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¿Comprendió alguien el impacto que tendría Canadá cuando una estación de radio recibió la primera transmisión transatlántica?
Hacia finales del siglo 19, los físicos consideraban que las ondas de radio eran luz invisible. En muchos aspectos, es exactamente lo que las ondas de radio son: Una frecuencia, oscilación o señal electromagnética fuera del espectro visible que permite la comunicación a grandes distancias. Una de las maravillas de la creación es que la comunicación de esa naturaleza solo es posible gracias a la ionosfera, una las capas de la atmósfera, que se encuentra sobre nosotros. Las ondas emitidas a partir de un impulso electromagnético se envían a la velocidad de la luz hacia afuera y hacia arriba, y si la ionosfera no reflejara esas señales de vuelta a la Tierra, muchas ondas se irían al espacio.
El uso práctico de esas ondas como método de comunicación se atribuye en gran medida a Guglielmo Marconi. Desde muy joven, Marconi se sintió fascinado por la electricidad y, en concreto, por la producción y detección de la radiación electromagnética, conocida hoy en día como ondas de radio. Hasta entonces, la forma más rápida de comunicación era el sistema telegráfico, que requería cables que abarcaban grandes distancias para enviar una corriente electrónica entre un transmisor y un receptor.
Lo que Marconi desarrolló fue un método inalámbrico para transmitir un impulso eléctrico a través del aire, y que luego esta señal fuera recibida en otro lugar. Los primeros modelos de receptores inalámbricos utilizaban un tubo de vidrio que contenía virutas de hierro para detectar el impulso eléctrico. Estas virutas, que estaban conectadas a un circuito abierto y a una campana de alarma, se cargaban eléctricamente y se pegaban entre sí cuando se detectaba el impulso electromagnético. La sobretensión eléctrica formaba un circuito y entonces sonaba la campana.
Lo que a primera vista puede parecer nada más que una manipulación primitiva de una corriente electrónica, en realidad se convirtió en un método de comunicación extraordinario, que ha moldeado poderosamente nuestra sociedad. El 12 de diciembre de 1901, Marconi se encontraba en Terranova, dominio británico en el actual Canadá. Allí recibió la primera transmisión inalámbrica transatlántica enviada desde Cornualles, en el Reino Unido, a la apropiadamente llamada Colina de señales. Armado con sus instrumentos, Marconi esperó a que se enviara la señal, mientras una cometa de papel volaba a 150 metros sobre su cabeza, ondeando al viento y sosteniendo la antena receptora en alto.
Desde el transmisor en Cornualles hasta la cometa de la antena en la Colina de señales, hay una distancia de aproximadamente 3.500 kilómetros. El éxito de transmitir una señal a esta distancia con los instrumentos básicos que tenían a su disposición es una hazaña tan impresionante que, hasta el día de hoy, muchos escépticos todavía cuestionan la veracidad de la afirmación de Marconi. Sin embargo, es indudable que gracias a estos experimentos y a la dedicación de Marconi a su trabajo, se conocieron los beneficios de las ondas de radio. Los barcos en el mar podían comunicarse entre sí y emitir señales de socorro. Por ejemplo, se cree que la única razón por la que hubo supervivientes del hundimiento del Titanic, poco más de diez años después del experimento en Terranova, fue porque los operadores de radio de Marconi a bordo del buque pudieron enviar una señal de socorro, que fue recibida por el RMS Carpathia.
La Armada británica no tardó en aplicar esta forma de comunicación directa, enviando código Morse a los buques en alta mar. Poco después, el aprovechamiento de las ondas de radio, sobre todo una vez que los transmisores se ajustaron para oscilar a una frecuencia determinada, condujo a la adopción generalizada de la comunicación por radio. Con el desarrollo posterior de la modulación de amplitud, o radio AM, por primera vez en la historia de la humanidad se pudo escuchar una voz a través de las ondas de radio, y se logró el poder de llegar a una audiencia mundial.
La BBC (British Broadcasting Corporation), comenzó a transmitir radio pública en 1922 como un servicio para informar, educar y entretener. Debido a las preocupaciones sobre la posible interrupción de las comunicaciones militares y civiles, se impusieron fuertes restricciones regulatorias sobre quién, cuándo y qué se podía transmitir. A principios de la década de 1930, se creó Radio Luxemburgo y fue adoptada, en gran medida por emisoras de habla inglesa, como un método para eludir el monopolio de la BBC. Este fue el nacimiento de la radio pirata y, durante la mayor parte del siglo 20, se utilizaría como método para transmitir contenido a Europa y las islas Británicas, que de otro modo no se escucharía.
En 1934, el señor Herbert W. Armstrong comenzó a transmitir desde Eugene, Oregón, un programa de la Iglesia de Dios por la radio, conocido más tarde como: El Mundo de Mañana. El programa transmitía el mismo mensaje sobre el venidero Reino de Dios que leemos hoy en esta revista, y que se puede ver en el programa: El Mundo de Mañana, que se transmite en todo el mundo por televisión y en línea. Después de difundirse en varias estaciones de radio de Norteamérica, el programa comenzó a transmitirse por Radio Luxemburgo en la década de 1950, y los esfuerzos del señor Armstrong se convirtieron en una obra verdaderamente mundial.
El nacimiento de los medios de difusión masivos trajo consigo la primera oportunidad de predicar las buenas noticias del venidero Reino de Dios a una audiencia verdaderamente mundial. Ya no sería necesario viajar en persona para hablar a audiencias dispersas por todo el planeta.
La eficacia de las ondas de radio como método de comunicación ha aumentado desde entonces, hasta llegar a la televisión y, más recientemente, a la internet. La facilidad con la que ahora se puede transmitir y compartir información en el extranjero ha dado lugar a una auténtica explosión de la información.
Hoy en día, todo el mundo puede informar, educar y entretener en un escenario global, pero esta tecnología conlleva un riesgo evidente: El apóstol Pablo se refiere a nuestro adversario, Satanás el diablo, como “el príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2), y de la misma manera que se pueden enviar señales electrónicas para transmitir un mensaje de esperanza, las ideas y la influencia de mentes corruptas y degradadas también pueden transmitirse a nuestros propios hogares.
Y el volumen de medios que ahora consumimos y compartimos en plataformas de redes sociales como X, YouTube y Facebook (muchos de ellos desagradables o vulgares); plantea uno de los mayores desafíos que afronta la sociedad. El maravilloso descubrimiento de Marconi puede haber acelerado el progreso técnico de la humanidad, pero no cambió la naturaleza humana.
A medida que las ondas de radio rebotan y reverberan a nuestro alrededor, esta forma de luz invisible debe usarse para el bien, como ejemplo y como testimonio para el mundo atribulado actual. Sin embargo, lo que importa no es solo el contenido de los mensajes que transmiten los grupos o los gobiernos. Lo que importa es nuestro propio enfoque individual de la comunicación y si damos o no el ejemplo correcto cada vez que se sube una publicación, una imagen o un video. Desde que se recibió la primera transmisión transatlántica en la Colina de señales, las oportunidades de demostrar y educar al mundo, tanto individual como colectivamente acerca de los caminos de Dios, han aumentado a un ritmo fenomenal. Dios permita que las usemos para ser “la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte” (Mateo 5:14). [MM]