ahora no vemos la plenitud de esa herencia bajo el control del ser humano (Hebreos 2:8).
Lo cierto es que esa vasta extensión que es el cosmos está poblada del más desconcertante y exótico surtido de cuerpos y fenómenos celestes dispersos en el cielo que se despliega sobre nosotros: Entes como nebulosas, galaxias, estrellas y planetas. Cada uno, a su manera, glorifica a su Creador. A la mayoría de los cuerpos celestes todavía no los conocemos directamente, limitados como estamos a este planeta en nuestro pequeño rincón del Universo. Sin embargo, esto no nos ha impedido examinar y averiguar todo lo que está a nuestro alcance, rastreando los cielos con telescopios y radiotelescopios y despachando sondas robóticas a los mundos vecinos. Aplicamos las leyes de la física hasta donde las entendemos, y hemos incluso explorado el cosmos por medio de las matemáticas, siguiendo las ecuaciones adónde nos lleven, por fantásticos y extraños que sean los resultados.
Dentro de la parte de esta colección que hemos investigado, quizá ningún objeto descubierto por exploración matemática resulte más insólito que los agujeros negros, predichos por la teoría de la relatividad de Albert Einstein antes de haber sido descubiertos. Poseídos de un poder destructor casi inimaginable, pero cumplidores quizá de un papel fundamental en la estructura del Universo, estos objetos tan extraños como intimidantes ilustran la majestad y el poder de un Dios Todopoderoso que puede dar existencia a semejantes criaturas por su sola voluntad y palabra.
Aunque los agujeros negros estén rodeados de grandes misterios, procuremos explorarlos por un momento, desde una distancia prudente, claro está, con la esperanza de vislumbrar algo de su Creador, en el poder y la sabiduría que sus obras reflejan.
Hasta donde los entendemos, los agujeros negros son el resultado inevitable de la muerte de ciertas estrellas.
Las estrellas, entre ellas nuestro flamante Sol, son bolas inmensas de gas en el espacio. Su masa es tal, que por ella la gravedad ha comprimido el gas al punto de causar su fusión nuclear. En esta fusión, los átomos se aplastan unos contra otros, formando átomos nuevos. Esta actividad libera cantidades enormes de energía, por la cual la estrella irradia luz y calor… ¡tanto que aun a 150 millones de kilómetros de distancia los seres humanos en la Tierra necesitamos protección solar para no quemarnos!
La fuerza de gravedad que tiende a juntar los gases de la estrella tiene su contrafuerza en la irradiación de la energía que se produce y que fluye hacia afuera. Con el tiempo, el combustible de la estrella se agota. Los científicos piensan que, a medida que se va agotando ese combustible, las estrellas como el Sol se hinchan y luego se encogen hasta llegar a un tamaño mucho menor y una temperatura muy disminuida. En cambio, las estrellas más grandes, digamos con ocho veces más masa que el Sol, sufren una muerte mucho más violenta, convirtiéndose en lo que se llama una supernova. En este proceso, las capas externas de la estrella explotan hacia el espacio, dejando atrás un núcleo denso.
Si este remanente núcleo denso no tiene más de tres a cinco veces la masa del Sol, la estrella puede contraerse para formar lo que se conoce como una estrella de neutrones, objeto tan denso que un trocito del tamaño de un cubo de azúcar ¡puede pesar hasta 200 millones de toneladas! Si el núcleo es más masivo, la teoría de Einstein predice que el resultado será algo mucho más extraño que una estrella de neutrones.
En este caso, la masa del núcleo remanente de la estrella es tan grande, que su fuerza gravitatoria sigue aplastando la materia de modo imparable hasta llegar a un punto único, de densidad inimaginable: una singularidad conocida como un agujero negro.
Los agujeros negros se destacan entre los objetos más poderosos del Universo. Su masa increíble, comprimida dentro de un punto infinitesimal en el espacio, genera un campo gravitatorio tan fuerte, que ni siquiera la luz tiene velocidad suficiente para escapar.
La humanidad ha aprendido a vencer la atracción gravitatoria de su propio planeta e impulsar objetos al espacio con la ayuda de cohetes poderosos, ¡pero no existe un cohete con la velocidad suficiente como para escapar de un agujero negro! Siendo los fotones de luz las partículas subatómicas más veloces del Universo, si un haz de luz pasa a cierta distancia de un agujero negro, distancia conocida como el radio de Schwartzchild, incluso ese haz de luz será atraído al interior del agujero negro. Esta propiedad, de ser tan poderosos que no dejan escapar ni siquiera a la luz, es lo que da a los agujeros su nombre. Son objetos oscuros dentro de los cuales la materia y la energía caen sin poder escapar. Es así como destruyen todo lo que se les acerque, ¡incluidas estrellas enteras!
Debido a que atrapan la luz, los agujeros negros no se pueden ver con un telescopio corriente. Sin embargo, hemos descubierto las señales indicativas de su actividad. Por ejemplo, los objetos en proceso de caer dentro de un agujero negro, y ser aplastados por su gravedad inmensa, suelen emitir estallidos poderosos de energía mientras se encuentran en órbita alrededor del agujero antes que este los consuma. Los científicos rastrean los cielos en busca de esos indicios en su esfuerzo por localizar estos monstruos.
A medida que el agujero negro atrae más materia a su interior, va aumentando su masa, tamaño y alcance hasta que se acaba la materia vecina por consumir. Los científicos han identificado en el espacio muchos fenómenos que encuentran su mejor explicación en la presencia de agujeros negros, con una masa que se calcula en más de diez mil millones la del Sol.
Sin embargo, los agujeros negros también pueden reflejar el sentido de contradicción en el acertijo de Sansón consignado en Jueces 14:14: “Del devorador salió comida”, con referencia a la miel que encontró en el cuerpo de un león muerto.
Por grande que sea su poder para devorar y destruir, parece que los agujeros negros también cumplen un papel fundamental en la estructura que sostiene a nuestro Universo, y sin la cual no habría vida en la Tierra.
Cuando los astrofísicos dirigen su atención a las galaxias que pueblan el Universo, y lo organizan en lugares donde pueden formarse estrellas y planetas, ¡a menudo encuentran agujeros negros supermasivos en el propio corazón de esas galaxias! Según varios cálculos, en el centro de la galaxia que nosotros habitamos, la Vía Láctea, hay un agujero negro tan masivo como cuatro millones de soles.
Se cree que estos objetos colosales y poderosos sirven como germen para la formación de galaxias y como anclas que dan a las galaxias su coherencia, estructura y forma. Los estudios han sugerido que los tamaños de las galaxias y la velocidad con que viajan sus estrellas alrededor del centro galáctico tienen que ver con el agujero negro en el centro de cada galaxia.
Es posible que en la realidad estos objetos tan extraños como fascinantes, que algunos quizá vean como una especie de oscuro ángel interestelar de la muerte, hayan sido diseñados por Dios para cumplir un papel fundamental en la vida en la Tierra, actuando como componentes esenciales de las estructuras galácticas y elementos que permiten la existencia en el Universo de estrellas y planetas como el nuestro.
En el Salmo 104, el rey David alaba a Dios por su creación, describiendo “el grande y anchuroso mar” donde andaban y jugueteaban con libertad criaturas como el temible y misterioso leviatán (vs. 25-26). Es posible que los agujeros negros, leviatanes de la profundidad cósmica, en forma similar, también se puedan ver expresando honor y gloria a su Creador. [MM]