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¿Habrá espacio para Dios en un mundo irreligioso y poblado de escépticos? ¿Es acaso Dios un simple concepto anticuado, o es un Creador viviente con quien se puede tener una comunicación directa?
La buena noticia es que Dios no solo es real, sino que vive ¡y espera que nos comuniquemos con Él!
Quienes somos adultos mayores quizá recordemos con agrado cuando crecíamos en países que de hecho se consideraban naciones cristianas. Sabíamos que nuestros valores morales y sistemas legales se basaban en la Biblia, y el lenguaje de la fe se hacía sentir en público y en privado. Pero en los últimos decenios esto ha cambiado, como ha cambiado incluso la creencia en Dios.
Vemos aumentar el número de personas que no tienen ninguna afiliación religiosa. Una organización encuestadora encontró, hace poco, que “los carentes de afiliación religiosa, es decir, quienes definen su identidad religiosa como atea, agnóstica o ninguna, han aumentado del 17% en el 2009 al 26% en el 2019” (PewForum.org, 17 de octubre del 2019).
La sociedad ha cambiado a raíz del auge de los grupos sin religión. ¡Increíble! ¡El grupo “sin fe” ha llegado a contarse entre los grupos de fe más grandes del mundo!
Cuando en abril de 1966 la revista Time publicó un artículo que preguntaba: ¿Ha muerto Dios?, no era la primera que hacía la pregunta ni la primera que proponía una respuesta. Ochenta años antes el filósofo alemán Federico Nietzsche había declarado: “Dios está muerto; pero dada la costumbre de los hombres, durante miles de años podrá haber rincones en los que se mostrará su sombra. Y nosotros; nosotros también tenemos que vencer su sombra” (The Gay Science, New York: Random House, 1974, pág. 167).
Ahora, Nietzsche ha muerto, pero su filosofía continúa viva en la mente de millones que no solo no creen en Dios, ¡sino que detestan la idea de que exista! En el siglo 20, millones de seres humanos vivieron y murieron bajo el yugo de estados totalitarios que proclamaban oficialmente el ateísmo, y se esforzaban por impedir que los ciudadanos creyeran en un Ser Supremo. Aun en el mundo Occidental, el ateísmo se puso de moda en el siglo 20; en tanto que el público se iba convenciendo de que la ciencia, y no Dios, traería su verdadera salvación.
Sin embargo, en los últimos decenios, la misma ciencia ha logrado asombrosos adelantos en la investigación del mundo natural, y muchos de los conocimientos obtenidos, apoyan e incluso requieren la existencia de un Diseñador inteligente, y de un ser humano cuya inteligencia es algo más que un producto de procesos biológicos y químicos.
En los cien años que siguieron a la publicación de Charles Darwin: El origen de las especies, en 1859, la comunidad científica recibió cada vez más influencia de su teoría de la selección natural. El propio Darwin reconoció que su teoría no explicaba ciertos fenómenos naturales, que parecían demasiado complejos para surgir por las mutaciones y la selección natural, que se postulaban como necesarias en su teoría; pero confiaba en que esas complejidades acabarían por encontrar una explicación. Desde entonces, los científicos que procuran apoyar la teoría darwiniana, han propuesto explicaciones evolutivas para muchas estructuras complejas; pero sus explicaciones, como ocurre con buena parte de la teoría de la evolución, se quedan atascadas en el campo de la teoría, sin posibilidad de demostrarlas ni desmentirlas y, por lo tanto, quedan más afines a una filosofía que a una verdadera ciencia.
La ciencia desconoce que aun en tiempos de Darwin había otras maneras de interpretar los datos que descubrió. ¿Cuántos científicos al menos recuerdan el nombre de Alfred Russel Wallace, contemporáneo de Darwin, quien recibió amplio reconocimiento como codescubridor de la evolución? Darwin es famoso por su viaje a las islas Galápagos, mientras que Wallace pasó ocho años observando la flora y la fauna en lo que ahora se conoce como Indonesia. En 1855 formuló su propia teoría de la selección natural, y le remitió a Darwin una breve carta sobre el tema. “Darwin había llegado a la misma conclusión años antes, y la carta de Wallace lo motivó a actuar. En 1858 publicaron un trabajo conjunto, en el cual sostenían la teoría de la evolución y la selección natural” (NPR.org, 30 de abril del 2013).
Wallace, aun observando los mismos puntos biológicos que consideró Darwin, llegó, sin embargo, a una conclusión diferente. Declaró, al estudiar el mundo de la naturaleza que, “para proponer alguna explicación racional de sus fenómenos, nos es obligatorio postular la acción y la guía continua de inteligencias superiores; y además, que estas probablemente han estado actuando hacia un fin único: el desarrollo de seres inteligentes, morales y espirituales” (The World of Life 1916, págs. 340-341).
Para ilustrar su punto de vista, Wallace pidió imaginar a un ser superinteligente que observara la construcción de una mansión, un puente o un ferrocarril; pero que ve únicamente el movimiento de los materiales y no a los constructores. Imaginó a ese observador diciendo: “Conocemos las fuerzas físicas y químicas que operan en este curioso mundo, y si estudiamos lo suficiente, hallaremos que todo se explicará como producto de fuerzas conocidas” (Wallace, pág. 320).
Si viéramos a unas personas construyendo obras, pero negáramos el trabajo inteligente de esas mismas personas, limitándonos a estudiar solamente las obras, se diría que somos tontos. No obstante, esta es la perspectiva que asumieron Darwin y gran parte de la ciencia durante más de cien años; hasta que investigadores comenzaron a hacer avances en la comprensión de la vida molecular. El bioquímico Michael Behe observó:
“La ciencia en tiempos de Darwin no tenía conocimiento alguno del fundamento molecular de la vida. Es solo ahora, en los últimos 20 años, que la ciencia ha avanzado tanto como para examinar la vida desde su base molecular necesaria para someter a prueba rigurosa las ideas de Darwin, y en particular… las suposiciones de que la vida se basa enteramente en el azar, y que mutaciones tras mutaciones, y selecciones naturales fortuitas, pueden estructurar sistemas biológicos coherentes” (Darwin Devolves, 2019, pág. 256).
Y, ¿qué nos muestran los detalles moleculares? El fallecido astrónomo Fred Hoyle es famoso por una ilustración de la improbabilidad de la selección natural sin un diseño inteligente. Observó que una célula de levadura y un avión jumbo tienen aproximadamente el mismo número de piezas, pero nadie afirmaría en serio que el avión jumbo pudiera producirse por la evolución espontánea de sus partes. Hoyle escribió que la probabilidad de que surgieran 2.000 proteínas, cada una con 200 aminoácidos, es más o menos la misma probabilidad de que un tornado pase barriendo un depósito de chatarra y ensamble un Boeing 747 (The Intelligent Universe, 1983, pág. 17).
¿Será coincidencia que precisamente cuando la ciencia está asimilando tanta evidencia que apoya el diseño inteligente, la creatividad humana lucha por encontrar formas de mantener a Dios aparte? Algunos proponen un multiverso, donde nuestro Universo existiría en medio de incontables universos, que en su mayoría no sustentan vida como el nuestro. Según esa teoría, la probabilidad de un universo que sustente la vida puede ser una en muchos billones, ¡pero da la casualidad que ese Universo es el nuestro!
Otra idea novedosa captó la atención en el 2003 cuando el filósofo Nick Bostrom publicó un artículo titulado: “¿Vive usted en una simulación computarizada?” (Philosophical Quarterly, vol. 53, No. 211, págs. 243-255). Para la mayoría, la idea era extrema, quizás interesante como ejercicio intelectual, pero no como un concepto serio. En pocas palabras, Bostrom propuso que la arrolladora mayoría de quienes viven la condición de persona, lo hacen como parte de una simulación computarizada, a menos que la mayoría de las civilizaciones humanas se extingan antes de avanzar al punto de crear simulaciones computarizadas de personas, o que avancen a tal grado, pero sin interés en realizar esas simulaciones.
¿Podemos ver lo que ha hecho Bostrom? Según la lógica que plantea, la arrolladora mayoría de personas tienen que ser fruto del diseño inteligente, ¡pero el filósofo no afronta la idea de un Creador divino! Tampoco elimina la necesidad de un Creador, sino que la deja de lado. ¿De dónde salieron sus simuladores? Al final de cuentas, cuando se le agoten los simuladores, que son a su vez simulaciones, queda la pregunta: ¿Cómo llegaron a existir los supuestos simuladores como seres inteligentes y capaces de realizar simulaciones? ¡El argumento de Bostrom solo sirve para resaltar la necesidad de un Creador que exista más allá de su obra creada!
Haciendo a un lado las simulaciones, el principio de biogénesis validado por todos los experimentos y experiencias a lo largo de la historia humana, dice que un ser vivo solamente puede proceder de otro ser vivo. Ciertamente, algunos científicos han intentado crear vida de materia no viviente ¡y han fracasado rotundamente! ¿Será razonable creer que puede surgir vida de lo que no es vida, dada la increíble complejidad de la más simple de las células?
¿Y podrá surgir ley de la anarquía y el azar? Los científicos saben que existen leyes matemáticas intrincadas que determinan el movimiento y expansión del Universo. ¿A qué se deben esas leyes y su manifestación en nuestro Universo? El científico Patrick Glynn afirma que todo tuvo que ser “absolutamente preciso desde el comienzo: todo, desde los valores de fuerzas fundamentales como el electromagnetismo y la gravedad, hasta las masas relativas de las diversas partículas subatómicas, y el número de tipos de neutrinos en el primer segundo desde que comenzó el tiempo, que el Universo tuvo que saber ya en el segundo 10 a la potencia menos cuarenta y tres. La alteración más mínima de una sola de las decenas de relaciones en la naturaleza habría producido un Universo muy diferente del que habitamos, por ejemplo, uno sin estrellas como nuestro Sol, o simplemente sin estrellas” (Patrick Glynn, God: The Evidence, 1999, págs. 7-8).
Las leyes físicas existen desde el mismo comienzo del Universo. Los científicos reconocen que tiene que ser así. Y esas leyes son perfectamente afinadas para permitir que nuestro Universo exista tal como existe, ¡con nosotros incluidos! Matemáticamente, es muchísimo más que improbable que un universo así llegara a existir fortuitamente, con las propiedades necesarias exactas para permitir la existencia humana.
Muchos científicos, atrapados por la filosofía del materialismo, y decididos a encontrar explicaciones que excluyan la creación divina, han inventado teorías fantasiosas para explicar la complejidad que nos rodea. Pero muchas de esas teorías exigen enormes saltos de lógica, o suposiciones en el sentido de que un suceso matemáticamente improbable simplemente ocurrió. A diferencia, los teóricos del diseño inteligente señalan la complejidad irreducible de muchos procesos y estructuras vivientes, como prueba de que no pueden ser el resultado de mutaciones fortuitas y selección natural.
Los evolucionistas han propuesto argumentos para refutar la complejidad irreducible en la naturaleza, pero ni siquiera el biólogo más ingenioso puede evadir la realidad de las matemáticas. Muchos argumentos presentados por científicos contra el diseño inteligente dependen de cadenas de sucesos extraordinariamente improbables, incluidas, en algunos casos, mutaciones que tardarían billones de años en ocurrir… ¡en un Universo cuya edad estiman en solo 14 mil millones de años!
A veces los evolucionistas acusan a los creacionistas de proponer una explicación basada en un “Dios de lagunas”, es decir, que atribuyen a un Dios omnipotente cualquier fenómeno que la ciencia aún no comprende. Sin embargo, al tratar el tema de la teoría evolutiva, hasta la National Geographic Society, prestigiosa entidad, tuvo que reconocer, algo insólito, que “el registro fósil es como una película de la evolución en la cual 999 de cada 1.000 fotogramas [imágenes] se perdieron en la sala de montaje” (National Geographic, noviembre del 2004, pág. 25). Realmente, ¡la evolución, y no el diseño inteligente, es la teoría que está llena de lagunas en la evidencia!
Los evolucionistas materialistas, enfrentados al fenómeno de la consciencia humana, encuentran cuestionadas muchas de sus propuestas. El autor y filósofo John Searle ha observado el persistente misterio que rodea la consciencia de sí que tiene el ser humano: “No sabemos cómo explicarla. Compárese la consciencia con la física. Vamos bastante bien en física, aunque hay algunos aspectos enigmáticos, como la mecánica cuántica. Pero no tenemos una teoría adecuada de cómo el cerebro causa estados conscientes, y no tenemos una teoría adecuada de cómo encaja la consciencia dentro del Universo” (Robert L. Kuhn, Closer to Truth: Challenging Current Belief, 2000, pág. 5).
Los filósofos se han preguntado: “¿Cómo podemos comprobar que algo existe, excepto mi propia mente?” La filosofía llamada solipsismo, que aproximadamente significa: “solamente yo existo”, propone que la única realidad está en nuestra mente y que nada más existe realmente. ¿Cómo estar seguros de que hay una inteligencia afuera de nuestra propia mente? Una manera, como han propuesto científicos como Wallace y Behe, es buscar señales de que otra mente ha actuado. Pero, ¿cómo observar las cosas físicas que nos rodean y llegar a la conclusión de que ha actuado otra mente? Lo que nos convence de que hay una inteligencia fuera de nosotros, no son las cosas que vemos, sino el observar que hay un orden con un propósito. Los sonidos debidamente ordenados se convierten en lenguaje que comunica ideas. La piedra, el metal y la madera debidamente ordenados pueden ser un edificio. Si reconocemos evidencia de un orden con propósito que no comprendemos plenamente, entonces nuestra mente no puede ser la única en el Universo, ¡por cuanto habremos detectado una inteligencia superior a la nuestra!
La idea de que el mundo a nuestro alrededor ofrece evidencias del diseño inteligente, no tuvo su origen en científicos como Wallace y Behe. Hace casi 2.000 años el apóstol Pablo dijo a los cristianos en Roma: “Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Efectivamente, al reconocer el orden con propósito del mundo que nos rodea, podemos inferir que hay una inteligencia y, en última instancia, ¡la inteligencia divina de nuestro Creador!
Algunos científicos materialistas quizá piensen que su mente es una ilusión, un simple subproducto de la carne que compone el cuerpo. Niegan toda existencia de una dimensión de la mente o espíritu. Este es un problema antiguo y la Biblia le presta mucha atención. El apóstol Pablo habla de la relación del espíritu con el ser humano, preguntando: “¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” (1 Corintios 2:11). Pablo no está hablando de un alma inmortal, sino del espíritu humano.
El espíritu humano hace posible que sepamos “las cosas del hombre”. Los animales no pueden saber “las cosas del hombre”. Si bien el instinto animal es un mecanismo asombroso que faculta al animal para hacer cosas impresionantes, ningún animal tiene la capacidad de pensar como un ser humano. La diferencia psicológica entre la mente humana y el cerebro animal es enorme. El instinto animal puede ser fascinante, pero solo el ser humano puede concebir varias dimensiones físicas más allá de lo visible. Y si los científicos pueden teorizar acerca de diez o más dimensiones físicas invisibles, no debe ser tan difícil para un observador objetivo considerar la dimensión espiritual.
La física emplea instrumentos masivos, como el gran colisionador de hadrones, para comprender dimensiones físicas más allá del alcance de la vista. ¿Qué se requiere para comprender la dimensión espiritual? ¡El Espíritu de Dios! “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11). ¿Cómo recibimos el Espíritu de Dios? En el día de Pentecostés, cuando se inició la Iglesia del Nuevo Testamento, el apóstol Pedro predicó ante una multitud proclamando: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
La evolución no puede explicar, y de hecho suele negar, la existencia del espíritu; pese a que la más grande realidad no es la existencia material, sino la existencia espiritual. Leemos que “las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). El apóstol Juan también proclama esta verdad: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). Los científicos hacen descubrimientos maravillosos, pero sus instrumentos solo les permiten llegar hasta cierto límite. Si Dios no les abre la mente para comprender las cosas del Espíritu, no pueden discernir la realidad de lo que está haciendo aquí en la Tierra. “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
La mayoría de quienes procuran sondear la creación material que es el Universo, pasan por alto el aspecto más impresionante de la creación divina. Dios no se limitó a crear el Universo físico, sino que está creando en los seres humanos su obra maestra espiritual: su propio carácter santo y justo, que viene a convertirse en el carácter del cristiano auténtico, humilde y entregado a Él. Dios ha creado no solamente las leyes físicas extraordinariamente precisas que guiaron la formación del Universo, sino que ha dado leyes espirituales para formar el carácter del cristiano. Jesús pronunció en Mateo 22:36-39 los dos grandes mandamientos, que amplían los diez mandamientos que se encuentran en Éxodo 20 y Deuteronomio 5. Estas leyes espirituales son tan reales como las leyes físicas que gobiernan el Universo.
Ciertos filósofos han proclamado que Dios ha muerto. Pero muchos de esos filósofos son los que han muerto, mientras que Dios vive. Y nos da una clara perspectiva de esta realidad: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1).
¿Podemos comprobar que Dios existe? ¡Por supuesto que podemos! No solo podemos saber que Dios existe, sino que podemos saber que sabemos que está vivo. ¿Cómo adquirir esta seguridad? Conviene, desde luego, entender los puntos filosóficos lógicos que hemos considerado brevemente en este artículo. La razón y la lógica, bien aplicadas, no son enemigas de la fe. Sin embargo, hemos visto que parte de la ciencia moderna escasamente merece ese nombre, ya que no ofrece experimentos verificables capaces de comprobar la evolución o refutar el diseño inteligente.
Sin embargo, podemos realizar un experimento de vital importancia y examinar los resultados personalmente. Ese experimento se encuentra en la Biblia: “En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Juan 2:3). Podemos comprobar la existencia de Dios si llevamos la clase de vida que ha revelado por medio de la Biblia y por medio de su Hijo Jesucristo. Si lo hacemos, podremos saber por nosotros mismos que Dios vive, y que es el Gobernante Supremo, no solamente del vasto Universo; sino que también lo es de las pequeñeces de nuestra vida (Mateo 10:29-31). ¡Este puede ser el inicio de una relación personal con Dios!
Sin embargo, esto no puede hacerse a medias y esperar resultados concretos: “Si desde allí buscares al Eterno tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma” (Deuteronomio 4:29). Seguir la voluntad de Dios requiere el más profundo compromiso. ¡Confiemos en el Señor! Busquemos al Dios viviente con todo el corazón y con toda el alma, ¡y lo encontraremos!
¿Hay entonces un Dios viviente que se interesa por nosotros, y que es el autor de la creación del Universo y de la vida? ¿Un Dios que interviene en la vida de los seres humanos y en los acontecimientos mundiales? ¿Puede usted refutar a los críticos que dicen: “Dios ha muerto”? ¿Puede usted comprobar que Dios vive? ¡Sí puede!
El Dios viviente nos ama y desea que pensemos como Él piensa. Desea que nos hagamos como Él en nuestra mente y carácter. Por eso envió a su Hijo Jesucristo a darnos el ejemplo de cómo vivir correctamente y salvarnos de nuestra naturaleza de pecado. Dios desea que nos conformemos a la imagen y naturaleza de amor de Jesucristo (Romanos 8:29).
El gran error de Darwin fue soslayar el propósito de la vida. La verdad es que fuimos creados con un gran propósito. Nuestro Creador no solamente vive, sino que desea que por la eternidad estemos con Él, ¡como parte de su propia Familia! ¿Responderá usted a su llamado? [MM]