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En un mundo de crecientes dificultades económicas y un futuro incierto, podemos dar ciertos pasos sencillos y prácticos para alcanzar el verdadero éxito en la vida. Es importante conocer y aplicar estos principios vitales.
Millones de personas han perdido el empleo a raíz del coronavirus. Algunas apenas comenzaban su vida laboral cuando llegó la pandemia; otras se hallaban establecidas en actividades prósperas que parecían ser el fundamento para una larga vida de éxito. Y de pronto vieron desvanecer sus esperanzas ante una crisis económica y social sin precedentes.
¿Cómo ha respondido la gente? Mucha gente ha recurrido a las apuestas. La popularidad de las apuestas en línea, que ya era extendida, se multiplicó mientras la gente pasaba semanas y meses confinada e inhabilitada para hacer gran cosa fuera del hogar. Un informe del Reino Unido encontró que las apuestas virtuales sobre deportes aumentó un 88 por ciento en el 2020, comparadas con el mismo mes del 2019 (Wired.co.uk, 4 de diciembre del 2020).
¿Acaso esa actividad ha producido algún éxito? ¡Nada de eso! Pocas personas han ganado algo de dinero… pero muchos se han convertido en víctimas del vicio del juego. El Concejo Nacional sobre el Juego Compulsivo advirtió que “la pandemia puede afectar más a las personas que tienen el vicio del juego” (Healthline.com, 18 de noviembre del 2020).
No es raro que el éxito se mida en parte por la riqueza, y para muchos esta ha sido difícil de alcanzar durante la pandemia. ¿Cómo definimos el éxito y cómo reaccionamos ante el fracaso? En este artículo analizaremos brevemente un conjunto de principios de eficacia demostrada para alcanzar el verdadero éxito, principios que han sido de ayuda tanto para este autor como a muchos de mis conocidos.
La mayoría de las personas han oído del inventor Thomas Alva Edison. Con más de mil patentes a su nombre, se le atribuyen importantes avances en tecnologías, que van desde la luz eléctrica hasta las baterías, la grabación sonora y las películas. Es claro que no todos los experimentos de Edison produjeron los resultados que esperaba, pero, ¿qué pensaba de sus propios esfuerzos? A un colega desanimado le dijo que, aun después de mil experimentos frustrados en un proyecto: “nunca me dejo desanimar… por el contrario, aprendí de manera evidente, que esa no era la manera de hacer las cosas, y que tendría que buscar otra forma. A veces aprendemos mucho de nuestros fracasos, si nos hemos esforzado dedicando el mejor razonamiento y el trabajo que somos capaces de hacer”, (American Magazine, vol. 91, 1921, pág. 89).
Antes de que Dios lo llamara al ministerio, el señor Herbert Armstrong, quien nos antecedió en esta obra de El Mundo de Mañana, tuvo mucho éxito como hombre de negocios. Pero le ocurrió lo que a otros millones de personas: su trayectoria de negocios se vino abajo con la caída de la bolsa en 1929, y la gran depresión de los años treinta. Durante algún tiempo, parecía que hubiera fracasado, pero aun así Dios lo escogería como poderoso dirigente. Más adelante, reflexionando sobre sus años de diversas experiencias, compiló lo que llamó: Las siete leyes del éxito. Incontables miles, quizá millones, han seguido estas leyes en su vida, y han alcanzado éxito que nunca antes se imaginaron. Este artículo hace un breve examen de los siete principios vitales que podemos poner en práctica ¡para cambiar la vida!
La Biblia habla de cierto personaje poderoso que, en su afán por hallar el éxito, exploró los extremos y los excesos. El antiguo rey Salomón de Israel se empeñó en vivir su vida al máximo.
Salomón fue un ingeniero que diseñó sistemas de riego y fue además poeta y músico que formó grupos corales y orquestas. Como rey, poseyó grandes tesoros de plata y oro. Así describió su vida: “Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría” (Eclesiastés 2:7-9).
Como si fuera poco, Salomón tuvo 700 esposas y 300 concubinas. ¿Acaso encontró éxito y felicidad en ellas? Él mismo escribió al respecto: “Mujer entre todas ellas, no la encuentro” (Eclesiastés 7:28, Biblia de Jerusalén). Además, sus esposas terminaron por llevarlo al culto de dioses falsos y esto le valió un final terrible.
Con todo lo anterior, Salomón conservó sabiduría para sopesar lo que había obtenido con su desenfreno. ¿Y qué encontró? “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del Sol” (Eclesiastés 2:10-11).
¿Seremos capaces de aprender del ejemplo de Salomón y evitar sus errores? ¿Buscaremos el éxito correcto? ¿Lo buscamos en los lugares debidos y de la forma correcta? De las siete leyes que presentamos, algunas corresponden a principios de sentido común, ¡pero muchas personas parecen carecer de sentido común! Tal vez ya estemos aplicando cuatro o cinco de los principios, pero nos sorprendería descubrir los grandes beneficios que se derivan de aplicarlos todos. Veamos, entonces, cada uno de los siete.
Las personas decididas a lograr sus objetivos suelen fijar metas a largo y a corto plazo, y se dedican a hacer todo lo posible para alcanzarlas; haciendo de lado las distracciones y placeres pasajeros que puedan chocar con sus esfuerzos.
El rey Salomón de Israel alcanzó muchas metas, y algunas le trajeron una satisfacción temporal. Sin embargo, como vimos, se dio cuenta de que estas metas no se traducían en algo de valor ni de éxito permanente. Dijo que sus actividades eran “vanidad y aflicción de espíritu”, sin un valor duradero. ¿Qué nos traerá felicidad duradera y éxito real? En esta revista hablamos de los valores reales e inestimables que se revelan en la Biblia. Entonces ¿cuál puede ser la meta más grande en la vida? ¿Y cuál es la meta personal de cada uno de nosotros para la vida?
En Mateo 6, Jesús dice que no nos afanemos por el alimento y la ropa. Nos recuerda que si Dios provee alimento para las aves del cielo, mucho más proveerá para sus hijos. Lo que estaba diciendo es que todas las cosas que necesitamos, y que nos causan tantos afanes, son secundarias, y que hay algo más importante que todas: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
La meta correcta lleva al éxito verdadero, siempre y cuando pongamos en práctica las siete leyes del éxito. Y nuestras metas a corto plazo deben contribuir a que avancemos hacia la meta final: ¡el Reino de Dios!
¿Qué conocimientos necesitamos para llegar a la meta? ¿Qué preparativos debemos hacer? Si escogemos un oficio manual, probablemente tendremos que trabajar como aprendices antes de recibir el título. Muchas profesiones exigen por lo menos una educación universitaria, o al menos un título avanzado. Hoy más que nunca, es necesario adquirir conocimientos solo para mantenernos en el camino hacia nuestras metas.
Nunca hay que dejar de aprender, pero hay que asegurarse de que sea verdad lo que se aprende. En el libro de Proverbios leemos que el verdadero conocimiento empieza con un profundo respeto y reverencia hacia Dios como la Fuente de todo conocimiento y sabiduría: “El principio de la sabiduría es el temor del Eterno; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:7). Y también: “El temor del Eterno es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Proverbios 9:10).
¿Estamos creciendo en sabiduría? ¿Estamos creciendo en la gracia y el conocimiento de Jesucristo? (2 Pedro 3:18) ¡La clave del verdadero éxito en la vida es el conocimiento de nuestro Salvador! Si pretendemos alcanzar una meta, es preciso instruirnos y prepararnos con miras a alcanzarla, sea física o espiritual. ¡Todos necesitamos la sabiduría y el conocimiento de Dios!
¿Gozamos de buena salud? ¿Nos sentimos con la energía y el vigor necesarios para trabajar duro y conquistar metas? El propio medio que nos rodea puede ser perjudicial para la salud. Hemos llegado a convivir con la contaminación del aire, el agua y los alimentos. A veces resulta difícil encontrar alimentos de calidad y agua potable pura, y lo que hoy constituye nuestro régimen usual no es lo que Dios dispuso para los seres humanos. Sin embargo, todos podemos y debemos esforzarnos por tener una dieta saludable.
Además de una dieta saludable, es importante el ejercicio. La Biblia indica que el ejercicio físico es provechoso, pero es poco en comparación con la dimensión espiritual (1 Timoteo 4:8), y afirma que tenemos la responsabilidad de honrar a Dios en nuestro cuerpo: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20).
Otras leyes de la salud son mantener una actitud mental positiva y tranquila, y evitar los accidentes. Lograremos alcanzar nuestras metas con más eficacia y eficiencia si mantenemos un buen estado físico. Al respecto, tenemos un folleto de mucho interés: Principios bíblicos de la salud. Para más información sobre cómo promover la buena salud que Dios desea, recomendamos su lectura, puede descargarlo desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.
El señor Armstrong llamó a esta una ley de suma importancia. Necesitamos impulsarnos a nosotros mismos para avanzar. El libro de Proverbios nos da una poderosa ilustración:
“Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado” (Proverbios 6:6-11).
El descanso es esencial para la salud, ¡pero no así la pereza! Dios advierte que no seamos perezosos. La hormiga en este caso transporta poco a poco las provisiones para su subsistencia, y en un buen lapso de tiempo ha logrado mucho. Todos necesitamos energía y un sentido de propósito. Debemos disciplinarnos para trabajar eficazmente.
Pensemos en esta ley como la ley para las emergencias. El camino hacia una profesión o meta, quizá parezca claro y allanado, pero la vida suele presentar obstáculos imprevistos. Puede surgir un problema económico imprevisto o una emergencia de salud y entonces, ¿qué vamos a hacer?
Investiguemos siempre las opciones. ¿Qué recursos hay? ¿En cuáles entidades o personas podemos apoyarnos? Y en cualquier emergencia grave, claro está que el primer paso es pedir la ayuda de Dios.
Cuando Jesús se acercaba a sus discípulos caminando sobre el agua, el apóstol Pedro quiso hacer lo mismo. Viéndolo, Jesús le dijo: “Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” (Mateo 14:29-30).
Cuando estamos en apuros, a veces pasamos por alto lo más obvio. En este caso, lo primero que hizo Pedro fue pedir ayuda. ¿Y cómo respondió Jesús? “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:31).
Si estamos en un aprieto, primero que nada pidámosle a Dios que nos libere. Pero también hagamos nuestra parte y busquemos todos los recursos posibles. No nos limitemos. Pidamos consejo a personas sabias. “Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman” (Proverbios 15:22).
Como aconsejaba el señor Armstrong, en todo momento seamos perseverantes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el futuro se veía sombrío para la Gran Bretaña, el 29 de octubre de 1941 el primer ministro Winston Churchill habló en la escuela Harrow. Allí inspiró a sus oyentes a perseverar, diciendo: “De este período de diez meses con seguridad aprendimos esta lección: Nunca se rindan, nunca se rindan, nunca, nunca, nunca; ante nada, sea grande o pequeño, nunca cedan salvo por las convicciones del honor y el buen sentido. Nunca cedan a la fuerza, nunca cedan al poderío aparentemente abrumador del enemigo. Hace un año estuvimos de pie solos, y a muchos países les pareció que nuestra cuenta estaba cerrada, que estábamos terminados”. La historia narra que la perseverancia resuelta de los ingleses y sus aliados terminó por darles una gran victoria.
Quienes responden al llamado de Dios emprenden una carrera espiritual, perseverando hacia una meta final. “Teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2).
Pongamos en práctica la sexta ley del éxito. Corramos la carrera con firmeza y “paciencia”, como dice la versión Reina Valera, o “perseverancia” como se traduce en la Biblia Peshitta. ¡Nunca abandonemos el camino! Corramos la carrera de la vida con perseverancia, recordando que Jesucristo nos promete: “El que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mateo 24:13).
Algunas personas preguntarán: “¿Cómo puedo contar con la guía continua de Dios?” La respuesta sencilla es: orar, ¡reconocerlo en nuestros caminos! Notemos esta otra promesa maravillosa: “Fíate del Eterno de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5-6).
Dios promete que va a dirigir nuestros caminos, y que nos guiará por la vida hasta alcanzar el potencial humano y llegar a nuestro destino final. Pero es necesario orar todos los días y también actuar conforme a sus inestimables promesas. “Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:6-7). Cuando comencemos a orar, cuando empecemos a cambiar todo nuestro camino de vida para seguir el camino del Eterno, que es el camino del verdadero éxito, Dios nos concederá su perdón por medio del Salvador del mundo, Jesucristo. Dios ha prometido tener misericordia de nosotros y perdonarnos, siempre y cuando nos arrepintamos y lo busquemos.
Cuando lleguemos a una encrucijada, cuando tengamos que tomar decisiones, oremos y pidámosle que se haga su voluntad en nuestra vida. Dios ha prometido guiarnos y acompañarnos. Jesús lo dijo: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).
Al poner en práctica estas siete leyes del éxito, y al vivir, en consecuencia, una vida de éxito verdadero, recibiremos las bendiciones de Dios. Dios quiere que tengamos una vida feliz y abundante, pero muchas personas cometen el error de buscar la felicidad como una meta en sí y se frustran. La verdadera felicidad es un subproducto de algo más, y una vida de verdadero éxito es una vida como Dios la dispone. Cuando nuestra vida encuentre un sentido y un propósito, entonces nos llega la felicidad en el camino hacia ese fin.
Tampoco hay que ser rico como el rey Salomón para tener verdaderos valores y felicidad. El autor Dennis Prager escribió: “La pérdida de los valores y el propósito de la vida son las dos fuentes principales de infelicidad… los pobres que tengan un propósito en su vida pueden ser felices, pero los ricos que no tengan un propósito auténtico, no pueden serlo” (NacionalReview.com, 28 de enero del 2020). ¿Y qué mayor sentido puede haber en la vida que buscar el Reino de Dios y su justicia? (Mateo 6:33) ¡No puede haber mayor éxito que este!
Queridos lectores, les animo a poner en práctica la totalidad de estas leyes del éxito. Si lo hacen, llegarán a encontrar la vida abundante que Jesús prometió: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Esta es la vida que recibiremos de Dios, si nos dedicamos primero a buscar el Reino de Dios y su justicia.