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¿Estarán algunos seres queridos fallecidos sufriendo tormentos porque nunca aceptaron a Jesucristo? La verdad no es lo que la mayoría supone.
¿Le preocupa pensar que algunos de sus amigos y familiares estén sufriendo en un tormento de fuego porque no fueron fieles cristianos, o porque nunca llegaron a aceptar a Jesucristo? La verdad sobre este tema es una impresionante revelación de la misericordia y la justicia de Dios, y no es lo que da por sentado la mayoría.
La idea de un fuego infernal no puede menos que producir terror. ¿Podemos imaginarnos cómo se sentirán quienes creen que irán al infierno? También hay quienes ridiculizan todo el concepto del Cielo y del infierno. ¿Cuántos rechazan del todo el cristianismo, al oír que el Cielo recibirá únicamente a quienes oyen las enseñanzas de Jesucristo y las aceptan? ¿Qué Dios es ese, capaz de lanzar a miles de millones de personas al infierno, solo porque nacieron en un lugar y momento donde no había acceso al mensaje de Jesús?
Parece demasiado cruel. Entonces, ¿por qué cree la mayoría de quienes se declaran cristianos, que miles de millones de seres que vivieron y murieron sin oír el nombre de Jesús, irán al purgatorio o pasarán la eternidad sumidos en un terrible tormento? ¿Es esto lo que tiene en mente el Dios de la Biblia, para los seres humanos que una vez creó?
¿No le sorprendería enterarse de que, según la Biblia, no hay nadie ardiendo en el infierno en este momento? Es más: no hay ningún alma inmortal retorciéndose, y dando alaridos lastimeros en las llamas infernales por toda la eternidad… ¡ni la habrá jamás! Sí habrá un fuego infernal, pero no como el que se imagina la mayoría.
La Biblia enseña una verdad que debe tranquilizarnos respecto del futuro, y consolarnos gracias a la bondad, misericordia y justicia perfecta de Dios. Quienes tienen seres queridos que fallecieron en sus pecados, o sienten temor porque alguien lo maldijo con un “váyase al infierno”, es imprescindible que lean este artículo.
A muchos les sorprenderá saber que las ideas más extendidas sobre el infierno provienen en su mayoría de una obra de ficción. Vienen, específicamente, del famoso poema: La divina comedia, compuesto hace más de 700 años por el poeta italiano Dante Alighieri. El poema del Dante consta de tres partes: El infierno, El purgatorio y El paraíso. Su vívida descripción de las almas que se retuercen en su agonía, es elemento central de las convicciones que aún perduran entre millones de personas.
En La divina comedia, Virgilio, poeta romano de la antigüedad, guía a Dante por un recorrido del infierno. A la entrada hay un letrero con este aciago mensaje: “Abandonad toda esperanza los que entráis”. Dante comienza su visita al infierno con estas palabras de Virgilio:
“Seré tu guía, y tú me seguirás.
Y te guiaré a través de un mundo de dolor
donde las almas muertas se retuercen en una agonía interminable
y claman, como lloran, morir de nuevo”(Canto I, líneas 107-110, traducido por Elio Zapulla, 1998).
Note las palabras “agonía interminable” en la descripción del Dante. Muchos se sorprenden al saber que la idea de un alma inmortal no proviene ni del Antiguo ni del Nuevo Testamento, sino que fue adoptada por filósofos católicos romanos, familiarizados con la filosofía antigua de Grecia y Roma. Considere este reconocimiento del autor Tertuliano (155-220 d.C.):
“Ciertas cosas se saben, aun por la naturaleza: muchos, por ejemplo, sostienen la inmortalidad del alma… Haré uso, pues, de la opinión de Platón, que declara: ‘Toda alma es inmortal’” (De la resurrección de la carne, Los padres antenicenos, vol. 3).
Sin embargo, nosotros como cristianos debemos atenernos no a Platón ni a los “muchos”, sino a la Biblia. Veamos detalladamente uno de los versículos más conocidos de la Biblia, conocido a veces como el versículo de oro, Juan 3:16:
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna” (RVR 1977).
Tomemos nota de la afirmación del apóstol Juan: Jesús murió para que usted y yo no perezcamos. La vida eterna es un don de Dios, y no algo inherente en nosotros que tengamos como el alma humana. Más adelante, en el Nuevo Testamento, los escritos del apóstol Pablo confirman esta importante verdad, por ejemplo, cuando escribió a los corintios:
“Es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:53-55).
¿Acaso puede ser más claro? Jesús entregó su vida para que nosotros, sus seguidores, no tuviéramos que morir por toda la eternidad. ¡Vino para que no fuéramos destruidos para siempre, para que no perdiéramos la vida eternamente! Para sorpresa de muchos, la Biblia enseña que los seres humanos somos mortales, no inmortales. La muerte y resurrección de Jesús hacen posible que usted y yo nos vistamos de inmortalidad, en la resurrección.
Sabemos que el cuerpo muere. Pero ¿y el alma? Jesús dijo que Dios es capaz de destruir “alma y cuerpo en la gehenna” (Mateo 10:28, Biblia de Jerusalén). ¿Si el alma humana es inmortal, cómo va a ser posible que sea destruida? Vemos con claridad que el cuerpo humano se destruye en la muerte, pero, ¿qué les pasa a los seres humanos que supuestamente irían al infierno?
Debemos comprender que nosotros no nacimos inmortales. ¡La inmortalidad es algo que Dios nos da! Recordemos que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Observemos que este pasaje no dice: “La paga del pecado es vida eterna en un fuego infernal”. La paga del pecado no es vida eterna: es muerte, la ausencia de vida. Si ya tenemos un alma inmortal, si ya tenemos vida eterna, entonces no la necesitamos como regalo de Dios.
¡El alma puede morir! El profeta Ezequiel nos recuerda que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). En este versículo, la palabra hebrea traducida como “alma” es nephesh, y se refiere a la vida física o natural. En Génesis 1, la misma palabra nephesh, se refiere también a todo ser viviente, a toda la vida animal, entre ella los mamíferos, peces y aves. La Biblia sí enseña que hay un espíritu humano, el espíritu en el hombre (1 Corintios 2:11; Job 32:8, 18), pero este espíritu humano no es un alma inmortal. Entonces, ¿Qué está diciendo la Biblia cuando dice que el alma puede ir al infierno?
Al leer la Biblia en español, debemos saber que hay cuatro palabras en el hebreo y el griego originales e inspirados, una en hebreo y tres en griego, que han sido traducidas como “infierno” en diferentes versiones de la Biblia. Esas palabras tienen tres significados diferentes. Sin embargo, muchos cuando leen la Biblia en español, llegan a la conclusión errónea de que la palabra “infierno” siempre se refiere a un fuego eterno.
La palabra “infierno” en su Biblia a veces proviene del hebreo sheol o del griego hades. que simplemente significa “el hoyo” o “la tumba”. Esta palabra es la que llegó al inglés antiguo como la que se refiere a un agujero en el suelo o tierra. Los agricultores almacenaban sus papas en helle, lo que podríamos llamar un sótano de raíces.
Aunque hoy en día mucha gente prefiere la cremación al entierro. Aun así, la antigua conexión entre el hades, el seol y la tumba como el lugar al que todos vamos hasta nuestra futura resurrección, es clara y la reconocen los traductores actuales de la Biblia.
La palabra hebrea seol ocurre 65 veces en el Antiguo Testamento. La Reina Valera la vierte como seol, mientras que otras versiones dicen “tumba”, “sepulcro”, “lugar de los muertos” o “abismo”. La palabra hades generalmente se traduce de modo similar, pero la Reina Valera la deja como hades, y otras versiones la vierten como “infierno” o “infiernos”.
Una palabra que se traduce al español como “infierno” es el vocablo griego tartaroö, que indica el confinamiento de los ángeles caídos, pero no de los pecadores humanos. Veamos: “Si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [tartaroö en el texto original griego] los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4).
Otra palabra que ha dado origen a “infierno” es el vocablo griego gehenna, que se refiere literalmente al valle de Hinom en las afueras de Jerusalén. Los residentes de la ciudad mantenían allí un foso ardiente donde se incineraban los desechos de la ciudad. Jesús nos advirtió: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno [gehenna]” (Mateo 10:28). De este modo, el fuego de la gehenna simboliza el lago de fuego, que aparece igualmente en Apocalipsis 21:8.
¿Se comprende lo que esto significa? Si preguntamos: “¿Quién arde en el infierno en estos momentos?” La respuesta es: “Nadie”, si nos referimos al seol o al hades.
Pero, ¿y el fuego de gehenna? Si usted es lector habitual de El Mundo de Mañana, sabe que esperamos tres resurrecciones, según se describen en la Biblia. La primera resurrección es de los santos, quienes según la Biblia son “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12), los seguidores de Jesucristo, que han vivido y muerto como fieles discípulos. Estos serán los asistentes de el Salvador cuando gobierne sobre el planeta Tierra en el milenio, y seguirán cumpliendo esa función durante el juicio ante el gran trono blanco, es decir, el período enseguida del milenio, cuando la segunda resurrección brindará a la mayor parte de la humanidad su primera oportunidad real de escuchar y aceptar a Jesucristo como su Salvador, y de seguir su camino de vida. Leemos:
“Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la Tierra y el Cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros [griego biblion, que significa la Biblia] fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20:11-12).
Al final de este período de juicio, quienes se nieguen a obedecer a Dios, quienes hayan permitido que la maldad cauterice sus conciencias, serán lanzados al lago de fuego: “La muerte y el hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:14-15).
En ese entonces ocurrirá también la tercera resurrección. Quienes habiendo sido llamados e iluminados rechazaron a Jesucristo y volvieron a vivir en pecado, resucitarán para recibir su castigo. El mismo que se dicta para quienes rechacen a Jesucristo luego de la segunda resurrección.
Este castigo es la “muerte segunda” de Apocalipsis 20:14, muerte de la cual no hay resurrección. Recordemos: Dios puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el fuego de la gehenna.
¿Quiénes serán consumidos por este fuego? Los malos, o sea, los pecadores incorregibles que jamás se arrepentirán; no serán torturados por toda la eternidad, sino que serán aniquilados: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:7-8).
Este castigo se llama muerte, no tortura eterna; si bien el castigo será eterno en el sentido de que los malos arderán hasta dejar de existir. El lago de fuego consumirá para siempre a todos los seres humanos que en él sean lanzados. Y no será un simple vertedero de basura en las afueras de Jerusalén. Al final, abarcará toda la Tierra, porque Dios se propone purificar nuestro planeta antes de que la nueva Jerusalén baje del Cielo: “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la Tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10). Después habrá “Cielos nuevos y Tierra nueva” (v. 13).
¿Qué significa “fuego eterno” según la Biblia? Veamos el siguiente ejemplo en Judas 1:7: “Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquellos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”.
Si el fuego eterno es el que arde para siempre, Sodoma y Gomorra estarían ardiendo aun en nuestros días. Dejemos que la Palabra de Dios nos dé la respuesta, la cual se encuentra en 2 Pedro 2:6: Dios “condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza”. El fuego eterno según la Biblia es el que reduce a ceniza.
Las sobrias descripciones del apóstol Pedro deben motivarnos a evitar tan espantoso destino. Nadie desea estar en ese fuego… ¡ni tiene por qué estar ahí! ¡Podemos arrepentirnos y ser salvos! Si siente que Dios le está llamando, le invitamos encarecidamente a comunicarse con nuestras oficinas escribiendo un correo a: [email protected] y pedir consejería. El Mundo de Mañana tiene representantes en todo el mundo, que tendrán mucho gusto en reunirse con usted en el día y hora de su conveniencia.
¿Será usted uno de esos cristianos fieles que heredarán la Tierra… y finalmente, “todas las cosas”, como leemos en Hebreos 2:8? Observe que Dios promete darnos no solo la Tierra (Mateo 5:5), sino todo el Universo: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7; Romanos 8:32). Veamos esta extraordinaria promesa: “Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a Él” (Hebreos 2:8).
¿Nada dejó que no sea sujeto a Él? ¿“Todas las cosas” sujetas a Él? Efectivamente, ¡esta es la promesa! La expresión griega traducida como “todas las cosas” en Hebreos 2:8 es: ta panta, que significa literalmente “el todo”. Los léxicos griegos explican que ta panta en sentido absoluto significa “el Universo”. Dios quiere darnos, en compañía de miles de millones de otras personas, dominio no únicamente sobre la Tierra, sino sobre todo el Universo. Sin embargo, es algo que podemos recibir solamente cuando hayamos heredado la vida eterna, cuando nos hayamos convertido en hijos inmortales de Dios, destinados a gobernar con Jesucristo en su Reino por toda la eternidad. Nuestra labor durante el milenio, aunque de importancia vital, será solo un anticipo de lo que vendrá después.
Lo que Dios tiene en mente es prepararnos para gobernar al Universo. Podremos viajar instantáneamente a galaxias lejanas. No estaremos limitados por el tiempo y el espacio. Dios desea liberar la creación de su descomposición y corrupción. En palabras del apóstol Pablo: “También la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21). No pasaremos una eternidad de brazos cruzados en un Cielo de arpas y nubes. Dios nos está preparando para un destino impresionante ¡que abarcará todo el Universo!
Agradezcamos a Dios por su impresionante plan de salvación mediante Jesucristo. Gracias a este plan, no hay nadie ardiendo ahora en un fuego infernal, ni nadie arderá simplemente porque nunca oyó el nombre de Jesucristo ni su verdadero evangelio. En este momento nuestros seres queridos que murieron, duermen en la tumba. La mayoría de quienes vivan y mueran en la era actual, que nunca fueron llamados y quizá ni siquiera han oído de Jesucristo, resucitarán en el juicio ante el gran trono blanco para recibir su primera oportunidad de salvación. Solo después de eso se lanzará a los malos incorregibles al fuego de la gehenna, donde serán consumidos y reducidos a ceniza. Elijamos el camino de la vida ¡y recibamos su regalo de la vida eterna!