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Difícil sería en años recientes hallar un tema de discusión más acalorado que el tema del aborto.
El aborto suele presentarse rodeado de falsedades, y las consecuencias para la persona y la sociedad son peores de lo que se ha hecho creer. ¿Cuál es la verdad acerca del aborto, y logrará la sociedad liberarse del terrible crimen de matar a quienes aún no han nacido?
Un artículo de Emma Green, publicado en la revista The Atlantic en enero del 2018, dice: “El aborto siempre se ha destacado entre los demás temas de debate político en la cultura estadounidense. Continúa siendo cuestionado moralmente como no lo han sido otros asuntos sociales, debido al menos en parte a que pide dar respuesta a preguntas de gravedad inimaginable sobre la naturaleza de la vida humana”.
Efectivamente, el aborto toca muchas de las inquietudes fundamentales de la misma civilización: Autonomía y libertad personal, limitaciones a la autoridad de los gobiernos, evaluación de beneficios sociales opuestos, derechos y responsabilidades, ideas de moralidad antiguas y modernas, diferencias de género, vida y estructura familiar, paternidad, niñez, la vida y la muerte, etc.
El tema del aborto sigue siendo candente y causando división. Es importante que sepamos las respuestas correctas, y la verdad que contrarresta las muchas falsedades que circulan tan libremente sobre este polémico asunto.
Millones de personas bien intencionadas, en ambos bandos de la controversia sobre el aborto, sienten que asumen una postura moral en una guerra mortal entre principios opuestos. Otras, más cínicas, ven la controversia sobre el aborto como algo que pueden explotar para sus propios fines económicos, políticos o personales. Algunos, que se dicen opuestos al aborto, están más interesados en amasar listas de correos para conseguir donantes a sus campañas, que en dar los pasos difíciles que salvarían la vida de los no nacidos. Y muchos que apoyan el aborto piensan más en una ganancia personal, o en un control de natalidad fácil de supuesta emergencia que en algún principio moral que justificaría su posición. Tratándose de la vida y bienestar de seres humanos, no es extraño que la controversia sobre el aborto se sienta más como una guerra y menos como un debate.
Hay un viejo refrán de origen desconocido pero que sigue siendo tan válido como siempre: En toda guerra, la primera baja es la verdad. Y la guerra en torno al aborto no es excepción. Cuando el objetivo es sumar puntos políticos por encima de un rival, o promover una norma deseada, las afirmaciones cómodas no reciben el escrutinio que merecen; y las falsedades, sean deliberadas o accidentales, suelen pasar sin que se reconozcan como tales. Hay quienes tal vez se han convencido de que las falsedades que dicen redundarán en un bien mayor.
Sin embargo, la verdad siempre importa. Negar o ignorar la verdad sobre el aborto pone a riesgo los cimientos de nuestra civilización. Ninguna sociedad puede perdurar si se construye sobre falsedades y mentiras, por muy sinceramente que estas se presenten.
Las falsedades sobre el aborto abundan en los debates sociales, en los discursos políticos y en las aseveraciones que oímos en los programas de opinión. Todo esto genera mucho calor y humo, pero escasa luz. Muchas personas están sinceramente convencidas de las siguientes falsedades, pero su sinceridad no las convierte en verdades. Veamos, pues, siete engaños y distracciones que la industria del aborto suele presentar.
En este caso, la falsedad viene en forma de distracción. La violación y el incesto son tragedias, sin duda, pero la industria del aborto suele aprovechar estas tragedias como si justificaran el aborto sobre pedido por cualquier motivo. En realidad, las estadísticas muestran que tales incidentes son escasos. En Estados Unidos, por ejemplo, el estado de la Florida contabiliza los abortos, y en noviembre del 2018 informó que de los 70.239 abortos realizados ese año en el estado, solo 109 —aproximadamente el 0,15 por ciento— fueron casos de violación o incesto. En cambio, el 95 por ciento de los abortos en el estado, se realizaron no por razones médicas sino por razones sociales o económicas.
Hasta el Instituto Guttmacher, siendo una organización proaborto, confirma la baja proporción de tales intervenciones. Se llevaron a cabo dos encuestas, una 20 años después de la otra, y en ambas se preguntaba a las mujeres por qué elegían el aborto. El instituto informó que los resultados eran constantes: “El 1% indicaron que habían sido víctimas de violación, y menos del 0.5 % dijeron que su embarazo se debía a incesto” (Perspectives on Sexual and reproductive Health, vol. 37, no. 3, 2005, págs. 110-118).
Es un absurdo decir que estos casos raros justifican el aborto sobre pedido por cualquier motivo. Al tratar el tema con alguien que así afirma, una pregunta reveladora puede ser: “Si se permitieran ese 1,5 por ciento de abortos, ¿qué opinaría usted de prohibir el otro 98,5 por ciento?” Generalmente encontramos que la violación o el incesto no es lo que interesa a la persona, y que el verdadero objetivo es conservar el acceso irrestricto al aborto en todas las situaciones.
El tema de si una vida en el vientre es un ser humano que merece protección, independientemente de cómo fue concebido, es un asunto que amerita un debate. Pero no nos engañemos; la desorientación representada por el argumento de “incesto y violación” es un recurso empleado con frecuencia para distraernos y llevarnos a apoyar el aborto sobre pedido por cualquier causa.
Es frecuente la táctica de equiparar la totalidad de los abortos con las circunstancias en que los médicos realmente buscan salvar la vida de la madre en un embarazo trágicamente peligroso. La táctica es engañosa por cuanto ignora los hechos. Son menos de diez las naciones, entre estas, El Vaticano, Malta, República Dominicana, El Salvador y Nicaragua; que prohíben un aborto para salvar la vida de la madre.
La mayor parte de los países reconocen en su sistema legal que un tratamiento, para salvar la vida de la madre, no es el equivalente inmoral de matar a un niño indeseado. Permiten tratar un embarazo ectópico (entre el 1 y 2 por ciento de los embarazos, en que el óvulo fecundado se implanta en un lugar fuera del útero, a menudo en la trompa de Falopio), situación que en el estado actual de la tecnología médica generalmente lleva a la muerte de la madre y del hijo, si no intervienen médicos y si Dios no produce un milagro.
Los padres que se encuentran en tan trágica situación merecen compasión y apoyo. No merecen que los conviertan en una distracción dentro del tema del aborto electivo cuando la vida de la madre no corre peligro alguno. Las mismas estadísticas de la Florida ya citadas, señalan que solo el 0,3 por ciento de los abortos en el Estado, se debieron a condiciones de peligro para la vida de la madre. Que los defensores del aborto oscurezcan y confundan el punto del aborto electivo con estas circunstancias lamentables, pero raras, constituye una cruel desorientación; la arrolladora mayoría de los abortos se llevan a cabo estando sanos tanto la madre como el hijo, pero indeseado este último.
Según fuentes como Abortion Care de Cambridge University Press (2014, pág. 178), las mujeres que piden un aborto suelen preguntar si el niño sentirá algo. A menudo les responden que antes de 24 semanas de gestación el niño no ha alcanzado un desarrollo neurológico suficiente para sentir dolor… y que posiblemente esté sedado por el medio uterino y no es plenamente consciente. Estos argumentos, si es que alguna vez tuvieron validez, ya no la tienen.
Por ejemplo, en noviembre del 2019, el Journal of Medical Ethics publicó un informe titulado: Reconsideración del dolor fetal, de Stuart W. G. Derbyshire, neurocientífico y especialista en la sensación del dolor, y John C. Bockmann, asistente médico en el ejército de los Estados Unidos. La conclusión se expuso con claridad: “La evidencia en general, y la lectura equilibrada de esa evidencia, apunta hacia una experiencia de dolor inmediato y no reflexivo, mediado por la función del sistema nervioso en desarrollo ya desde las 12 semanas” (vol. 46, número 1, págs. 3-6). En ese trabajo, reconocen que quedan preguntas por resolver, pero afirman que, en resumidas cuentas, “basados en la neurociencia, ya no vemos como algo imposible el dolor fetal (como una sensación central, inmediata), en una ventanilla gestacional de 12 a 24 semanas”.
Incluso los investigadores afirman que los médicos deben pensar en administrar analgesia o anestesia al feto antes de un aborto en las semanas de desarrollo más avanzado, y que actuar como si la insensibilidad fetal al dolor fuera una certeza es “jugar con una temeridad moral que estamos motivados a evitar”.
Antes de su investigación, el neurocientífico Derbyshire había apoyado la suposición muy generalizada de que un feto no siente dolor en su desarrollo inicial, e incluso consultó con Planned Parenthood sobre el tema. Aunque su postura proelección permanece sin alterar, las implicaciones claras de su investigación lo llevaron a cambiar su opinión respecto del dolor fetal.
El bien y el mal del aborto no depende fundamentalmente de la capacidad del niño en desarrollo de sentir dolor. Pero la verdad es verdad, aun cuando resulte incómoda.
A veces el debate sobre el aborto se plantea como un litigio de hombres contra mujeres, o como parte de una hipotética guerra contra la mujer. Pero ese planteamiento es objetivamente falso.
En el 2018, el Pew Research Center publicó resultados que lanzaron abundante claridad sobre esta falacia: “Las organizaciones que abogan por legalizar el aborto suelen plantearlo como un tema de derechos de la mujer. Pero en muchos países europeos y en los Estados Unidos, las mujeres no difieren de manera importante de los hombres en sus opiniones sobre el aborto, según un nuevo análisis de una encuesta realizada en 34 países europeos y los Estados Unidos” (PewResearch.org, 14 de diciembre del 2018). En estos años la tendencia no ha variado notoriamente.
La posición de organizaciones de izquierda, como Feministas por la Vida, cuyas consignas incluyen: “Las mujeres merecen algo mejor que el aborto”, y “el aborto es reflejo de que no hemos atendido las necesidades de las mujeres”. Y Feministas de la Nueva Ola, cuya página en la red declara: “Creemos que todo ser humano debe tener una vida libre de violencia, del vientre a la tumba”; demuestra que los defensores de los derechos de la mujer no necesariamente adoptan una filosofía proaborto.
La politización del aborto es tan fuerte que algunos grupos femeninos provida no han podido unirse a la popular Marcha de la Mujer, en Washington D.C.; pese a que, según informó Emma Green en The Atlantic: “En muchos aspectos, el movimiento provida también es un movimiento de la mujer: la Marcha por la Vida es encabezada por una mujer: Jeanne Mancini, y también lo son muchos de los grupos provida más influyentes de Washington” (9 de enero del 2019). El muro que deja fuera a las mujeres provida se solidificó cuando la Marcha de la Mujer del 2021 recibió el nombre oficial: Concentración por la justicia sobre el aborto.
La cuestión del aborto trasciende la politiquería y la política de género. No es cuestión de derechos de la mujer. Es importante para todos los miembros de una sociedad. Incluso, muchos que dicen preocuparse por los intentos de borrar a la mujer, tienen mucho gusto en aplicar la goma de borrar cuando las mujeres expresan su desacuerdo con ellos.
La deshumanización del ser humano en desarrollo, o querer sugerir que las palabras “feto” o “embrión” se refieren a algo que no es humano, a diferencia de palabras como “bebé” o “hijo”, con sus implicaciones claras; es semejante al lenguaje engañoso con el cual se pretende obviar que un aborto pone fin a una vida, aunque los hechos revelen que hace precisamente eso. Como dijo el doctor David Molloy, de la Asociación Médica Australiana, a la reportera Madeline Healey: “Al final de cuentas, la verdad es que cuando se realiza un aborto se asesina algo” (News.com.au, 22 de julio del 2004).
Molloy respondía a un documental proaborto titulado: Mi feto, de la cineasta Julia Black. Debe señalarse que en su documental, Black no intentó evadir esta verdad: el aborto asesina. En un artículo publicado en The Guardian, Julia Black se lamenta de que otros defensores prodecisión, se dejan convencer muy fácilmente de su error, por imágenes de fetos abortados; y que a menudo rehúsan encarar los hechos permitidos por su filosofía, la cual ella misma respalda. “Racionalmente sabemos que el aborto pone fin a la vida de un ser humano en potencia, pero ¿por qué nos impresionamos tanto al ver lo que es?” (Mi aborto y mi bebé, 3 de abril del 2004). Sostiene que los defensores prodecisión perjudican su propia causa al negar la realidad de lo que es el aborto.
Algunos defensores del aborto llegan al extremo de describir a los niños en el vientre como parásitos que viven de la madre, afirmación grotescamente injustificada de lo que es la reproducción humana. Pero el lenguaje extremista al menos sirve para aclarar un punto: ¿Acaso puede sostenerse que un parásito no es algo viviente? Cuando se toma una medicina con intención de matar y eliminar una tenia o solitaria intestinal, nadie en su sano juicio diría que “nada ha muerto”. ¿Cuánto más viviente es una vida humana que se desarrolla en el vientre diseñado para su cuidado y nutrición?
El argumento de que el aborto no asesina a nadie, cualquiera que sea la etapa de desarrollo del niño, carece de bases en la realidad.
Esta falsedad en particular ha sido tema de contienda desde un litigio en 1973. Sin embargo, ciertos estudios han demostrado que cuando se prohíbe el aborto, aumenta el uso de otras opciones para el control natal. Con el aborto sobre pedido aumenta el número de personas que descuidan otros métodos anticonceptivos. También aumenta el número de abortos fallidos; un estudio realizado en el 2007 señaló que cada año mueren más de 66.000 mujeres como consecuencia de abortos legales.
Los defensores del aborto tienen ciertos argumentos sobre los abortos ilegales. ¿Qué dicen al respecto? Las cifras que se presentaron en el litigio mencionado, según el doctor Bernard Nathanson, una de las figuras más destacadas en ese caso, resultaron ser fraudulentas, El fallo en Roe contra Wade fue una gran victoria para el doctor Nathanson, quien en 1969 había sido miembro fundador de la Asociación Nacional para la Derogación de las Leyes sobre el Aborto. No obstante, en un ensayo titulado: Confesiones de un exabortista, que escribió más tarde y que se hizo famoso, dijo:
“Conseguimos respaldo suficiente para vender muestro programa de permisividad para el aborto, exagerando el número de abortos ilegales que se practicaban anualmente en Estados Unidos. La cifra real era cercana a los 100.000, pero la que les dimos a los medios de difusión en repetidas ocasiones fue de un millón. La repetición constante de la gran mentira acabó por convencer al público. El número de mujeres que morían a consecuencia de abortos ilegales estaba entre 200 y 250 por año. La cifra que les dimos a los medios de difusión fue de 10.000”.
Cuando los adelantos médicos, como las imágenes de ultrasonido, comenzaron a hacer innegable la humanidad de la vida en el vientre, el doctor Nathanson no pudo seguir su trayectoria de abortista por motivos de conciencia. Entonces se dedicó a la defensa provida, y hasta su muerte en el 2011, estuvo promoviendo la causa de deshacer las normas que él mismo había contribuido a instituir. Sin embargo, las falsedades que solía presentar en defensa del aborto sobre pedido, continúan vivas en la conciencia del público.
Aunque con variaciones, hay un argumento frecuente: la idea de que el aborto es lo único que impide que una cantidad arrolladora de mujeres jóvenes lleguen a odiar su vida dedicada a criar hijos que les causan remordimiento.
Los estudios reales sugieren lo contrario. La doctora Diana Greene Foster, del Centro Bixby para la salud reproductiva global de la universidad de California, en San Francisco, trata puntos al respecto en su libro: The Turnaway Study, publicado en el 2021. Sus hallazgos resultan tanto más creíbles por ser un libro que en general respalda el aborto:
“Una semana después de que la petición de aborto fuera rechazada, el 65% de las participantes informaron que todavía lo deseaban; después del alumbramiento, solo el 12% de las mujeres informaron que todavía se lamentaban de que les hubieran negado el aborto. Para el primer cumpleaños del niño, el 7% seguían lamentando que les hubieran negado el aborto. A los cinco años, la cifra se había reducido al 4%” (pág. 126).
Notemos que cinco años después de pedir un aborto, y que su petición fuera rechazada, el 96 por ciento de las mujeres ya no se lamentaban de aquella negativa. Más tarde, la doctora Foster escribió que si se limitan los números a quienes optaron por criar a su hijo, y no darlo en adopción, las que seguían lamentando que les negaran el aborto se redujeron a solamente el 2 por ciento.
La doctora Foster no es una defensora provida, lo que hace aún más convincentes las cifras que da. Resulta totalmente falsa la idea que el amplio acceso al aborto sobre pedido es la clave para salvar a las mujeres y niñas de una vida de lamentación y amargura.
Hemos planteado algunas poderosas verdades en respuesta a solo siete de las peligrosas falsedades en la industria del aborto. Si tuviéramos más tiempo y espacio, podríamos citar otras decenas. La distorsión del lenguaje, como decir que el feto es “una aglomeración de células”. ¿Acaso no lo es todo ser humano, y acaso eso le da a alguien el derecho de asesinarnos? Esa es una táctica que suele emplearse para distraer e insensibilizar a la gente. Otra táctica que emplean insidiosa y reiteradamente las fuerzas proaborto, es el intento de despertar compasión con base en premisas falsas.
En medio de todo eso, debemos apreciar la importante afirmación de Jesucristo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Aunque se refería, sin duda, a la verdad en un sentido más amplio; la verdad acerca de la vida en el vientre es una forma profunda de esa verdad más amplia. Si no entendemos claramente al mundo, andaremos a tientas, trastabillando y tropezando con obstáculos que ni siquiera podemos identificar. Si alguna vez llegamos a entender claramente el aborto, es preciso hacer a un lado las falsedades y la información engañosa.
Cuando logremos eso, podremos ver a un niño en formación como lo que realmente es: todo un ser humano, hecho conforme a la imagen de Dios, como lo afirma Génesis 1:27. Toda vida humana es sagrada, única dentro de la creación como portadora de la imagen del Creador. En cualquier etapa de la formación, su valor no depende de que se considere deseada o cómoda.
A fin de cuentas, no podemos tratar a los niños prenatales como algo menos que humanos, sin riesgo de deshumanizarnos todos. Dada esta realidad, las preguntas que el aborto plantea se cuentan entre las más importantes que una civilización debe considerar. Un primer paso vital es reflexionar sobre estos temas, eliminando las falsedades y procurando la verdad, aun cuando resulte dolorosa o incómoda. Tengamos la valentía de dar ese paso. [MM]