Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
Pregunta: Cuando empecé a conocer al verdadero Dios de la Biblia, gracias a la revista, el programa y los folletos de El Mundo de Mañana, pensé que mis parientes, amigos y compañeros de trabajo se entusiasmarían tanto como yo con la verdad… y me sorprendió mucho ver la negatividad de sus reacciones. ¿Hice mal en tratar de compartir con ellos lo que yo estaba aprendiendo?
Respuesta: Posiblemente usted cometió el error que cometen muchas personas, cuando empiezan a comprender la hermosa y emocionante verdad sobre el plan divino de salvación para la humanidad.
Cuando nos enteramos de lo maravilloso que es este conocimiento, y cómo nos cambia la vida, es natural y correcto desear que otros disfruten de la misma alegría. Y los cristianos no debemos esconder nuestra fe porque somos “la luz del mundo” y no vamos a esconder la verdad “debajo de un almud” (Mateo 5: 14-15). Sin embargo, la manera fundamental como debemos compartir nuestra fe es servir de ejemplo mediante una conducta que imite la de Jesucristo (1 Pedro 2:21).
Claro está que debemos estar “preparados para presentar defensa” a quien “demande razón de la esperanza que hay en” nosotros (1 Pedro 3:15). Aunque es posible que no nos pregunten sobre la verdad de Dios, las demás personas sí observan cómo actuamos. Generalmente, cuando ven nuestro ejemplo personal como seguidores o seguidoras de Cristo, cuando observan el efecto del cristianismo en nuestra vida; entonces se inclinan más a preguntar sobre nuestras creencias.
Por muy entusiasmados que estemos, y con razón, por lo que Dios nos está enseñando, la fuerza de nuestras palabras no logrará atraer a nadie a la Iglesia. Las Escrituras dicen claramente que es el llamamiento del Padre, y no el entusiasmo nuestro ante un amigo o pariente, lo que hace posible que alguien entienda lo que Dios ha revelado. Recordemos lo que dijo Jesucristo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de Él, viene a mí” (Juan 6:44-45).
Solo Dios decide a quién va a llamar, y sabemos por su Palabra que en la era actual solo está llamando a un pequeño grupo de “primeros frutos”: Quienes tomarán parte en la primera resurrección cuando Jesucristo regrese (Apocalipsis 20:4-6). Veamos: “De estos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares” (Judas 14). Aunque más de dos mil millones de personas en el mundo actual se declaran cristianas, el número de auténticos discípulos a quienes Dios ha llamado es muchísimo menor.
Dicho lo anterior, sabemos que finalmente Dios dará a todas las personas que hayan vivido, una real oportunidad de comprender la Biblia y recibir la vida eterna. Ha prometido que un día “la Tierra será llena del conocimiento de la gloria del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Habacuc 2:14); y que “no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Eterno; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Eterno; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34).
La mayoría de quienes oyen proclamar el evangelio lo toman como un simple “testimonio” o advertencia de lo que vendrá después (Mateo 24:14). De las muchas personas que oyen la verdad, Dios está llamando solo a una “manada pequeña” en la era actual (Lucas 12:32). La abrumadora mayoría de los seres humanos siguen enceguecidos (2 Corintios 4:3-4); y esto es parte del plan de Dios, puesto que sabe que esas personas no están listas para su llamado. Más aún, todo intento por hacer brillar la luz de la verdad en la mente de alguien que está enceguecido, puede tener por único efecto traer persecución sobre quien sostiene la linterna: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1 Juan 3:13).
Sabiendo todo esto, dejemos que nuestras acciones como discípulos hablen por nosotros. Si alguien pregunta por nuestra fe, no dudemos en hablar de lo que nos ha ayudado a aprender y crecer… pero no creamos que podemos imponer la verdad de Dios a alguien más. Roguemos que Dios trabaje con los seres que amamos, pero confiemos en que Él, y solamente Él, sabe cuándo será el momento propicio para su llamado [MM].