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¿Quisiéramos tener más fuerza de voluntad?
Podemos tenerla, ¡siempre y cuando acudamos a la máxima fuente del poder!
La mayoría de nosotros quisiéramos tener más fuerza de voluntad. Pero desarrollarla, según pensamos a veces, no resulta tan fácil. Al comienzo de cada año nuevo, millones de personas toman reiteradamente la resolución de transformar su vida: harán más ejercicio, comerán menos, dejarán de fumar o de beber, dedicarán más tiempo a la familia, etc.
A veces, aun las metas más simples parecen desesperadamente imposibles de alcanzar. En su libro: The Power of Bad, publicado en enero del 2021, los autores John Tierney y Roy Baumeister observan: “En nuestro libro sobre el dominio propio, titulado: Willpower, señalamos que “la comida chatarra” bien puede ser, entre todas las tentaciones, la más difícil de resistir, y sin embargo, la gente aprende a hacerlo” (pág. 244). Y así como podemos mantener el cuerpo libre de comida chatarra, también ¡podemos adquirir la fuerza de voluntad para resistir pensamientos y acciones chatarra!
¿Qué importancia tiene la fuerza de voluntad? Sin ella carecemos de capacidad para tomar decisiones morales, y tenemos la tendencia a atribuir las faltas y fracasos a la genética, la crianza, la influencia paterna o simplemente la mala suerte. La teoría sobre la inexistencia de la voluntad, no es más que un recurso que busca la humanidad, confundida y engañada, para dedicarse a satisfacer la codicia y la lujuria sin sentir el dolor de la culpabilidad o la vergüenza.
¿Qué es exactamente la fuerza de voluntad? ¿Y por qué hay tantos científicos en la sociedad que ni siquiera creen en su existencia? Baumeister y Tierney describen esta confusión: “Se llegó a ver la voluntad como algo de tan poca importancia, que no se mencionaba ni se medía en las teorías modernas sobre la personalidad. Algunos neurocientíficos aseguran que han desmentido su existencia. Muchos filósofos se niegan a emplear el término… prefieren hablar de la libertad de acción y no de la voluntad, porque dudan que haya tal cosa” (Willpower, pág. 8).
Sin embargo, la fuerza de voluntad es algo real. El sabio rey Salomón explicó que todo el que aspire a regir a otros debe aprender primero a regirse a sí mismo: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). Dijo, además: “Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28).
El apóstol Pablo dijo que estamos en “lucha… contra principados”, o espíritus malignos que procuran engañarnos (Efesios 6:12). Como cristianos, debemos estar siempre dispuestos a estar firmes y pelear “la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12). Como escribió el apóstol Santiago: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
Pero no toda la solución consiste en luchar. En muchos casos, lo que debemos hacer es huir de la tentación. Pablo nos advierte: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). Huir de la tentación no es señal de una voluntad débil; al contrario, es algo que conserva firme esa voluntad. Quienes buscan justificaciones para permanecer cerca de la tentación, probablemente sucumbirán a ella.
Este sabio consejo bíblico está respaldado por una investigación científica. Se pidió a varias personas que se sentaran en una sala a ver una película. Unas tenían al alcance un plato de caramelos; otras estaban en el otro extremo de la sala, lejos del plato. Terminada la película, ¡se vio que quienes estaban más cerca de los caramelos demostraron menos fuerza de voluntad que el resto! La conclusión de los investigadores fue que quienes estaban más lejos de los caramelos habían gastado menos fuerza mental para resistirlos, y por lo tanto, les quedaba una mayor reserva de fuerza, ahorrada para al siguiente ejercicio (pág. 225).
Si somos tentados por la lujuria, la codicia o el deseo de cualquier cosa que no sea ética, ¡debemos alejarnos cuanto antes! Como mínimo, debemos mantener la tentación tan lejos como sea posible. Si luchamos con la afición al alcohol, no guardemos licores en casa, y no vayamos a lugares donde sabemos que se consumen. Si nos cuesta resistir la pornografía, pongamos un filtro en la computadora, y que alguien de confianza decida la contraseña. Si queremos fortalecer la voluntad, es imprescindible hacer esfuerzos por huir de la tentación.
Los deportistas se preparan para una competencia practicando. Practican… y luego practican más. El hecho de saber cómo se maneja un bate, se patea una pelota o se lanza un balón de basquetbol; no confiere la habilidad de hacerlo. El deportista repite los movimientos cientos y miles de veces, hora tras hora, día tras día, hasta que logra hacerlos con tanta naturalidad que resultan prácticamente automáticos.
Pablo describió el camino espiritual como una carrera que se debe correr con perseverancia (Hebreos 12:1). Explicó que para esto, los verdaderos discípulos (es decir: los que se disciplinan) se sirven del Espíritu de Dios; uno de cuyos beneficios es el dominio propio (Gálatas 5:23).
El dominio propio es como un músculo que se atrofia si no lo ejercitamos. Cuando decidimos perdonar a alguien que nos ha hecho un mal, ejercemos fuerza espiritual sobre nuestra voluntad. Cuando lo hacemos una y otra vez, repitiendo el patrón, se nos convierte en algo natural, incluso como una segunda naturaleza. Con razón dijo Jesús que debemos perdonar al hermano “hasta setenta veces siete” (Mateo 18:22), porque desea que adquiramos el hábito de perdonar. ¡Desea que nuestro músculo del dominio propio esté bien ejercitado!
Ciertos estudios han demostrado que adquirir dominio propio en un aspecto, nos ayuda a adquirir dominio propio en todos los aspectos de nuestra vida. Se ha demostrado que la disciplina que desarrollamos para controlar el mal genio, resistir la tentación sexual, evitar las borracheras o vencer el impulso de comer alimentos malsanos hasta la saciedad, también conduce a más felicidad matrimonial, mejores empleos, salud, y finanzas más estables (Willpower, pág. 13).
Comprometámonos a asumir el control en un aspecto de nuestra vida ¡y los beneficios se sentirán en los demás aspectos! Pablo escribió que las personas con madurez espiritual “por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14). Fijemos algunas metas, por sencillas que sean. Quizá deseamos acostarnos más temprano, ser más corteses con los demás conductores, o mantener una mejor postura al sentarnos. Al concentrarnos en poner en práctica las cosas pequeñas, el aumento del dominio propio puede comenzar a hacerse extensivo a las luchas más difíciles de la vida.
Todo padre sabe que si quiere que sus hijos pequeños se comporten mejor, deben estar bien comidos. Alimentemos el cuerpo a fin de alimentar la voluntad. Las comidas equilibradas y nutritivas, consumidas con moderación, nos ayudan a tomar buenas decisiones, a funcionar bien y a ejercer nuestra voluntad con mayor eficacia. Si la fuerza de voluntad es como un músculo, necesita energía. El cerebro, medio por el cual la voluntad se traduce en acción física, necesita glucosa para desempeñarse bien. Sin el combustible apropiado en cantidades adecuadas, el cerebro no funciona debidamente y la voluntad se debilita.
Pero el combustible físico es solo el comienzo: es importante, pero no suficiente. Jesucristo advirtió a sus seguidores que no dieran demasiada importancia a los aspectos físicos de la vida, desatendiendo los espirituales. Dijo: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre” (Juan 6:27). ¿Cuál es la comida espiritual que permanece para siempre? “El pan de Dios es aquel que descendió del Cielo y da vida al mundo... Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:33, 35).
¿Cómo nos alimentamos de Jesucristo? Entregando nuestra voluntad a la suya, y rogando que viva su vida en nosotros (Gálatas 2:20). Nuestra fuerza de voluntad física puede crecer si alimentamos el cerebro. Nuestra fuerza de voluntad espiritual puede crecer cuando recibimos el combustible que es la oración, el estudio de la Biblia, la meditación y el ayuno frecuente. Jesús dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Nosotros fortalecemos la voluntad mediante el contacto frecuente con Dios, y haciendo su voluntad en nuestra vida. Jesús dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). La oración, el estudio, la meditación y el ayuno forman el “alimento” espiritual que necesitamos para acercarnos más a nuestro Salvador.
Y no descuidemos la importancia del descanso. La cultura moderna que prevalece en muchas regiones del mundo priva del sueño a las personas. ¡No es extraño que tengamos menos dominio propio que nunca! Cuando nos agotamos mentalmente, nuestra fuerza de voluntad se reduce. Hay que tomar el tiempo necesario para recargar las baterías y recuperarnos. A veces esto solo puede significar cuidar la salud física, descansar bien y dormir profundamente. Pero para rejuvenecer un espíritu agotado no basta el descanso físico. Jesús prometió: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
Afortunadamente, la mayor fuerza de voluntad la tenemos cuando nos sometemos al poder de Dios. Vivir bajo su poder y por su poder es una experiencia que nos libera, nos calma y nos estabiliza al sentir el poder de su Espíritu Santo en nuestra vida. A fin de cuentas, desarrollar fuerza de voluntad es confiar total e inequívocamente en Dios y su poder para dirigirnos.
Cuando nos encontremos ante una tentación, recordemos lo que escribió el rey David:
“Confía en el Eterno, y haz el bien; y habitarás en la Tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en el Eterno, y Él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda al Eterno tu camino, y confía en Él; y Él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. Guarda silencio ante el Eterno” (Salmos 37:3-7).
Jamás olvidemos que Dios ejerció una fuerza de voluntad perfecta en su plan para salvar a la humanidad de sus propios pecados. La noche antes de morir por toda la humanidad, Jesús tuvo ante sí la decisión más difícil de su vida. Para convertirse en nuestro Salvador, tendría que sufrir una muerte atroz. La tentación de volver atrás e irse tuvo que ser enorme. Se dirigió al monte de los Olivos con sus discípulos y allí les dijo: “Orad que no entréis en tentación. Y Él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del Cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:40-44).
¿Se limitó el esfuerzo de Jesús a soportar el dolor y a obligar su voluntad a hacer lo correcto? ¡No! Lo que le permitió pasar esta prueba atroz fue su disposición de entregarse a la voluntad y el poder del Padre.
Es así como nosotros también podemos hallar la fuerza de voluntad para resistir y vencer la tentación. Al entregar nuestra vida en verdadera obediencia a quien nos creó, puede llenarnos de su poder espiritual. El apóstol Pablo escribió lo siguiente a los hermanos en Filipo: “Amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13).
Si lo buscamos y le obedecemos, Dios actuará por medio de nosotros para producir “así el querer como el hacer” su voluntad en nuestra vida. Podemos vencer, podemos dirigir nuestro espíritu y nuestras acciones. Con la ayuda de Dios, podemos tener toda la fuerza de voluntad que necesitamos; el dominio propio es fundamental para no caer en tentación. [MM]