En las aguas del cabo de Hornos, en el extremo sur de América, un científico de 23 años languidecía en la cubierta de un barco del siglo 18. Había emprendido el viaje previendo aventuras en alta mar como naturalista abordo del HMS Beagle, pero esas aventuras se veían interrumpidas con frecuencia por episodios de intenso mareo. Más tarde escribiría a un pariente desde Sidney, Australia, diciendo: “Odio cada ola del mar con un fervor que ustedes, los que han visto únicamente las aguas verdes de la orilla, jamás comprenderán”.