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Durante miles de años los filósofos se han preguntado:
¿Cuál es el propósito de la vida?
La respuesta se encuentra en las páginas de la Biblia.
Hace poco más de un año, el 15 de noviembre del 2022, las Naciones Unidas anunciaron un hito histórico: La población del mundo había llegado a ocho mil millones. ¿Qué futuro les espera a estos ocho mil millones de personas? ¿Cuántas tienen la actitud que el apóstol Pablo expresó con ironía en 1 Corintios 15:32?: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”.
¿Nos contamos acaso entre los millones que piensan que el objetivo de la vida es simplemente disfrutar los placeres físicos antes de morir, para luego caer en el olvido? ¿Somos solo una aglomeración de células unidas al azar por un proceso evolutivo materialista? Los evolucionistas dirán que el objetivo final de la vida es la autodecisión, la autopreservación y la autoperpetuación. No hay duda de que el deseo de subsistir, y de tener una familia y unos hijos forma parte de la naturaleza humana; pero, ¿acaso eso es todo?
Francamente, no hay otra pregunta más importante que esta: ¿Por qué vivimos? Si no sabemos la razón de la vida ni el sentido que tiene, no podremos conocer el propósito y nuestro destino.
Los filósofos llevan miles de años proponiendo respuestas a la pregunta: ¿Cuál es el significado de la vida? Es una pregunta que todos deberíamos estar en capacidad de responder. En este artículo hablaremos del maravilloso y asombroso propósito de la vida humana, y basaremos este análisis en las páginas de la Biblia.
Buena parte del mundo actual ha acogido una visión evolucionista del mundo, y muchos materialistas y evolucionistas aseguran que la vida carece de una finalidad trascendental. Por ejemplo, el conocido astrónomo y cosmólogo Carl Sagan pensaba que dentro del panorama del Universo los seres humanos son casi insignificantes. Cuando la sonda espacial Voyager 1 captó una imagen del planeta Tierra, Carl Sagan contempló este punto azul pálido, como lo llamó, e hizo un comentario sorprendente: “Nuestra presunción, la importancia que queremos darnos, la ilusión de que ocupamos una posición de privilegio en el Universo; se hallan ante el desafío de este punto de luz pálida. Nuestro planeta es un punto solitario en la gran oscuridad cósmica que lo envuelve. En nuestra oscuridad, en toda esta enormidad, no hay la menor señal de que llegará ayuda de otra parte para salvarnos de nosotros mismos” (Un punto azul pálido, 2006).
Sagan escribió que el planeta Tierra es “un punto solitario en la gran oscuridad cósmica”. ¿Debemos entonces colegir que somos tan insignificantes como para carecer de una razón de ser? Si es así, entonces, ¿por qué existe el Universo? ¿Acaso no tiene finalidad? ¿Acaso el Universo, y la parte que nos corresponde, se reduce a un sinsentido? Esta filosofía atea reconoce que no puede, y no quiere, responder la pregunta: ¿Qué propósito y qué sentido tiene la vida?
Por otra parte, Sir John Eccles, premio Nobel de Medicina en 1963, vio claramente un significado importante en la creación. En su época, Sir John Eccles fue quizás el más destacado experto mundial en el tema de la mente y el cerebro. Las observaciones de este distinguido científico acerca del sentido y propósito de la vida son profundas. Por allá en los años ochenta, dijo lo siguiente para una entrevista en el programa de televisión The World Tomorrow:
“Yo diría que el sentido… vuelve necesariamente al Creador… Hay que creer que hay algo más detrás de todo esto, desde nuestra existencia misma como seres creados, hasta lo que hacemos y cómo vivimos en lo que nos gusta considerar en una sociedad altruista, donde amamos y cuidamos a los demás, donde vivimos por los demás; construimos un nuevo mundo de amor, inspiración, dedicación y sacrificio para construir un mundo así. Pienso que el significado de todo esto está en la mente del Creador. Vea usted… cuando uno se aleja del materialismo, se le presentan maravillosas oportunidades. Se deja de estar amarrado, atascado”.
Sir John Eccles veía las limitaciones del materialismo con toda claridad. Una definición de materialismo es: “Teoría de que la materia física es la única realidad fundamental, y que todo ser y todo proceso o fenómeno puede explicarse como manifestación o resultado de la materia” (Merriam-Webster.com). Pero la materia física no es la única realidad, y el materialismo no puede o no quiere responder a la pregunta: ¿Qué propósito y qué sentido tiene la vida? Es, por definición, una filosofía del sinsentido.
El Creador del Universo tiene una seria advertencia para los ateos, advertencia que inspiró al apóstol Pablo:
“La ira de Dios se revela desde el Cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:18-21).
Algunos seguidores, de la visión materialista del mundo, llegan al punto de reconocer que la filosofía del sinsentido les da la libertad para practicar toda suerte de prácticas inmorales. Desde hace miles de años, sin embargo, algunos filósofos han atribuido un significado más trascendental a la vida, aunque muchas de sus filosofías son insuficientes, e incluso promueven grandes errores.
Los antiguos filósofos griegos se idearon una amplia serie de respuestas relacionadas con el sentido y propósito de la vida. El apóstol Pablo estaba bien familiarizado con esas escuelas del pensamiento. Estuvo en Atenas alrededor del año 50 d.C.: “Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección. Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas?” (Hechos 17:18-19).
Enseguida Pablo les proclamó al Dios Creador que hizo el mundo y todo lo que hay. Luego hizo una observación fundamental pero asombrosa: “En Él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (v. 28).
“En Él vivimos, y nos movemos, y somos”. Toda nuestra existencia, dice el apóstol Pablo, ¡está íntimamente ligada al Dios Creador! Hasta los poetas griegos sabían que somos “linaje” de Dios, hijos suyos. Pablo sabía que la vida humana no puede tener verdadero sentido ni finalidad aparte de Dios. Nosotros fuimos creados para tener una relación especial con nuestro Creador. Este es el fundamento mismo de una vida con sentido. El Salvador Jesucristo también afirmó cuál es el máximo propósito de la vida. Cierto abogado le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40).
Esa relación conduce a un cambio: de una naturaleza humana egoísta, a una naturaleza espiritual de amor. Dios desea que nazcamos dentro de su Familia eterna. Esa transformación final ocurrirá en la resurrección, tal como lo explica la Biblia. El Salvador Jesucristo es el primer nacido de entre los muertos (Apocalipsis 1:5). Es el primogénito de muchos hermanos (Romanos 8:29). Los hijos de Dios serán transformados de mortales a inmortales en la resurrección, como se afirma en 1 Corintios 15:53. Todos tenemos la oportunidad de pertenecer a esa Familia eterna, de formar parte del gobierno de Dios y su Familia real. Jesús nos enseña: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
La Biblia revela el verdadero sentido y propósito de la vida. Sus profecías nos dan el conocimiento del futuro del mundo, y el futuro de la humanidad. Ese futuro revela la razón de ser y el objetivo de la vida. Jesucristo vino con un mensaje llamado el evangelio, que significa “buenas nuevas”, y que enseña un anuncio celestial: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el Cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
Demos gracias a Dios porque tiene un plan que nos salvará de la extinción humana. Ahora estamos encaminados hacia la Tercera Guerra Mundial y el Armagedón, si como personas y como naciones no cambiamos nuestro modo de vivir. Más allá del Armagedón, Dios ha prometido que vendrá una nueva era a partir del regreso de Jesucristo a la Tierra, y el establecimiento de su Reino sobre todas las naciones. Apocalipsis 5:10 y Apocalipsis 20:6 revelan que nuestro llamamiento y finalidad en ese Reino es gobernar como reyes y sacerdotes bajo Jesucristo como Rey de reyes. ¿Qué más ha prometido Dios a los fieles discípulos? ¿Cuál es el destino más allá de la muerte? “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34).
Efectivamente, los fieles discípulos (entre los cuales podemos estar), heredarán el Reino de Dios. El profeta Daniel confirma esta promesa: “Después recibirán el Reino los santos del Altísimo, y poseerán el Reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (Daniel 7:18). Concentrémonos en “eternamente”. Los fieles discípulos heredarán la vida eterna. Esa es solo una pequeña parte del glorioso destino que Dios tiene preparado para su pueblo fiel.
La asombrosa verdad es que el futuro nos puede ser grandioso, espléndido y trascendental; más allá de todo lo que se puede imaginar. Para tener una pequeña idea de lo que significa el plan de Dios, veamos lo que dijo Jesús cuando vinieron a visitarlo su madre y sus hermanos, mientras hablaba con un numeroso grupo de personas:
“Mientras Él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar. Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar. Respondiendo Él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:46-50).
¿Haremos la voluntad de nuestro Padre? ¿Alcanzaremos nuestro destino como futuros miembros de la Familia divina?
Cuando el apóstol Pablo les habló a los filósofos griegos en Atenas, les dijo que nuestro objetivo en la vida está íntimamente ligado al Creador del Cielo y de la Tierra: “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:28).
También vimos la increíble afirmación de Jesús, al afirmar que sus discípulos fieles son su familia: “Extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:49-50).
Jesús se refirió a quienes obedecen a nuestro Padre celestial como miembros de su Familia espiritual. Así es como Dios nos invita a formar parte de su propia Familia. El apóstol Pablo escribió que doblaba las rodillas antes nuestro Padre celestial: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los Cielos y en la Tierra” (Efesios 3:14-15).
¡Dios es el Padre que da nombre a toda Familia en el Cielo y en la Tierra! Está creando una Familia. ¡Su deseo es que optemos voluntariamente por convertirnos en hijas e hijos suyos! Dios quiere vernos abandonar los caminos carnales e impíos del mundo: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17-18).
Dios es amor, como escribió el apóstol Juan (1 Juan 4:8, 16). El amor que Dios tiene por nosotros es tan grande ¡que anhela tenernos como hijas e hijos! Recordemos cómo debemos orar conforme a la oración modelo. ¿Cómo empezamos las oraciones? “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9). ¿Cómo nos convertimos en hijas o hijos de nuestro Padre celestial? Primero debemos reconocer al Dios Todopoderoso como el Creador del Cielo y de la Tierra. Lo vemos en Hebreos 11, conocido como el capítulo de la fe: “Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (v. 6).
Muchos lectores de El Mundo de Mañana han recibido maravillosas respuestas a sus oraciones, porque se han humillado para orar a su Padre celestial. Pero hay otro paso que Jesús expuso claramente cuando predicó el evangelio del Reino de Dios: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del Reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).
Jesús llamó a todos sus oyentes al arrepentimiento. ¿Qué significa arrepentimiento? ¿Qué hacemos cuando nos arrepentimos? Renunciamos al pecado, que es quebrantar la ley de Dios, sus diez mandamientos. Arrepentirse es cambiar de mentalidad, y expresar un dolor profundo y sincero por nuestros pecados, conductas y actitudes. No es solo pensar de diferente manera, sino que debemos dar un cambio en nuestra vida y seguir el camino de Dios, dejando atrás el camino carnal del egoísmo, codicia, concupiscencia, envidia y otros pecados.
Recordemos el comienzo de la Iglesia del Nuevo Testamento en el día de Pentecostés, el apóstol Pedro les dio instrucciones a sus oyentes: “Les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:38-39).
Si usted se ha arrepentido profundamente de sus pecados, y si ha aceptado a Jesucristo como su viviente Salvador, es preciso que se haga bautizar. Para mayor información, tenemos representantes en muchas regiones del mundo. Le invitamos a comunicarse con nosotros en nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org o enviarnos un correo a: [email protected]. Este es el momento de buscar a Dios (Isaías 55:6-7), quien nos perdonará misericordiosamente si cumplimos las instrucciones de Jesucristo.
Después del arrepentimiento sincero, de la fe y el bautismo, Dios concede el don del Espíritu Santo. Entonces comienza una vida realmente espiritual. Nos convertimos en herederos de Dios, coherederos con Jesucristo. Podemos leerlo con nuestros propios ojos en Romanos 8:14-17: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción [filiación], por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”.
Ya hemos visto nuestra maravillosa herencia: heredaremos la Tierra (Mateo 5:5), heredaremos el Reino (Mateo 25:34; Daniel 7:18) y heredaremos la vida eterna (Mateo 19:29).
Debemos aclarar que desde este momento podemos ser herederos de Dios, pero aún no hemos recibido la herencia. ¡Esta se recibirá en la resurrección! Entretanto, como hijos engendrados de Dios, es preciso que crezcamos en la gracia y el conocimiento de Jesucristo (2 Pedro 3:18). A medida que aprendemos el camino de Dios y lo pongamos en práctica, iremos creciendo en el carácter divino. Un proceso de toda la vida.
Lamentablemente, la visión del futuro que prevalece en este mundo no suele ser muy alentadora. Sin embargo, la realidad más grande es que Dios es omnipotente, todopoderoso. El apóstol Pablo nos dejó estas palabras que nos llenan de inspiración: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” (Apocalipsis 19:6). Y así es: Dios es el Rey supremo. Y su Reino es la Familia de Dios y el gobierno de Dios.
Podemos llegar a formar parte de la Familia real, divina y llena de amor. El apóstol Pablo escribió: “Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Corintios 12:12).
De los ocho mil millones de seres que estamos en la Tierra, la gran mayoría tendrá su oportunidad única de salvación en el juicio ante el gran trono blanco al final del milenio. Nuestros lectores de El Mundo de Mañana han leído acerca del plan de Dios para toda la humanidad. En la era actual, las mayorías viven y mueren sin haber tenido una auténtica oportunidad de oír el nombre de Jesucristo y su mensaje; pero Dios, que es justo y amoroso, no las dejará sin esperanzas.
En este tiempo Dios está llamando a un pequeño grupo de seres para que sean sus primicias. Si a usted le está llamando, no se resista a ese llamado para ser miembro del cuerpo de Cristo, la Iglesia de Dios verdadera. Aunque en el mundo reina gran confusión religiosa, nosotros tenemos la promesa de Jesús de que su Iglesia no morirá: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Efectivamente, su Iglesia no morirá.
Un objetivo de la Iglesia de Dios es reunir a los creyentes para adorarle en el día que dispuso como su día de culto, el séptimo día o sábado. Pablo nos dice que no dejemos de “congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25).
Al departir nosotros y nuestra familia con otros discípulos llenos de amor y de fe, iremos creciendo espiritualmente en el amor de Dios. Nuestros jóvenes disfrutan los campamentos anuales donde participan en deportes, otras actividades el aire libre y lecciones sobre la vida cristiana, que los invitan a vivir en carne propia los valores de vida abundante que los acompañarán durante toda la vida y aun después. En varios países del mundo, la Familia de Dios pasa ocho días en la Fiesta de los Tabernáculos. Se están preparando para el mundo de mañana, cuando todas las naciones guardarán los días santos de Dios y las fiestas bíblicas (Zacarías 14:16).
Vivimos por algo y para algo. Dios nos está preparando un futuro glorioso, razón para buscarlo de todo corazón (Isaías 55:6-7). Y el Salvador Jesucristo nos señala el objetivo en la vida: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadida” (Mateo 6:33).