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Dios diseñó la Tierra y el mar… y también la mente y el corazón humanos. Su Palabra puede ayudarnos a adquirir la disciplina mental que necesitamos para hallar su camino.
¿Qué se nos viene a la mente cuando vemos las olas del mar estrellarse con fuerza contra la costa? ¿Acaso pensamos en una potencia bruta y sin control? En realidad, aunque esas olas parezcan desatadas y fuera de todo control, obedecen a un orden que reina en todos los movimientos del mar.
El Creador ha establecido un ritmo preciso en el vaivén de las aguas del mar por todo el planeta. Las corrientes marinas están dispuestas en una serie de movimientos constantes y dirigidos de las masas de agua, masas tan grandes que, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, “el caudal de la corriente del Golfo de México es 150 veces mayor que el del río Amazonas. La ubicación, dirección y velocidad de las corrientes marinas obedecen a la complicada interacción entre la rotación de la Tierra, los vientos, las densidades y temperaturas de las aguas, y formas del suelo de la costa y el lecho marino. Estos ‘senderos del mar’ influyen en el movimiento de especies animales que sin ellos estarían inmóviles, en la circulación del fitoplancton, en las migraciones de las ballenas e incluso en los patrones meteorológicos de la Tierra” (NOAA.gov, agosto del 2011).
El padre de la oceanografía moderna, Matthew Fontaine Maury (1806-1873), fue un renombrado científico en su época. Fue excelente astrónomo, meteorólogo, geólogo y cartógrafo… y estudioso de la Biblia. Su hija cuenta en una biografía de su padre que, “el padre de Matthew era muy recto en la formación religiosa de su familia… La reunía mañana y noche para leer el Salmo del día… y de esta manera el chico descalzo se familiarizó a tal punto con los Salmos de David, que… podía recitar una cita y dar el capítulo y el versículo como si tuviera la Biblia abierta” (Diana Corbin, A Life of Matthew Fontaine Maury, 1888, pág. 8). Un monumento a su memoria en Richmond, Virginia, lo muestra con una Biblia al lado de su pierna izquierda. En la actualidad, Matthew Maury sería rechazado del mundo académico y profesional por su insistencia en la veracidad de las Escrituras. ¿Fue un ingenuo… o un sabio dotado de gran percepción?
Cuando una pierna fracturada puso fin a la carrera naval de Maury, pasó 19 años escudriñando viejos apuntes de bitácora y registros navales, y dejaba a la deriva en el mar botellas pesadas para demostrar una teoría. Con una recopilación exhaustiva de mapas y cartas, sospechó que las aguas del océano estaban gobernadas por las corrientes marinas. ¿Cuál fue la inspiración detrás de esta teoría? Entre los Salmos inculcados por su padre en el corazón y la mente del joven, tuvo presente el Salmo 8 versículo 8 que dice: “Las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar”.
Las cartas y mapas de algunas corrientes superficiales marinas le dieron a Maury triunfos, homenajes y estatuas. Sin embargo, la ciencia todavía no logra dominar toda la complejidad de la interacción entre las variables, aparentemente infinitas, que producen los estados del tiempo en la Tierra. Los meteorólogos procesan muchos terabytes de datos en las supercomputadoras con modelos complicadísimos, pero aun así, casi todos los días vemos fallar los pronósticos del tiempo a corto plazo. Los pronósticos a largo plazo son aún menos fidedignos. Ni siquiera con la computadora más avanzada se puede trazar un modelo perfecto de lo que tiene el Creador bajo su mando y control.
Si un Dios Creador pudo consignar indicaciones de las corrientes: “los senderos del mar”, miles de años antes de su descubrimiento científico, ¿qué más estará oculto dentro de las Escrituras? ¿Arroja alguna luz sobre nuestras profundas motivaciones y necesidades el mismo Dios que nos creó a usted y a mí? La Biblia ha sido llamada un “mapa de la vida”. ¿Será que ese mismo Dios consigna allí los caminos de la mente y del corazón?
El doctor Norman Doidge, médico psiquiatra e investigador de la universidad de Columbia, describe cómo otro investigador, de nombre Paul Bach-y-Rita, empleó un dispositivo que hacía ver a los ciegos. Un artículo de la revista Nature publicado en 1969 dice que, “gracias a su trabajo, hasta persona ciegas de nacimiento anunciaron que podía ver”. Bach-y-Rita usó una silla grande de odontología, un espaldar vibratorio, una maraña de computadoras y cables y una cámara de estudio; equipo que en total pesaba más de 180 kilogramos. La persona ciega se sentaba cómodamente en la silla detrás de la cámara. Las señales provenientes de la cámara pasaban a 400 estimuladores vibratorios dispuestos en filas sobre una placa de metal dentro del respaldo de la silla. Los estimuladores, funcionando como píxeles, servían de dispositivo de visión táctil, con el cual la persona podía leer y reconocer objetos como un teléfono o un florero. En lo que parecía un milagro, todas las personas reportaron un cambio extraordinario, un paso de las sensaciones táctiles a sensaciones visuales, que permitían ver personas y objetos, al punto que las personas ciegas se sobresaltaban cuando se lanzaba una pelota hacia ellas” (Norman Doidge, The Brain That Changes Itself).
Aunque poco práctico, el complejo equipo demostró un principio que ahora se conoce como neuroplasticidad: la capacidad del cerebro de reacomodar las neuronas y alterar sus funciones para responder a una exigencia. Como si nada, el cerebro de estas personas ciegas cambió la ruta de la información táctil, desviándola a sus áreas visuales. El cerebro no solamente estaba trazando una nueva ruta, o vía neuronal para los mensajes, sino que también les elegía un nuevo destino, cosa que antes se creía imposible. Desde entonces, los neurocientíficos han mostrado muchos ejemplos más de neuroplasticidad, llegando incluso a mostrar cómo el cerebro puede decidir nuevos usos para la superficie de la corteza cerebral, y compensar sus zonas lesionadas. La neuroplasticidad también se ha utilizado para demostrar que la creencia de que los desviados sexuales, criminales o anormales vienen de nacimiento es equivocada, por el contrario, esas conductas se forman por hábito.
Las exigencias que se hacen a los pensamientos y sentimientos trazan caminos profundos en la mente y el corazón. Nuestras decisiones, y aun los simples pensamientos, tienen consecuencias duraderas. Todo aquello a lo que prestamos atención se graba en los circuitos cerebrales y luego se graba en el corazón. Un sabio de la antigüedad lo comprendió mucho antes de Doidge y de Bach-y-Rita. El rey Salomón escribió: “Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante. Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (Proverbios 4:25-27). A todo lo que ponemos atención se fija como un camino o surco grabado, como un hábito en la vida, sea para bien o para mal.
Nosotros elegimos nuestros pensamientos, emociones, acciones y; en última instancia, nuestros hábitos. ¿Acaso podemos elegir una consecuencia deseada sin elegir el camino correspondiente del corazón que lleva a esa consecuencia? Sería como pretender viajar de América a Europa volando sobre el Pacífico.
Los seres humanos desconfían de los mapas que Dios nos ha dado, desde que Satanás dijo la primera mentira a Adán y Eva: que Dios lo que busca es privarnos del conocimiento (Génesis 3:4-5). La realidad es que Dios nos ha dado un camino que lleva a la felicidad (Salmos 16:11; Juan 15:11), vida abundante (Juan 10:10), paz (Filipenses 4:7) y relaciones sanas. Nos exhorta a que escojamos esa vida abundante (Deuteronomio 30:15-20; Juan 10:10), eligiendo lo que esté en armonía con su ley de la libertad (Santiago 1:25; 2:12), los diez mandamientos (Éxodo 20:1-17; Juan 14:15) que son nuestra guía para la vida.
Lo que escojamos y pensemos es importante. Primero, se graba en las conexiones del cerebro, y se establecen como un cableado en la trama del corazón. Desde allí produce resultados duraderos. El Creador lo sabe muy bien. Nos hizo con amor, y con amor formó los incontables mecanismos que lo constituyen todo, desde los senderos del mar hasta los caminos del corazón. Ningún padre o madre motivados por el amor y generosidad deja a un hijo a la deriva en el mar para que se hunda y se ahogue. Dios, nuestro Padre amoroso, no nos ha dejado a la deriva, a merced del golpe de las olas violentas que son nuestras propias emociones, pensamientos y acciones carentes de orientación.
Maury pasó 19 años estudiando viejas bitácoras en busca de los senderos del mar, solo para producir algunos mapas. Pero pasó mucho más tiempo estudiando la Biblia. ¿Acaso no merece que nosotros también estudiemos ese manual de instrucciones de nuestro corazón?