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¿Qué pasaría si su gobierno dejara de hacer cumplir la ley? ¿Realmente necesitamos la intervención del gobierno para prevenir incendios, robos y asesinatos? ¿O la aplicación de la ley solo genera sospechas, discriminación y escalada?
The Purge, una serie popular de películas de terror, muestra un mundo donde la ley deja de existir un día al año. En ese mundo imaginario cada año es una utopía de 364 días y una pesadilla de un día. Surge entonces la pregunta: ¿Qué ocurriría realmente si se dejaran de cumplir las leyes? ¿Se impondrían la decencia y el sentido común? Hay quienes lo creen así.
El día 16 de octubre de 1969, la ciudad de Montreal de hecho puso a prueba esta teoría.
Había sido un año de peligros para Montreal y sus fuerzas del orden. El Frente de Liberación de Quebec bombardeó la bolsa de Montreal en febrero, y en los meses siguientes las explosiones continuaron. Montreal recibió el mote de capital del asesinato en Canadá. Las condiciones laborales eran difíciles para un departamento de policía, en el cual muchos sentían que la paga no correspondía al grado de peligrosidad del trabajo. En consecuencia, el 7 de octubre de 1969 la policía se declaró en huelga y los cuarteles de toda la ciudad se desocuparon.
En teoría, quizá la huelga habría durado un rato y desaparecido sin incidentes. Todos habrían demostrado sentido común para determinar qué estaba bien y qué estaba mal, y habrían actuado en consecuencia, ya que en 1969 prácticamente todos dirían sin dudar que el robo, la destrucción de la propiedad y el asesinato estaban mal. Pero a la hora de la verdad, aquella tarde otoñal se hicieron patentes dos grandes fallas en las teorías de la nueva moral.
La primera falla es la llamada ética de situación, que puede definirse como “una teoría de la ética según la cual las normas morales no son obligatorias de forma absoluta, sino que pueden modificarse a la luz de situaciones determinadas”. Mientras la policía estuvo de huelga, muchos tumultuosos hicieron cosas que normalmente se clasificarían como malas, pero justificaron sus desmanes con la idea de que ellos u otros eran víctimas de alguna clase de opresión.
La segunda falla de razonamiento es que la decencia y el sentido común, que esperamos ver en abundancia en una sociedad segura y estable, imperan solo sobre la fuerza del pensamiento de grupo. El pensamiento de grupo ocurre cuando las personas dejan de lado su postura moral individual, abandonan el pensamiento independiente y la responsabilidad individual, y adoptan la mentalidad del grupo. Es algo que suele ocurrir en los motines. Pocos dirían que es aceptable quemar un edificio, lanzar piedras a las ventanas o volcar autos, pero cuando una protesta se excede, convirtiéndose en motín, muchos individuos normalmente sensatos se unen a la refriega.
La ética de situación, el pensamiento de grupo y toda una serie de factores se conjugaron cuando la teoría chocó contra la realidad el día que la policía de Montreal abandonó su trabajo. El resultado fue conocido como el motín de Murray-Hill, o la noche de terror en Montreal.
Un informe especial de la CBC ofrece un panorama de lo ocurrido:
“Montreal se encuentra en estado de conmoción. Hay un agente de policía muerto y 108 detenidos, tras 16 horas de caos en el cual la policía y los bomberos se negaron a trabajar. Al principio, el impacto de la huelga se limitó a más robos bancarios de lo usual. Pero al caer la noche, un sindicato de taxistas aprovechó la ausencia de las autoridades para protestar con violencia contra los derechos exclusivos que tenía un competidor a recoger pasajeros en el aeropuerto. El resultado fue una noche de terror. Las ventanas de negocios destrozadas y el vidrio desparramado por las calles son huellas del saqueo que estalló en el centro de la ciudad. Sin nadie para detenerlos, estudiantes y separatistas se sumaron a los desmanes” (1969: Noche de terror en Montreal, CBC Digital Archives).
Es revelador que el caos comenzara lentamente. Un principio común cuando se busca restablecer el orden es prevenir la escalada, no dejar que la situación se deteriore. Para ser claros, la ley no estaba suspendida durante esas 16 horas fatídicas. La ley no cambió. El bien y el mal no cambiaron. Pero sin nadie presente para hacer valer la ley, los amotinados cometieron excesos que ellos mismos habrían considerado inaceptables pocas horas antes.
Steven Pinker, destacado psicólogo oriundo de Montreal, relató cómo afectó el incidente sus ideas sobre la necesidad del orden y la ley:
“Siendo adolescente en un Canadá que se preciaba de su carácter pacífico en los románticos años sesenta, fui creyente sincero en el anarquismo de Mijaíl Bakunin, filósofo anarquista ruso. Me burlaba de los argumentos de mis padres, en el sentido de que si el gobierno llegara a deponer las armas, se armaría el caos. Nuestras predicciones en contra se pusieron a prueba a las ocho de la mañana del 7 de octubre de 1969, cuando la policía de Montreal se declaró en huelga… al final del día el saldo eran seis bancos robados, cien tiendas saqueadas, doce incendios, cuarenta camiones cargados de vidrio roto y tres millones de dólares [de 1969] en daños a la propiedad; antes de que las autoridades municipales llamaran al ejército y, desde luego, a la policía montada para restablecer el orden. Fue una prueba empírica decisiva que hizo trizas mis ideas políticas” (The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature 2002, pág. 331).
¿Qué lecciones obtenemos de la noche de terror en Montreal? Quien piense que debemos desechar la ley de Dios, o tomarla como una simple guía útil pero flexible debe reflexionar sobre el motín de Murray-Hill. Quienes argumentan que para guiar nuestras acciones basta recibir a Jesús en el corazón, y que no es necesario ningún código de leyes, deben considerar seriamente el propósito de la ley divina, y examinar atentamente los resultados que se van revelando a medida que nuestro mundo, no solo desprecia cada vez más la ley de Dios, sino que la resiente y ataca.
Años después del sacrificio de Jesucristo, el apóstol Pablo explicó que la ley de Dios está para que distingamos el bien del mal, instruirnos y orientarnos para actuar. “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7). La ley define cuando un comportamiento es aceptable y cuando no.
El Nuevo Testamento describe la ley de Dios como perfecta: “El que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25). Dios nos ha dado su ley con la intención de que rija y oriente el proceder humano, para mostrarnos cómo “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18, Mateo 19:19). Quienes la rechazan se hacen proclives a las mismas fallas que llevaron al desastre cuando la policía de Montreal abandonó sus puestos. La ética de situación y el pensamiento de grupo, ambos relacionados con la tendencia humana básicamente hacia el autoengaño, pueden influir en las personas para que hagan cosas que de otro modo habrían visto como inaceptables.
Una causa fundamental de la noche de terror en Montreal fue la falta de conocimiento de cómo tratar al prójimo. Las leyes de Dios no son normas extrañas ni tomadas al azar para ver si estamos dispuestos a obedecer, sino que encierran un mensaje mucho más grande de lo que suele creerse. La ley divina nos enseña cómo amar al Creador y cómo tratar a nuestros congéneres. Y al hacerlo, en última instancia demuestra la verdadera magnitud del amor de Dios por nosotros.
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