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Pregunta: Llevo algún tiempo leyendo su revista y oyendo sus programas, y he notado que ustedes no parecen hablar del Espíritu Santo como una persona. ¿Por qué no? Si no es la tercera persona en una trinidad divina, entonces, ¿qué es el Espíritu Santo?
Respuesta: el apóstol Juan arroja luz sobre la naturaleza de Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Haciendo de lado cualquier concepto preconcebido, vemos aquí dos seres. Juan revela que Aquel conocido como el Verbo se convirtió en Jesucristo (Juan 1:14), y que todo lo creado lo fue por medio de Jesús (Juan 1:3; Colosenses 1:15-18). No hay ninguna mención del Espíritu Santo como miembro de esa Familia.
Muchas personas que se declaran cristianas, dan por un hecho que la persona del Espíritu Santo está demostrada en la Biblia. Pero los redactores del Nuevo Testamento jamás tuvieron esa premisa, como se desprende del saludo en muchas de sus epístolas a nombre de Dios el Padre y de Jesucristo (ver Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; Santiago 1:1; etc.). Si el Espíritu Santo fuera una persona como el Padre y el Hijo, podemos estar seguros de que esa persona no faltaría en los saludos.
Siendo así, ¿cómo debemos entender Juan 14:16-17 donde dice: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”?
La palabra traducida aquí como “Consolador” viene del griego parakletos o paraklete. El idioma griego, al igual que el español, asigna un género a cada sustantivo: masculino, femenino o neutro, sin que ello implique necesariamente que el objeto tenga en sí un sexo. El sustantivo arakletos es masculino, y cuando las versiones traducidas lo señalan con un pronombre específico, suelen usar “él”, aunque “ello” sería correcto tanto desde el punto de vista de la gramática como de la doctrina.
Aun cuando un pasaje no designa al Espíritu Santo con el pronombre “él”, muchos lectores infieren que se está hablando de una persona. Olvidan el recurso literario común llamado personificación, en el cual se atribuyen características humanas o personales a lo que no es un ser humano.
¿Hay en la Biblia casos de personificación? ¡La respuesta enfática es que sí! Proverbios 8:1-3 dice así: “¿No clama la sabiduría y da su voz la inteligencia? En las alturas junto al camino, a las encrucijadas de las veredas se para; en el lugar de las puertas, a la entrada de la ciudad”. ¿Acaso la sabiduría es una persona? Claro que no, salvo que alguien se llamara: “Sabiduría”.
Consideremos también que, según las Escrituras, el Espíritu Santo es algo que se derrama (Hechos 10:45), y también es el Poder de Dios (Lucas 1:35; Romanos 15:13). Metafóricamente, se describe como viento (Hechos 2:2-4; Juan 20:22) y como agua (Juan 7:37-39). Estas serían unas descripciones muy extrañas aplicadas a un ser divino, pero resultan muy naturales para describir el fluir del poderoso Espíritu de Dios.
Cuando Jesús dijo que enviaría al Consolador (Juan 14:16-17), completó la idea en el versículo siguiente: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. El Espíritu Santo es el poder que fluye de Dios el Padre y de Jesucristo. Es el agente mediante el cual vendría Jesucristo a ellos, y por eso proclamó Pablo: “Vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Se trata del Espíritu de verdad que nos guiará a la verdad (Juan 16:13-14), a medida que nos instruya la sabiduría (Proverbios 9:1-6).
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Y ese mismo Dios concedió su Espíritu, su propio Poder, a los seres humanos que fueron llamados, mediante el cual pueden vivir en obediencia a sus leyes, preparándose para la vida eterna que recibirán.
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