Cuatro verdades ocultas en Juan 3:16 | El Mundo de Mañana

Cuatro verdades ocultas en Juan 3:16

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“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

El versículo citado: Juan 3:16, de la versión Reina Valera de 1960, está entre los más conocidos de la Biblia. En muchos lugares aparece escrito en vallas al lado de las carreteras, o en pancartas enormes en los estadios deportivos. Hay por lo menos dos cadenas de restaurantes que imprimen esas palabras, y otros versículos bíblicos, en las tazas y envolturas de las comidas rápidas.

Lamentablemente, para muchos, el versículo sigue siendo un mero eslogan, y muy pocas personas llegan a comprender la profundidad de la verdad que se encuentra en esas palabras escritas por el apóstol Juan. ¿Por qué? Porque la mayoría de quienes se declaran cristianos interpretan el versículo bajo la influencia de siglos de tradiciones humanas, a menudo imbuidos de falsedad pagana, en lugar de verlo por medio del lente de las Sagradas Escrituras.

De hecho, hay miles de interpretaciones y creencias, incluso entre quienes se consideran cristianos. La World Christian Encyclopedia del 2001, identifica más de 33.000 sectas cristianas, y entre ellas hay desacuerdos respecto de muchas doctrinas, convicciones y enseñanzas. ¡Y no todas pueden tener la razón!

¿Será posible que muchos crean incluso en un Jesucristo falso que no es el Jesús de la Biblia? Quien nos advirtió que “se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:24). Tomando en cuenta que miles de iglesias enseñan doctrinas dispares y variadas, ¿será que muchas creen, sin darse cuenta, en un cristianismo falsificado?

La comprensión de Juan 3:16 nos ayuda a responder a esa pregunta. En el presente artículo daremos una breve mirada a cuatro maravillosas verdades, encerradas en estas palabras del apóstol Juan, tan contundentes como inspiradoras. Sin embargo, apenas tocaremos la superficie de lo que enseñan. Para ampliar aun más este tema, le invitamos a leer y estudiar nuestro esclarecedor folleto titulado: Juan 3:16: Verdades ocultas del versículo de oro. Puede solicitar un ejemplar gratuito enviando un correo a: [email protected], o leerlo en línea ingresando a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org. Varias veces citaré el folleto en este artículo.

En el mundo religioso, Juan 3:16 se conoce como “el versículo de oro”. La verdad es que el versículo es mucho más precioso que el oro. Solamente la comprensión de este versículo ofrece una visión más profunda de la naturaleza de Dios, su justicia, el futuro de la humanidad y el destino de los malos.

¿Qué y quién es Dios?

Respecto de la naturaleza y existencia de Dios hay muchas y diversas creencias. Comencemos por el principio: El primer versículo de la Biblia: “En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra” (Génesis 1:1).

¡Qué sencillez! Sin embargo, quien no entiende este versículo muy probablemente tampoco entenderá Juan 3:16. En el folleto citado, lleno de información e inspiración, el autor Gerald E. Weston, presentador del programa de televisión y director general de esta revista, nos da una importantísima explicación comenzando con el primer versículo de la Biblia: “La primera parte de la Biblia donde figura la palabra ‘Dios’ es Génesis 1:1. El término viene del hebreo Elohim, que es plural. La pluralidad de Dios se reafirma en el versículo 26: ‘Entonces dijo Dios [Elohim]: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’” (págs. 3-4).

Observemos que la palabra “nuestra” es plural. Pero al mismo tiempo, Dios es uno, como leemos en Deuteronomio 6:4: “Oye, Israel: el Eterno nuestro Dios, el Eterno uno es”. ¿Qué revela la Biblia acerca de la relación de Jesucristo y Dios el Padre? Jesús afirmó: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).

¿De qué forma Dios es “uno”? El señor Weston nos recuerda:

“La noche en que fue traicionado, Jesús estaba en la Tierra y oró a su Padre en el Cielo. Oró no solamente por sus discípulos en ese momento, sino por los que llegarían a creer por intermedio de ellos. De hecho, estaba orando por nosotros. Notemos las palabras claras sobre la unicidad que aparecen en esta oración: ‘Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno’ (Juan 17:20-21). Vemos, pues, que su deseo es que todos seamos uno, pero, ¿de qué forma? ‘Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad’” (vs. 21-23) (pág. 5).

¿Cómo nos hacemos “uno” con Dios Padre y con Jesucristo? Dios está preparando una Familia. Los discípulos nacerán de nuevo y formarán parte de esa Familia en la primera resurrección. En esta vida, reciben el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos después del bautismo.

Todos necesitamos el don del Espíritu Santo, el poder de Dios. Así lo dijo Jesús en Hechos 1:8, y así exhortó el apóstol Pedro en Hechos 2:38. Agradecemos a Dios porque concederá a los pecadores arrepentidos el don del Espíritu Santo, el Espíritu “de poder, de amor y de dominio propio”, como dice en 2 Timoteo 1:7. Dios es el Padre “de quien toma nombre toda Familia en los Cielos y en la Tierra” (Efesios 3:15). Ruego a quienes aún no tienen el Espíritu Santo, que oren pidiéndole a Dios que también puedan tenerlo a Él por Padre. Jesús nos enseñó a dirigir nuestras oraciones al Padre en Mateo 6:9-13.

Hemos visto que Dios el Padre y Jesucristo son uno. Son los dos Seres que componen la Familia de Dios, y a ellos se unirán los discípulos de Cristo cuando nazcan de nuevo en la resurrección.

Dios tiene muchas características más, que por espacio no podemos mencionar. Nos alegramos porque Dios es amor (1 Juan 4:8, 16), como dice en el versículo de oro. Dios también es el Creador, como leímos en Génesis 1:1. Para conocer más sobre la inspiradora naturaleza de Dios, lea y estudie nuestro folleto gratuito titulado: El Dios verdadero: Pruebas y promesas. Puede solicitar un ejemplar enviando un correo a: [email protected], o descargarlo en línea ingresando a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.

¿Es justo Dios?

Conforme comprendamos mejor a Dios, es natural que nos preguntemos: ¿Es un Ser justo? Ciertas ideas muy difundidas del cristianismo tradicional son graves errores que llevan a muchos a creer que Dios no es justo.

Muchos que se declaran cristianos tienen la idea equivocada de que Dios hará arder a miles de millones de personas en un fuego infernal para siempre… todo porque permitió que nacieran y murieran sin haber oído el nombre o el evangelio de Jesucristo. ¿Es eso justo? El señor Weston hace la pregunta en su revelador folleto:

“El apóstol Juan enseñó claramente que ‘de tal manera amó Dios al mundo’ (Juan 3:16). Aquí la palabra ‘mundo’ no se refiere al planeta Tierra sino a sus habitantes. Y de cualquier modo que los contemos, siempre han sido muchos más los que no se salvan que los salvados. ¿Cómo puede ser esto si tanto ‘amó Dios al mundo’? ¿Acaso es tan débil que no puede salvar a la mayoría de los seres humanos que Él mismo creó? Y esto lleva a la pregunta: ¿Es justo Dios? ¿Hace Dios acepción de personas? ¿Ha tenido, o tendrá, todo el mundo una oportunidad de salvación real y auténtica?” (págs. 17-18).

Los estudiosos de la Biblia saben que la salvación viene únicamente por el nombre de Jesucristo, Salvador del mundo. Hechos 4:12 nos dice: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

Dios tiene un plan para quienes nunca oyeron el nombre de Jesucristo. No se propone condenarlos, como piensan muchos. Hagamos la siguiente pregunta a un ministro o sacerdote: ¿Estarán condenadas al fuego infernal cuando mueran aquellas personas de una tribu en una selva remota, porque nunca oyeron el nombre de Jesucristo y, por lo tanto, no lo aceptaron como su Salvador? La respuesta puede sorprender.

La Biblia revela que Dios sí dará una oportunidad de salvación a esas personas en la segunda resurrección, o resurrección a juicio. El juicio se producirá después del reinado de mil años de Jesucristo en la Tierra, con “los otros muertos”, mencionados en Apocalipsis 20:5, que se levantarán en la segunda resurrección, la resurrección general.

“Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él… Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios” (Apocalipsis 20:11-12). Si los muertos están de pie ante Dios, es porque han resucitado. Encontramos una explicación de esta resurrección a la vida física en Ezequiel 37:1-14, cuando llega la vida al valle de los huesos secos.

En Apocalipsis 20:12 leemos que “los libros fueron abiertos”. Aquí la palabra “libros” es traducción del griego biblion, que pasó al español como nuestra palabra “Biblia”. Prosiguiendo la lectura dice: “Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras” (vs. 12-13). En el juicio ante el gran trono blanco, miles de millones de seres que nunca oyeron el nombre de Jesucristo, o que habiéndolo oído nunca les fue revelado lo que significa ser un discípulo de Jesucristo, recibirán su primera oportunidad de salvación. ¡En esa resurrección a juicio puede haber familiares y amistades que tal vez creímos perdidos para siempre!

Muchos grupos que se declaran cristianos basan sus convicciones más en la tradición que en la Biblia. No creen las afirmaciones claras de las Escrituras, con todo y que son fuente y origen del auténtico cristianismo.

¿Qué significa perderse?

Muchas personas creen que no morirán jamás, porque han aceptado la doctrina pagana según la cual su supuesta alma inmortal no se perderá al morir. En Juan 3:16 la palabra “pierda”, es traducida del griego apollumi, que también se traduce como “morir, destruir, perecer”. Y la Biblia de Jerusalén lo vierte: “el que crea en Él no perezca”.

Pero a diferencia de la creencia generalizada en la mayoría de la cristiandad, el señor Weston escribe en su folleto, páginas 47-48:

“La versión Dios Habla Hoy traduce el versículo 16 así: ‘Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna’. Todos sabemos lo que significa morir. Es el fin de la vida o de la existencia. Y la Biblia se muestra constantemente de acuerdo con esta definición, enseñando claramente que la vida y la muerte son palabras opuestas. Las Escrituras nunca describen la vida humana como algo inmortal en sí. Ya hemos visto, incluso, que también el alma (cualquiera que sea el concepto que se tenga de ella), muere (Ezequiel 18:4, 20). La Palabra de Dios revela que la inmortalidad no es algo que ya tengamos, sino algo que debemos buscar (Romanos 2:6-7) y de lo cual debemos ser revestidos (1 Corintios 15:53-54)”.

La Biblia revela claramente que Dios es el único que tiene inmortalidad (1 Timoteo 6:16), y que la inmortalidad es algo de lo cual debemos revestirnos en el futuro (1 Corintios 15:53). El propósito de Dios es salvarnos de la muerte eterna. Sin embargo, la Biblia dice que quienes rechacen la oportunidad que Jesucristo les dará de arrepentirse y ser salvos cuando resuciten para el juicio ante el gran trono blanco, perecerán en un lago de fuego: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:7).

Los malos incorregibles perecerán en un lago de fuego. Su castigo será la segunda muerte, de la cual no hay resurrección. En otras palabras, ese castigo es la muerte eterna. El apóstol Pablo escribió: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Todavía no tenemos la inmortalidad. La vida eterna será una dádiva, o regalo de Dios.

Hemos visto aquí el contraste entre la cristiandad tradicional y el cristianismo realmente bíblico. La cristiandad tradicional enseña que tenemos un alma inmortal, la cual vivirá eternamente, sin dejar de existir jamás. El cristianismo bíblico enseña que los pecadores que no se arrepientan perecerán en un lago de fuego, sufriendo la segunda muerte, ¡muerte eterna! Y que así dejarán de existir.

La buena noticia es que quienes realmente crean en el Jesucristo de la Biblia, que se arrepientan y se bauticen como indica Hechos 2:38; y permanezcan fieles, no perecerán, sino que recibirán el don de la vida eterna. Nuestro Salvador reveló que los cristianos que se rigen por Juan 3:16 no morirán para siempre, sino que tendrán vida eterna.

Es preciso nacer de nuevo

¿Cómo podemos recibir la vida eterna? Juan 3:3 enseña que debemos nacer de nuevo, pero, ¿qué significa nacer de nuevo? Sobre esto muchos tienen ideas erróneas.

La mayoría de quienes se declaran cristianos conocen la historia del fariseo Nicodemo, que vino adonde Jesús de noche y confesó que, efectivamente, Dios lo había enviado a Jesucristo. Jesús le respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3). La creencia más extendida es que si entregamos el corazón a Jesús, como nuestro Salvador, nacemos de nuevo en ese momento.

Pero, ¿qué le dijo Jesús al fariseo? Algo que lo dejó atónito: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6).

Basta preguntarse: “¿Soy espíritu o soy carne?” Los cristianos físicos se transformarán en seres espirituales en la resurrección. Leamos lo que escribió el apóstol Pablo sobre el cambio milagroso en el momento de la primera resurrección:

“Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:50-54).

A ese momento se refirió Jesús en Juan 3:6 cuando dijo: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Es preciso entender, igual que en el proceso del engendramiento y nacimiento humano, que hay una gran diferencia entre las palabras “engendrado” y “nacido”. En la página 32 de su folleto, el señor Weston explica:

“¿Por qué se genera tanta confusión en torno a este tema? En este pasaje de las Escrituras, la palabra que se traduce como ‘nacer’ es el griego gennao. Los traductores conocedores del griego, pero sin entender las implicaciones doctrinales, traducen esta palabra poco usual como ‘nacer’, ‘engendrar’ o ‘concebir’. El detalle parece pequeño, pero es causa de confusión y de una comprensión errada, especialmente en cuanto al concepto de ‘nacer de nuevo’”.

Cuando recibimos el Espíritu Santo en el bautismo, nos convertimos en hijos engendrados de Dios. No obstante, a pesar del equívoco doctrinal de muchos traductores, la palabra gennao se ha vertido correctamente en la Biblia de Jerusalén, donde leemos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva” (1 Pedro 1:3). Nuestro Padre en el Cielo nos engendra como hijos suyos, y como tales, amamos a todos los hijos engendrados por el Espíritu Santo. Para nacer de nuevo en la primera resurrección, primero tenemos que haber sido engendrados en ocasión del bautismo.

El gran amor de Dios por nosotros

El impresionante acto de amor divino que fue sacrificar al Hijo, para que podamos recibir el perdón de nuestros pecados, fue también un acto de amor de parte del Hijo, el Salvador, quien dio su vida por nosotros. Recordemos el testimonio de Juan el Bautista: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Nuestro Señor fue el Cordero pascual sacrificado por nuestros pecados. “Porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).

El señor Weston escribe extensamente sobre el amor más grande en su folleto de estudio gratuito: Juan 3:16: Verdades ocultas del versículo de oro. Y deja esta conclusión:

“El apóstol Juan consigna estas palabras dichas por Jesús la noche en que fue traicionado: ‘Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos’ (Juan 15:13). Juan 3:16 nos recuerda que Dios el Padre nos amó a tal punto, que entregó voluntariamente a su Hijo para que fuera nuestro Amigo, para que se despojara de sus privilegios divinos a fin de que evitáramos la muerte y tuviéramos vida eterna. ¿Es posible que en todo el Universo haya un amor mayor que el expresado en esa Pascua hace casi 2.000 años?” (pág. 15).

Todos podemos tener el perdón de los pecados y recibir la gracia de Dios. El día de Pentecostés del año 31 d.C., el apóstol Pedro se dirigió a una multitud que había consentido en la crucifixión de Jesucristo. En Hechos 2:36-39 dijo:

“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare”.

Si usted siente que Dios le está llevando hacia el arrepentimiento y el bautismo bíblico, le invitamos a comunicarse con uno de nuestros representantes regionales, solicitándolo por medio de un correo a: [email protected]. Con el Espíritu Santo actuando en usted como discípulo bautizado y fiel, ¡podrá comenzar a vivir personalmente las verdades ocultas de Juan 3:16!