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¿Qué valor tiene el ejemplo incansable de un monarca en un mundo abrumado por continuos conflictos?
En todo el mundo de habla inglesa hay una sola persona, quizá, que se conoce simplemente como la Reina. Es la reina Isabel II del Reino Unido. Cualquiera que sea nuestra opinión de la monarquía o de la política inglesa, no podemos menos de admirar su vida de dedicación al deber como monarca, ya muy pasada la edad, en que la mayoría de las personas ya se han jubilado. Sus cualidades personales de cortesía, amabilidad y buen humor; la hacen objeto de amor y respeto adondequiera que vaya.
De 96 años cumplidos, y pese a sus recientes problemas de salud, esta infatigable monarca sigue sorprendiendo por su empuje y ánimo resuelto para cumplir lo que ve como su vocación. Gracias a su humildad, su fuerza perdurable y entrega generosa al papel que le ha tocado, la reina Isabel sigue granjeándose el respeto popular.
El 8 de febrero del 2022 marcó un hito realmente extraordinario en el reinado ilustre de Isabel II. Ningún monarca británico ha regido 70 años. Hace seis años que la actual soberana superó el reinado de Victoria, quien ocupó el trono 64 años (1837-1901); y hace medio siglo que superó el de Isabel I, que lo ocupó 45 años (1558-1603). Solo dos monarcas europeos han reinado más tiempo: Luis XIV de Francia reinó 72 años (1643-1715), y Johann II de Liechtenstein reinó 70 años y tres meses (1858-1929).
Tras una vida de salud robusta, ahora su energía reducida exige que la Reina tome las cosas con más suavidad, y delegue cada vez más responsabilidades a otros miembros de la familia. Pero sigue cumpliendo su deber, consagrada a lo que ella ve como su vocación de reina.
¿Cómo define Isabel II su vocación, y cómo llegó a ella? Y lo que es más importante, ¿qué lecciones podemos obtener de una vida extraordinaria, para ponderarlas y aplicarlas en nuestra vida? Quizás el lector se asombre al ver las enseñanzas espirituales que todos nuestros lectores podrán poner en práctica en su propia vida.
Según las reglas históricas de sucesión, era improbable que Isabel llegara a heredar el trono, al menos por mucho tiempo. Su padre Alberto Jorge (apodado Bertie) no era el heredero inmediato del trono de Jorge V. No recibió preparación para ese papel y su hija tampoco. Pero cuando Eduardo VIII, tío de Isabel, abdicó después de solo once meses de reinado, para contraer matrimonio con Wallis Simpson, una mujer norteamericana divorciada, su padre asumió el trono como el rey Jorge VI.
Esto convirtió a Isabel en princesa heredera a los once años de edad, y decidió su rumbo hacia un futuro radicalmente distinto del previsto. El rey Jorge VI, tartamudo y tímido, se transformó en un respetado monarca en los tiempos de guerra, dando a conocer un sentido del deber inquebrantable. A la vez, el Rey se dispuso a preparar a Isabel para cumplir el exigente papel que había de heredar, y que infundiría en ella el sentido del servicio público y los valores cristianos tradicionales.
Una joven común y corriente estaba a punto de transformarse en alguien excepcional. El Rey murió el 6 de febrero de 1952, prematura e inesperadamente a los 56 años de edad, e Isabel se vio lanzada al escenario mundial en calidad de Reina. Felizmente, con el tiempo, sería claro para todos que las cualidades de Isabel harían de ella una monarca sobresaliente.
A la edad de 21 años, Isabel hizo lo que ella llamó “un acto de dedicación solemne”; el cual enmarcó el resto de su vida, que revela mucho sobre su carácter y valores. En un mensaje transmitido a la Mancomunidad Británica, mientras se encontraba de gira por Sudáfrica, y con el mundo como testigo, explicó:
“Si seguimos adelante todos unidos con fe inquebrantable, con gran valentía y corazón tranquilo, podremos hacer de esta antigua Mancomunidad… una influencia más poderosa en favor del bien en el mundo… Para lograrlo debemos dar nada menos que la totalidad de nuestro ser. Hay un lema que llevaron muchos de mis antepasados. Un noble lema: Yo sirvo… Declaro delante de vosotros que mi vida entera, sea larga o breve, se dedicará al servicio vuestro y al servicio de nuestra gran Mancomunidad Imperial a la que todos pertenecemos” (Joanna Lumley, A Queen for All Seasons, 2021, pág. 12).
El cristianismo, tal como ella lo entiende, es un baluarte en su vida y su trabajo. En 1952, mientras el arzobispo de Canterbury, Geoffrey Fisher, le ayudaba a prepararse para cumplir su papel, le dijo que ella era “llamada por Dios para ejercer un poder espiritual, y guiar a sus súbditos con el ejemplo personal” (Andrew Marr, The Real Elizabeth, 2012, pág. 131). Por su raíz latina, la palabra vocación encierra el significado de un “llamamiento”. La reina Isabel considera que su papel de monarca se desprende de un llamamiento de Dios para que cumpla ese papel. Su ideal de servicio a los demás nace del compromiso de servir a Dios, y de dirigir a otros siguiendo lo que ella ve como el ejemplo de Él.
En la ceremonia de coronación celebrada el 2 de junio de 1953, Isabel juró, con la mano sobre la Biblia, cumplir todas sus promesas: Juzgar con justicia, misericordia y ley; mantener las leyes de Dios y preservar la Iglesia de Inglaterra. Efectivamente, en el transcurso de los años se ha dedicado a cumplir esos propósitos. Es claro que percibe su llamamiento cono una vocación espiritual a la vez que física.
La Reina conserva fielmente lo que ve como su relación con Dios. Ora diariamente. No falta a los servicios religiosos semanales. Lee la Biblia. A menudo se ve tranquila, serena y contenta porque procura confiar en Dios como su fuente de fe y fortaleza, al responder a los retos de cada día. Se puede prever que continuará dedicada a su vocación ¡hasta que no pueda más!
Así como los gobernantes tienen la responsabilidad delante de Dios de llevar una vida de servicio y sacrificio personal, también a quienes Él llama activamente a su Iglesia los prepara para obras de servicio (1 Corintios 1:26; 2 Timoteo 1:9; Hebreos 3:1). Todo cristiano verdadero tiene la vocación real para servir como monarca en el reinado de Jesucristo cuando venga a establecer el Reino de Dios en el planeta Tierra (Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:4-6).
A menudo, el llamamiento de Dios llega inesperadamente, imprimiendo un rumbo radicalmente nuevo en nuestra vida (Hebreos 10:19-23). Transforma nuestro carácter para conformarlo según el carácter justo y santo de Dios, y nos ayuda a dar cada vez más frutos buenos, a medida que transcurre nuestra vida regida por sus leyes (Romanos 12:1-2). Nos elevamos a la altura de las exigencias para vivir de la manera que Dios señala, confiando con fe en que orientará nuestra vida (2 Tesalonicenses 1:11). Edificamos una nueva vida sobre el fundamento, sólido como roca, de las enseñanzas y acciones de Jesucristo (Mateo 7:24-27). Esto es lo que la reina Isabel se propuso lograr y lo que, con la ayuda de Dios, pueden lograr todas las personas que hayan leído hasta aquí.
La reina Isabel II ha sido objeto de muchos elogios, por el ejemplo que ha dado y el bien que ha hecho. Esto no es por accidente, sino el resultado de su dedicación a lo que ella ve como su vocación cristiana: Acudir a Dios para recibir la fortaleza necesaria para cada día.
¿Estaremos recibiendo un llamado de Dios para cumplir la vocación que nos tiene reservada? Quienes respondan a ese llamado deben estar dispuestos a dedicar su vida a Dios, a servir a su Iglesia y a su Reino venidero (Juan 4:23-24). A quienes deseen saber más sobre lo que esto implica, les invitamos a pedir un ejemplar gratuito de nuestro folleto titulado: Restauración del cristianismo original, o pueden leerlo en línea en nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org. [MM]