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¿Cómo podemos dar a nuestros hijos las bases bíblicas que necesitan para resistir a Satanás y oponerse al yo y a los impulsos negativos de la sociedad? Sirvámonos de los principios siguientes para marcar una diferencia real en la vida de ellos por medio de la instrucción bíblica.
Desde el momento en que nacen, nuestros hijos ocupan una parte importantísima en nuestra vida. Nos encanta verlos crecer, cambiar y convertirse en todo lo bueno que pueden ser… pero también sentimos el peso de la responsabilidad por la parte que nos corresponde en el proceso de crecimiento. Dios ha dispuesto este sentido de responsabilidad paterna como algo natural y necesario, a fin de establecer un legado de instrucción que persista de una generación a otra.
Dios ordenó a los israelitas que transmitieran los mandamientos divinos palabra por palabra a la próxima generación: “Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7). Recibimos así el mandato de enseñar las verdades imperecederas de la Biblia a nuestros hijos y de familiarizarlos con las Escrituras. La meta en sí es sencilla, pero no lo es ponerla en práctica, tarea que puede parecer arrolladora. ¿Cómo le enseño la Biblia a mi hija de tres años? ¿Cómo la enseño a mi hijo de siete años? ¿Cómo los mantengo interesados en la Biblia a los doce años, cuando prefieren estar jugando videojuegos?
A continuación ofrecemos algunas sugerencias.
Mientras esperamos la llegada de nuestro primer pequeño estudiante, quizá nos entusiasmemos con la abundancia de ayudas bíblicas de todas las formas, tamaños y tipos. Hay libros que narran las historias bíblicas en forma simplificada, o con ilustraciones llamativas y dibujos animados que presentan a los personajes bíblicos como superhéroes o como verduras que hablan. Hay juegos de mesa que llevan a los niños en un viaje por los principios bíblicos.
No es necesariamente malo valerse de estas ayudas para complementar la instrucción, pero no debemos reemplazar con ellas la lectura directa de la Biblia, con sus pasajes que enseñan el énfasis, el fraseo y el flujo de sus palabras. Una traducción buena y no demasiado compleja es, por ejemplo, la Reina Valera 1960, que usamos en El Mundo de Mañana. Su texto es sencillo, conciso y claro.
¿Cómo adaptar nuestra instrucción a la edad del niño? La respuesta requiere discernimiento de nuestra parte. Leer la Biblia a niños muy pequeños quizás implique escoger historias con las que puedan identificarse. Hay que explicar ciertas palabras o hacerles preguntas para mejorar su comprensión, pero siempre acomodando la selección de textos a su edad y grado de entendimiento. Al ir creciendo, se ampliará su capacidad para comprender el vocabulario, las situaciones y los conceptos.
Es preciso conocer bien a cada hijo para saber qué elementos agregar que puedan enriquecer la instrucción bíblica. Por ejemplo, a medida que el niño madura, los padres pueden seleccionar y agregar contenido: señalar lugares en un mapa, explicar algo de la historia que rodea lo que se lee, o explicar palabras y conceptos desconocidos para ellos. A veces hay situaciones de la vida del niño que se prestan para ilustrar ciertos principios e instrucciones de la Biblia.
Los niños muy pequeños absorben todo lo que oyen, pero a medida que crecen su mente se inclina más a hacer preguntas y establecer conexiones. Los padres que sepan reconocer y aprovechar tal inclinación podrán valerse de ella como manera de mantener vivo el interés. No olvidemos pedir a los niños que participen en la lectura en voz alta cuando su habilidad como lectores así lo permita: esto los acerca más, a la vez que los ejercita en la lectura y mejora su comprensión.
También hay otros recursos. Las actividades infantiles basadas en pasajes bíblicos dan vida a los detalles, y son divertidas para los niños. Por ejemplo, trazar y recortar una figura de Goliat de tamaño real en cartón, es algo que puede hacer una verdadera impresión en la mente infantil. Colorear dibujos de Noé y el arca, de Moisés en el mar Rojo o de Elías transportado por el aire, es otra actividad que ayuda a fijar el relato bíblico en la memoria. Son muchos los juegos y actividades que sirven para reforzar la experiencia didáctica.
Aunque es conveniente valerse de consejos, recursos y técnicas, no olvidemos por qué les estamos leyendo la Biblia: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
En otras palabras, nuestro objetivo no es adiestrar a los hijos para que puedan repetir lo que han aprendido. Aprenderse la Biblia de memoria sería una verdadera proeza… Pero, ¿acaso es lo que debemos enseñarles? No. Nuestro objetivo es enseñarles la forma correcta de actuar, sentir y pensar. Si podemos enseñarles los principios de Dios, y ayudarles a aplicar esos principios en la vida diaria, estaremos no solo dándoles un mapa, sino mostrándoles cómo seguirlo en el viaje de la vida. ¿Cuál es la clave para alcanzar este propósito? ¡Seguir el mapa nosotros mismos!
Toda la lectura de la Biblia y todos los juegos que hagamos terminarán por producir hijos cínicos, si no nos ven practicar lo que les enseñamos. Los niños son muy listos para detectar cualquier hipocresía o falta de nuestra parte. Cuando les leemos un pasaje sobre un estallido de ira de Moisés, y la desaprobación de Dios, ¿creemos acaso que no lo van a recordar cuando nos vean perder los estribos con ellos, con nuestra pareja o con otras personas? Si les enseñamos el principio que dice: “Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos” (Proverbios 27:2), pero insistimos en llamar la atención sobre nosotros mismos, ¿cómo imaginarnos que no van a detectar la hipocresía?
¿Y si hablamos de los demás? La Biblia condena los chismes y es difícil evadir este principio en las Sagradas Escrituras. ¿Damos un buen ejemplo de cómo aplicar este principio? Por otra parte, ¿qué tan honrados somos? ¿Con cuánto amor tratamos a nuestra pareja? ¿Tomamos en vano el nombre de Dios? ¿Santificamos el sábado? Leer la Biblia a nuestros hijos encierra este reto: a medida que ellos lleguen a creer lo que estamos enseñándoles, también empezarán a medirnos según nuestras palabras de instrucción. Los ojos de los pequeños llegarán a vernos, para bien o para mal, de la manera que somos en realidad. Instruirlos a ellos también nos ayuda a ser personas mejores.
El ejemplo de los padres puede y debe ser positivo. Las palabras, aunque sean de uno solo de los padres, deben servir para reforzar las palabras de la Biblia de un modo directo y poderoso. En una carta del apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, resaltó la fe profunda de su madre y de su abuela, que habían dejado impresiones profundas en el joven aunque su padre, por lo visto, no era creyente (2 Timoteo 1:5).
Cuando adoptamos el hábito de leer la Biblia a nuestros hijos, ponemos un fundamento de familiaridad con principios invaluables que les ayudarán a alcanzar el verdadero éxito. Si animamos y también corre
gimos a nuestros hijos sin hipocresía, nuestras palabras harán eco de las palabras provenientes de nuestro Padre, quien nos instruye a nosotros en el camino que debemos seguir, y por intermedio nuestro los instruye a ellos.