Corriendo por la cancha de baloncesto, sentí que se me enredaban los pies y empezaba a caer. El piso de concreto, cubierto de tierra y pequeñas piedras, parecía levantarse hacia mí. Por un momento, el tiempo pareció detenerse mientras los demás jugadores pasaban volando a mi lado.
Me estremecí esperando el impacto… y como un relámpago se me vinieron las instrucciones del entrenador para un momento así: “¡Girar y rodar!” Nos había advertido que no intentáramos detener la caída sino doblar el codo y caer rodando sobre el hombro.