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El esfuerzo por sacar al Reino Unido de la Unión Europea está resultando mucho más descomunal de lo que muchos anticiparon. ¿Por qué? ¿Y qué sigue ahora?
En el contexto de las relaciones y el divorcio hay un dicho: “Separarse es difícil”. Y así es con el esfuerzo del Reino Unido por separarse de la Unión Europea (UE). La salida británica de la UE o brexit, se ha convertido en nada menos que una pesadilla nacional, un lío épico y una crisis existencial para la quinta economía del mundo. Parece imposible para el Reino Unido desligarse del todo del abrazo de la UE. ¿Cómo llegó a este callejón sin salida tan desastroso como imprevisto para ellos?
Era de esperarse una batalla con la UE, pero el Parlamento también se confabuló con el Servicio Civil para socavar el brexit y subvertir la voluntad democrática del pueblo. Corría el mes de abril y el Reino Unido no había dejado la UE, y mostraba escasas señales de que fuera capaz de hacerlo.
El hecho es que la UE no desea que se vaya ninguno de sus países miembros. Lo que busca es una unión cada vez más estrecha en un viaje que, a sus ojos, terminaría en un superestado federal: los Estados Unidos de Europa.
Antes del 2009 y del Tratado de Lisboa, no había suposiciones sobre la partida de un estado miembro de la UE. Entonces se agregó el Artículo 50, sin que nadie se imaginara que un protagonista tan importante como el Reino Unido quisiera “levantar las tiendas” y partir.
El Reino Unido se unió al Mercado Común Europeo en 1973, pero la relación fue tensa desde el principio. A los electores se les aseguró que su unión con los otros países era un asunto económico, no político, y no se dijo la verdad. Los dirigentes europeos y los líderes sucesivos del Reino Unido sabían muy bien que todo el proyecto era político ¡hasta la médula!, y que implicaba una pérdida considerable de la soberanía. Con el paso del tiempo, la cuestión europea se convirtió en un interminable problema político en el Reino Unido.
En mayo del 2015, tras la reelección de David Cameron como primer ministro, el mandatario respondió a las crecientes inquietudes del electorado respecto de la UE. En los meses que siguieron, sus esfuerzos por renegociar los términos de afiliación del Reino Unido fracasaron. Entonces, el 23 de junio del 2016, convocó a un referendo nacional sobre la voluntad del país de salirse o quedarse en la UE. Jamás pensó que optarían por salir, pero ese fue el resultado inesperado. El 52 por ciento de los electores del Reino Unido dijeron que querían irse (17,4 millones de personas).
Cameron renunció de inmediato y se nombró a Theresa May como la primera ministra. El 29 de marzo del 2017, ella invocó el Artículo 50, anunciando formalmente la intención del Reino Unido de separarse de la UE. El país dio comienzo a una cuenta regresiva de dos años para completar la separación hacia finales de marzo del 2019. Pero en el entretanto, la señora May perdió su escasa mayoría en un Parlamento indeciso y esto debilitó mucho su capacidad para llevar el brexit a buen término.
La UE insistió en producir un documento de divorcio que, en esencia, le daría a la Unión todo lo que deseaba. Los deseos del Reino Unido ni siquiera se tomarían en cuenta hasta después de que se hubiera firmado el documento. En cada etapa del proceso del brexit, “negociación” significó de hecho aceptar las exigencias de la UE. El Reino Unido terminó acorralado en un “callejón sin salida”, que hacía casi imposible su separación.
¿Puede el Reino Unido evadir esta situación? Es difícil verlo. El Parlamento rechazó el acuerdo de separación en varias ocasiones y rechazó la salida “dura” o “sin acuerdo”, que sería la opción legal automática si el divorcio no resultaba. En repetidas ocasiones la señora May le pidió a la UE más tiempo para considerar el asunto. Se ventilaron otras ideas, entre ellas algunas revisiones al documento de separación, llevarse a cabo un segundo referendo o precipitar una elección general para desplazar a la señora May. Incluso, se buscaron alianzas muy polémicas entre partidos en un esfuerzo desesperado por resolver una situación imposible.
Demos una breve mirada a las tres opciones principales. La idea detrás del llamado brexit “sin acuerdo” o “duro”, era que inicialmente habría perturbaciones, pero que el Reino Unido se repondría prontamente forjando nuevas relaciones comerciales con los mercados mundiales. Pero fue tal la avalancha de críticas contra esta propuesta, aparentemente desde todas las direcciones, que el Parlamento terminó por dar su rechazo formal a esta opción y la UE hizo otro tanto a causa del daño que ocasionaría al resto de la Unión.
La segunda opción: pedir más tiempo, quizá tenga sus méritos, pero cede la decisión a la UE. ¿Por qué había de conceder más tiempo la Unión Europea si no tiene la intención de cambiar su posición, y el resultado, por tanto, sería igual? Dicho esto, debemos comprender que a la UE le encantaría que el Reino Unido tuviera más tiempo para reconsiderar, sabiendo muy bien que esto aumentaría las posibilidades de que se cancelara el brexit del todo.
Por último, si en contra de todo lo previsto, el Parlamento lograra votar a favor del acuerdo de retirada, posiblemente revisado, el Reino Unido quizá se saldría de la UE formalmente, pero con condiciones importantes. Es irónico señalar que todo voto a favor del acuerdo de retirada probablemente contradiría el propósito mismo del brexit, que es poner al Reino Unido fuera del alcance de la UE. Habría, además, un período de dos años para resolver con la UE una relación comercial, probablemente unilateral, con el Reino Unido crónicamente debilitado e incapaz de defender sus intereses.
La realidad escueta es que la señora May jamás ejerció control sobre el proceso del brexit; que perdió el control sobre su gabinete y su gobierno, del electorado. La toma de decisiones y el control del brexit está firmemente en manos de la UE, lo que significa, en última instancia, de Alemania, el más poderoso de sus países miembros. Si el brexit fracasa, se culpará al Parlamento por no cumplir la voluntad del electorado. Al Reino Unido lo esperan, sin duda, tiempos de turbulencia y de rendición de cuentas.
Una mirada en retrospectiva nos dice que las cosas podrían haber sido muy diferentes. Sin embargo, la falta de visión, valor y voluntad nacional; tanto de la UE como del Reino Unido, se conjugarán para impedir un divorcio en condiciones favorables.
Todo esto trae a la mente una pregunta de vital importancia: ¿Acaso fue viable o realista ofrecerle al país una separación ordenada de la UE tras 45 años del proceso de integrar todos los aspectos de la vida? La respuesta tiene que ser negativa, por todas las razones expuestas. El Reino Unido se halla ante una crisis de identidad fundamental que tiene que ver con su lugar en el mundo, crisis que probablemente persistirá por mucho tiempo.
¿Qué lección espiritual debemos derivar de lo anterior? Que Dios es supremo. Dios es quien quita reyes y pone reyes o gobernantes (Daniel 2:21). Gobierna en los reinos de los hombres y los entrega a quien desee (Daniel 4:17). Dios es el que nos salva (2 Samuel 22:2-4; Salmos 18:2-3).
En 1940, los días más tenebrosos de la Segunda Guerra Mundial, cuando todo parecía perdido y las fuerzas militares nazis se reunían para invadir a Inglaterra, el rey Jorge VI convocó a la nación a un día nacional de oración por la salvación. ¿Quién negaría que Dios escuchó ese ruego urgente cuando más lo necesitaba la Gran Bretaña?
Bueno sería que el Reino Unido pudiera caer de rodillas, confesar sus pecados delante de Dios y pedir con humildad su salvación y su guía nacional. Quizá Dios tendría misericordia, sorprendiéndonos a todos con el desenlace. [MM]