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El mundo en que vivimos está profundamente dividido y esas divisiones parecen empeorar cada día. Sin embargo, hay algo por cierto sorprendente, que al parecer sí une a muchos. Pese a la amplia divergencia de opiniones sobre prácticamente todo, por lo menos la inmensa mayoría entre los miles de millones del llamado cristianismo celebra la navidad.
Si usted está entre quienes observan la navidad, ¿por qué lo hace?
Ciertamente la navidad es muy popular, y son muchas las naciones y culturas que celebran esa fiesta anual. Como bien lo señala History.com: “La fiesta que probablemente más se celebra en el mundo, nuestra actual navidad, es producto de cientos de años de tradiciones tanto seculares como religiosas, provenientes de todo el globo”.
Noruega popularizó la costumbre del tronco navideño y Alemania aportó la tradición de decorar un árbol de hoja perenne. La costumbre de las posadas, especie de villancicos que a menudo se cantan de casa en casa, tuvieron su origen en México, y se han extendido por todo Centroamérica. Las culturas latinoamericanas hacen mucho énfasis en el nacimiento de Cristo y los pesebres, o escenas de la natividad de Jesús. En Australia, donde la navidad cae en pleno verano, la gente suele celebrar con paseos a la playa y asados al aire libre. En las Filipinas es raro ver un copo de nieve… pero los centros comerciales de todo el país aparecen adornados con figuras de san Nicolás y sus renos.
El atractivo de la navidad es amplio y profundo. Para muchos, es el acontecimiento más importante del año. ¿Celebra usted la navidad? Y si es así, ¿cómo la celebra?
El autor Desmond Morris describe así la temporada navideña:
“¿Por qué veo a aquella señora comprando alimentos en cantidad como para resistir un asedio a la ciudad? ¿Qué hace aquel hombre luchando por introducir un pequeño pino en el asiento de atrás de su automóvil? ¿Y esa pareja que se abre paso tambaleante por la calle cargando una montaña de paquetes?… ¿Qué está pasando? La respuesta, desde luego, es que se acerca la navidad… el género humano se dispone a celebrar su gran festival invernal. Hay muchos días especiales en el año… pero nada que se compare con el impacto enorme del día de navidad” (Christmas Watching, pág. 2).
Muchas compras, mucho cocinar, decorar, colgar adornos… ¡y eso es solo el comienzo! Esta observancia anual toca prácticamente a todos y trae sentimientos de expectativa a incontables corazones. El señor Morris observa que en la temporada navideña… “todo cambia. Se suspende el trabajo, grandes imperios comerciales ponen los frenos. Los embotellamientos del tráfico desaparecen. La gente come de otra manera, viste de otra manera y adorna su casa de otra manera… Hay festejos con comidas especiales y se beben bebidas especiales. Hay regalos para abrir y juegos para jugar. Y, ante todo, hay una serie de ritos especiales para cumplir, desde besos bajo una ramita de muérdago hasta la colocación de fruslería en el árbol de navidad, encender el postre navideño y abrir las sorpresas navideñas” (pág. 1).
¿Por qué la gente sigue sin falta la misma rutina cada año? ¿Qué objeto tiene? El señor Morris dice en conclusión:
“¿Por qué nos entregamos a estas curiosas costumbres?… ¿Qué significa todo eso y dónde se originaron los muchos actos al parecer irracionales que cumplimos cada año en la temporada que rodea al 25 de diciembre? Aunque oficialmente la navidad celebra el nacimiento de Cristo, muy poco de lo que hacemos en la temporada navideña tiene alguna conexión con el cristianismo, y menos aún con la llegada de Jesucristo en la carne… Por ser mucho más que una simple festividad religiosa, la navidad gusta a casi todo el mundo. Se convierte en un suceso mundial. Personas que jamás han pisado una iglesia en la edad adulta, cumplen las ceremonias navideñas sin cuestionar. Generalmente no tienen ni idea de por qué lo hacen” (págs. 1-2).
Con franqueza extraordinaria, el señor Morris ofrece un resumen del supuesto acontecimiento más importante del año, y exhibe las tradiciones navideñas como algo vacío y sin sentido. ¿Está usted en disposición de examinar esas tradiciones? Si tiene el valor de hacerlo, quizá le cause un impacto descubrir cuánto más satisfactorio es guardar los días especiales que Dios ha dispuesto que guardemos.
¿Es la navidad en honor a Cristo?
Muchas personas observan la navidad en un intento por mostrar amor y lealtad a Jesucristo. Su respuesta a la pregunta “¿Por qué la navidad?” Sería: “Pues, para adorar a Cristo”. ¡Y debemos adorar a Cristo! Él es nuestro Salvador, el autor de nuestra salvación, quien regresará a gobernar al mundo como Rey de reyes y Señor de señores. ¡Debemos honrarlo! Ahora la pregunta es: ¿Cómo?
Dirigiéndose al pueblo que le oía, Jesús exclamó:
“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca” (Lucas 6:46-48).
Todos deseamos la paz mental. Todos queremos tranquilidad y no sentir que las cosas se nos salen de las manos. Piense en las anteriores palabras de Jesús en relación con su propia vida. ¿Desea tener el apoyo de Dios en los momentos difíciles? ¿Desea confiar en que, pase lo que pase, siempre podrá contar con su ayuda?
Vivimos en tiempos inciertos. El mundo se hace más peligroso e imprevisible, y muchos, con razón, se preocupan por el futuro. La profecía nos habla de tiempos difíciles que se avecinan, pero Jesucristo dijo que los que edifican sobre la “Roca” podrán tener confianza en medio de las tormentas de la vida.
Veamos, en cambio, lo que ocurre si no edificamos sobre la Roca que es Cristo: “El que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa” (Lucas 6:49).
¿Sobre qué está usted fundamentando su vida? ¿Y la de sus hijos? ¿Los está preparando para poner un fundamento capaz de resistir las tormentas que vendrán?
Muchas costumbres navideñas giran en torno a un personaje imaginario que supuestamente ama a los niños, vuela a velocidades sobrenaturales en un mítico trineo, sabe quién se ha portado bien y quién se ha portado mal; y trae regalos maravillosos a los que son buenos. Se trata, claro está, de papá Noel, o san Nicolás. Y claro, todos sabemos que ese tal personaje no es real… ¿verdad?
Mejor piense que sí existe un Ser que ama a los niños, que puede viajar a velocidades sobrenaturales, que está al tanto de todas nuestras acciones y pensamientos. Realmente sabe cómo nos hemos comportado y nos recompensa conforme a nuestras obras. Este Ser es el Cristo de la Biblia, y es fácil encontrar pasajes en las Sagradas Escrituras que revelan su carácter:
“Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el Reino de los Cielos. Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí” (Mateo 19:13-15).
Todos los años, por la época navideña, vemos hombres disfrazados de san Nicolás apostados en lugares visibles de los centros comerciales. Hay colas de niños emocionadísimos que esperan su turno para sentarse en sus faldas y susurrarle al oído lo que desean recibir. Pero la Palabra inspirada de Dios nos habla de alguien que es real y que vive, alguien que demostró, estando en la Tierra, cuánto ama a los niños y que desea escuchar sobre su vida e inquietudes. Aun cuando sus discípulos pensaban que estaba demasiado ocupado, Él dedicaba tiempo a los niños. Los acercaba a Él, los abrazaba, les ponía las manos en la cabeza para bendecirlos y oraba por ellos. Ese es el Jesucristo de la Biblia. ¿Quién es más real para sus hijos: San Nicolás, o Jesucristo?
Recién resucitado Jesucristo, permitió a los discípulos vislumbrar su poder:
“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:19-20).
Nuestra cultura glorifica los cuentos de un personaje mágico que trae regalos en la temporada navideña y luego desaparece en el cielo nocturno. Pero Jesucristo resucitado sí tenía poder para desplazarse adonde fuera en un abrir y cerrar de ojos. Incluso, se apareció instantáneamente en un cuarto que tenía las puertas cerradas, ¡cosa que obviamente está fuera del poder natural del hombre!
Cuando Cristo regrese, la Biblia muestra que va a recompensar a los seres humanos según sus obras: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:12-13).
Jesucristo sabe quién “se ha portado bien” o “mal”, y dará su recompensa a cada uno según sus acciones. La salvación en sí es un don gratuito de Dios para quienes lo buscan con fe y obediencia, pero Cristo sí ve lo que hacemos y recompensará tanto nuestro servicio a Él como las bondades que mostremos con amor y generosidad a quienes nos rodean.
¿A quién debemos honrar y adorar a la luz de todo lo anterior? Es claro que nuestra devoción pertenece a Aquel que sí puede atravesar paredes y viajar a velocidades impensables por el mundo. Debemos honrar y adorar a Aquel que sí conoce todos nuestros pensamientos y obras, Aquel que sí nos ama y ama a nuestros hijos ¡y que lo demostró entregando su vida por nosotros!
No obstante, la cultura popular glorifica a otra figura, un héroe ficticio que se ha robado la atención que corresponde a Cristo. Desmond Morris señala precisamente este hecho más adelante en su libro:
“Santa Claus comenzó su vida como Nicolás, bondadoso obispo en la antigua ciudad costera de Myra en lo que hoy es el Suroeste de Turquía… A raíz de sus dádivas generosas y su protección de los niños pequeños, [Nicolás] llegó a ser un santo de enorme popularidad en toda Europa” (pág. 12).
Luego, el señor Morris explica cómo esta figura se alteró y evolucionó con el correr de los siglos hasta convertirse en el san Nicolás actual:
“El nombre de papá Noel se amalgamó con la personalidad de san Nicolás, dando lugar así al personaje navideño de inmensa popularidad. Pese al disgusto del clero más piadoso, san Nicolás llegó a ser más popular que Jesús entre los niños modernos. El hecho indignó a ciertos elementos en la Iglesia, pero eran impotentes para detener su ascenso al punto central de la festividad navideña… Papá Noel, llamado también san Nicolás, no habría de desaparecer” (pág. 13).
¿Es acaso san Nicolás más real para los niños que Jesucristo? Y en tal caso, ¿no es obvio que algo anda terriblemente mal?
Todos debemos conocer mejor al Dios verdadero. Para esto es preciso que rechacemos a los impostores imaginarios que pretenden ocupar su lugar.
¿Es la navidad un tiempo sano familiar?
Este artículo se ha referido hasta ahora a quienes guardan la navidad por motivos religiosos, pero muchos celebran la fiesta por motivos muy ajenos a la religión, enteramente seculares. Ven en ella una oportunidad para departir con familiares y amigos y para cultivar el cariño y los buenos sentimientos entre todos. Claro que es bueno pasar tiempo en compañía de nuestros allegados. Dios nos creó en familias y nos hizo desear un vínculo con otras personas. Aun el sencillo hecho de comer juntos es algo que refuerza los lazos entre los seres humanos.
¿Pero acaso las comidas y demás ocasiones de fiesta durante el año deben centrarse únicamente en el hecho de estar juntos? ¿No deben incluir también esos tiempos especiales a Aquel que nos creó? Es interesante señalar que la palabra “fiesta”, aunque hoy la empleamos en sentido muy amplio, encerró desde su origen la idea de un compromiso solemne. La primera acepción de esta palabra en el diccionario de la Real Academia Española es: “Día en que, por disposición legal, no se trabaja”. Y la segunda es: “Día que una religión celebra con especial solemnidad dedicándolo a Dios o conmemorando un hecho o figura religiosos”.
El Nuevo Testamento señala que la Iglesia primitiva sí se reunía a “partir el pan”. ¿Pero qué Fiestas santas guardaba? Hechos 2:1 describes una de ellas: Pentecostés, Fiesta de las semanas o de los Primeros Frutos. ¿Por qué guardaban esta Fiesta santa? Porque era uno de los días que Dios había mandado guardar con una santa convocación desde los tiempos de Moisés. Otra Fiesta santa era la Fiesta de los Tabernáculos, que el propio Jesús guardaba, según leemos en Juan 7:10.
La Biblia trae una fascinante descripción de la Fiesta de los Tabernáculos como temporada maravillosa para las familias, en la cual padres y madres, hijos, hijas y otros familiares disfrutan su mutua compañía:
“Comerás delante del Eterno tu Dios en el lugar que Él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer al Eterno tu Dios todos los días… y darás el dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante del Eterno tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia” (Deuteronomio 14:23, 26).
¿Quién no se alegraría en una deliciosa cena de buena carne y cordero asado, acompañados de frutas y verduras y quizás una copa de vino producido en sus propios viñedos? Imaginemos varias generaciones sentadas a la mesa, riendo y hablando, contando historias, haciéndose bromas con cariño ¡y disfrutando cada momento! Esta es la imagen, enteramente dentro del contexto de aprender a amar y servir al Dios Creador.
La Fiesta de los Tabernáculos reunía no solamente a los familiares, sino a toda la comunidad. Incluía a quienes de otra forma quedarían al margen o aparte: “[Vendrán] el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que el Eterno tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren” (Deuteronomio 14:29).
Realmente es una ocasión de fiesta, en la cual Dios nos manda a estar “verdaderamente alegres” (Deuteronomio 16:15), cuyos recuerdos perdurarán toda la vida. ¿Quién no desearía tomar parte? ¡La Biblia revela en Zacarías 14:16 que toda la humanidad guardará esta misma Fiesta de los Tabernáculos durante el reinado milenial de Jesucristo!
Jesucristo es nuestro Salvador. Vino a la Tierra voluntariamente. Vivió y murió por nosotros para salvarnos de nuestros pecados. Vendrá de nuevo como Rey de reyes y Señor de señores. Rendirle honor es bueno e incluso esencial. Pero al Rey hay que honrarlo tal como nos dice que lo honremos. Cristo reprendió seriamente a los líderes religiosos de su época por guardar multitud de tradiciones sin reconocer al Dios verdadero: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición… invalidando la Palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas” (Marcos 7:9, 13).
En Jeremías 10:2-3 Dios nos dice: “No aprendáis el camino de las naciones… Porque las costumbres de los pueblos son vanidad”. Estas son instrucciones de Dios. Además, en Deuteronomio 12:30-31 leemos: “No preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré… No harás así al Eterno tu Dios”.
Si nuestras costumbres son religiosas pero no bíblicas, ¿habrá algo que no hemos entendido? Y si nuestras observancias se limitan a lo mundano y no honramos a Dios, quien nos dio la vida, ¿no son en realidad vacías y sin sentido?
Ha llegado el momento de preguntarse: ¿Por qué la navidad? Investigue con sinceridad y la respuesta que descubra, ¡le va a sorprender! [MM]