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Las Escrituras revelan la visión que tiene nuestro Creador
sobre dónde deben vivir los seres humanos.
La inmigración, en particular la inmigración ilegal o irregular, está desgarrando el tejido de la civilización occidental. Atrapadas entre un sentido de compasión por los vulnerables, y el deseo de preservar la estabilidad nacional, muchas naciones, tanto europeas como americanas, enfrentan un desafío casi sin precedentes a medida que los migrantes cruzan sus fronteras.
La situación es mucho más que un reto político o legislativo. En cierta forma, las oleadas migratorias se asemejan a invasiones por el efecto desestabilizador en los países receptores, y por la ampliación de las grietas profundas creadas por decenios como la polarización social. Para el Occidente, en todo sentido el reto de la inmigración se ha convertido en una crisis.
Para otros, la crisis migratoria es también una oportunidad. Los oportunistas y cínicos ven en ella la posibilidad de avanzar hacia la visión de un mundo sin fronteras, ya de larga data, y quisieran aprovechar las crisis actuales para reformar al mundo según sus propios deseos. Habría que preguntar, sin embargo, si el cumplimiento de esa visión daría inicio a un sueño utópico o a una pesadilla.
La única forma de comprender realmente la crisis migratoria y su solución no es mirarla con el lente del pragmatismo político, de la dinámica económica y demográfica, del conflicto cultural y ni siquiera de la compasión humanitaria. Es preciso considerar las intenciones, designios y deseos del Creador de la humanidad, que pronto hará sentir su voz en todas las naciones de la Tierra. ¿Por qué tantos desafían y cruzan las fronteras, y qué significa esto para quienes se encuentran en cada lado de esas fronteras?
Como informó The Hill el 23 de enero: “El número de inmigrantes ilegales en el país prácticamente se ha duplicado bajo el gobierno del presidente Biden. Estados Unidos tenía unos 10,2 millones de inmigrantes ilegales en el 2020, y otros 10 millones han entrado durante la presidencia de Biden. Si los 20 millones de inmigrantes ilegales formaran entre todos un solo estado, estaría empatado con Nueva York como el cuarto estado más poblado”.
En realidad, 20 millones de personas significa que el total de la población de inmigrantes ilegales podría representar una nación dentro de los Estados Unidos que, por sí solo, es más grande que casi las tres cuartas partes de las naciones individuales y territorios dependientes del mundo. Imaginemos toda la población de Ecuador (18,2 millones), Somalia (18,1 millones) o Kazajistán (19,6 millones); llegando ilegalmente a los Estados Unidos. ¿Qué cambios se producirían en la nación ante un influjo tan masivo de personas? ¿Cambiarían sus valores? ¿Se alteraría su cultura? ¿Se reorganizaría su política?
Ahora imaginemos que el flujo continúa prácticamente sin freno: La comparación con una invasión empieza a sonar más razonable.
En su lucha contra lo que incluso muchos políticos demócratas, como el senador John Fetterman, consideran una gestión fronteriza laxa o inexistente por parte de la administración Biden, el gobernador de Texas, Greg Abbott, declaró que los 6 millones de inmigrantes que cruzaron ilegalmente la frontera sur en los últimos tres años eran precisamente eso: Una invasión.
Buscando detener la marea de inmigrantes que nadan ilegalmente a través del río Bravo hacia Texas, el gobernador Abbott hizo instalar nuevas barreras y alambre de púas afiladas en la frontera con México. El Tribunal Supremo de los Estados Unidos confirmó la autoridad de la administración Biden de retirar esos obstáculos, pero en lo que parece un desafío al gobierno federal, Abbott dio orden de que las entidades de orden público y la Guardia Nacional de Texas continuaran añadiendo barreras. Al día siguiente, el gobernador expidió una carta en la que explicaba sus objeciones al fallo del Tribunal Supremo. Veinticinco gobernadores, todos republicanos, firmaron una carta de respaldo a las acciones de Abbott. Ese paso, tal como señaló un observador, podría ocasionar la crisis constitucional más grande en el país desde la Guerra Civil.
La situación en Europa no es mejor. Quizás hasta peor. Por ejemplo, Suecia era conocida como una de las diez naciones más seguras de la Tierra, pese a que sus reglamentos sobre asilo se contaban entre los más generosos de Europa. ¿Pero ahora?
En noviembre del año pasado, el diario Financial Times, resumió la situación de esa nación de esta manera: “El país nórdico ha pasado de tener uno de los índices más bajos de Europa en asesinatos con arma de fuego, a uno de los más altos en solo un decenio. Pandillas de criminales bien establecidas, generalmente encabezadas por inmigrantes de segunda generación, ya no se limitan a matarse entre sí, sino que atentan cada vez más contra familiares y víctimas colaterales inocentes. Muchos de los autores son niños, algunos de solo 14 años, aleccionados por las pandillas para dar estos golpes”.
En Suecia, las muertes por asalto con arma de fuego sobrepasan las de Croacia en un 80 por ciento. Y hay claros indicios de que las redes criminales movidas por inmigrantes han infiltrado algunos servicios públicos, partidos políticos e incluso el sistema de justicia penal. Richard Jomshof, miembro del Parlamento sueco habló con franqueza: “Si esto continúa otros dos decenios, Suecia estará perdida”.
Hablando con el Telegraph en diciembre del 2023, el exprimer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, afirmó: “Sí, creo que los migrantes ilegales representan una amenaza para la paz europea, para la seguridad europea y, a largo plazo, también a la civilización europea”. En particular, resalta la “enorme cantidad de migrantes musulmanes del Oriente Medio que llegan a Alemania, Francia y otros países; y que desean cambiar la cultura de esas naciones”.
Italia ha padecido el mayor efecto de la inmigración aparentemente descontrolada proveniente del Norte de África, y las frustraciones que ha causado contribuyeron a la elección de la actual primera ministra Giorgia Meloni.
Desde Italia muchos migrantes procuran pasar a Francia y de allí a otros países de Europa. Francia ha reaccionado tratando de restablecer controles fronterizos que recuerdan la época anterior a la Unión Europea, restringiendo así el tránsito libre que ha sido característica de la moderna vida europea. La señora Meloni, como su homólogo en Francia, han advertido que le Unión Europea está corriendo el riesgo de dejarse arrollar por el creciente sunami de seres humanos que llegan al Continente.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, está de acuerdo. En diciembre del 2023 se presentó con la señora Meloni para dirigirse a una reunión de políticos derechistas en Roma. El señor Sunak habló de la crisis migratoria en el Occidente, y de las organizaciones de delincuentes que se aprovechan de ella:
“Las pandillas de criminales encontrarán cada vez maneras más baratas de ejercer su malévolo oficio. Explotarán nuestro sentido de humanidad, y no vacilarán en poner en riesgo la vida de otros cuando los montan en barquitos en el mar. Además, nuestros enemigos verán que somos incapaces de manejar esta situación, y aumentarán su empleo de la migración como arma, impulsando gente a nuestras costas deliberadamente con la intención de desestabilizar nuestra sociedad. Si no atacamos este problema, los números seguirán creciendo. Nuestros países se verán abrumados y se sobrepasará nuestra capacidad de ayudar a los que realmente necesiten más de nuestra ayuda”.
Las palabras del señor Sunak reflejan el sentimiento compasivo que frecuentemente ha caracterizado la respuesta de Occidente a las poblaciones sufrientes, sentimiento que reconoce que, si bien las oleadas de inmigrantes pueden llegar a formar una virtual invasión, no representan una invasión literal. Si bien la situación actual es sin precedentes, el sufrimiento y las penalidades que la originan son tan antiguos como la humanidad.
Son varios los motivos que llevan a la gente a asumir el reto de desarraigarse de su tierra y de los suyos para ir a plantarse en tierras muy, muy lejanas, y muy diferentes. Unos se van, obligados por la guerra, la violencia y la persecución. La Organización de las Naciones Unidas informó en octubre del 2023 que más de 114 millones de personas fueron desplazadas por la violencia. El conflicto en Birmania ha generado el crecimiento de uno de los campamentos de refugiados más grandes del mundo: el de Kutupalong-Balukali en Bangladés, donde se albergan 700.000 refugiados que han huido de la persecución en su patria.
Los hechos catastróficos han sido otro factor. Así como el hambre obligó al patriarca Abram y su casa a vivir por un tiempo en la tierra de Egipto (Génesis 12:10), ahora los desastres ecológicos y ambientales continúan obligando a las poblaciones a huir en busca de estabilidad y seguridad. La moda es que algunos convierten las catástrofes en argumentos contra el cambio climático, pero cualquiera que sea la causa, los desastres naturales ejercen sobre los pueblos una presión real que los lleva a desplazarse. Las fuerzas inmisericordes de la naturaleza han impulsado las migraciones humanas desde hace milenios.
Unos abandonan la patria buscando desesperadamente un futuro para su familia, y un alivio a la pobreza en sus naciones deshechas, muchas de ellas regidas por gobiernos que despilfarran la riqueza de su pueblo en modelos económicos ilusorios, o por funcionarios corruptos más interesados en alimentar sus cuentas bancarias que en alimentar a los niños que mueren de hambre dentro de sus fronteras. Sumidos en condiciones de vida intolerables, las masas dolientes y desesperadas toman lo que acaso sea la decisión más difícil de su vida: empacar lo que puedan cargar y emprender la marcha. Las penalidades que los esperan en su viaje a tierras desconocidas pueden ser aterradoras, pero comparadas con las penalidades que sufren en su patria, consideran que el riesgo vale la pena, ya sea atravesar a pie los desiertos del Suroeste norteamericano, o cruzar las aguas del Mediterráneo que separan el Norte de África de Europa. Sin importar lo que fueren los peligros al viajar, pesan mucho menos que la esperanza de una vida mejor.
Lamentablemente, algunos viajan a nuevas tierras con fines siniestros, tal vez para evadir las consecuencias de crímenes cometidos, o en busca de nuevos lugares para sus empresas criminales. En los Estados Unidos, por ejemplo, entre los inmigrantes ilegales capturados en el año fiscal 2023, se encontraron 736 individuos terroristas o sospechosos de serlo. Una cifra sin precedentes. Y el mercado para drogas ilegales, como el fentanilo, impulsa a muchos a cruzar la frontera en busca de ganancias provenientes del vicio.
Cualquiera que sea la causa: desastres naturales o desastres de origen humano, el hecho es que nuestro mundo está repleto de dolor. Y para muchos, la posibilidad de librarse de ese dolor vale el esfuerzo y el peligro de viajar cruzando ríos, desiertos, montañas y mares tormentosos en embarcaciones escasamente apropiadas.
Donde hay miseria humana, suele haber oportunidades. La desesperación por cruzar fronteras internacionales ha sido una ventaja para los contrabandistas y carteles de criminales, que se interesan únicamente por el dinero que pueden obtener explotando migrantes desesperados. Testificando ante la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, agentes que prestaron servicio en la frontera sur, expusieron claramente que los carteles de México tienen control absoluto de la frontera: exigen que los migrantes paguen sumas exorbitantes por su ayuda, y castigan con palizas y aun con ejecución a quienes intenten cruzar sin pagarles por tal privilegio.
Por su parte, los políticos saben aprovechar la oportunidad. Un electorado que se siente frustrado es un electorado que pide cambio, y muchos gobiernos en Occidente han cambiado de manos a causa principalmente de las preocupaciones relacionadas con la migración. Unos partidos ven la ira por el tema de la inmigración como un elemento clave para ganar votos en favor de sus mayores pretensiones. Otros ven a los nuevos inmigrantes, sean legales o ilegales, como posibles votantes que se pueden aprovechar para conservar el poder.
Algunos buscan restar importancia a la inmigración como un problema, reconociendo las nuevas crisis, pero prefiriendo retratarlas como el resultado de la desigualdad económica en lugar de un choque de culturas y valores en conflicto. Y están los que van aún más allá, que ven el momento actual como una oportunidad para remodelar nuestro mundo de la manera más fundamental. A los ojos de tales visionarios, la migración masiva y los campamentos de refugiados no son simplemente reflejo de dificultades económicas, desastres naturales o violencia; sino señales de que la existencia de fronteras es un problema. Para ellos, las actuales crisis migratorias presentan una oportunidad de abogar por su sueño de una utopía sin fronteras, como una idea que ya debe ponerse en práctica. Las motivaciones que inspiran a los promotores de esa fantasía varían de un soñador a otro, pero su influencia en la política, la legislación y la cultura es muy real.
Puede ser sorprendente que muchos esgrimen argumentos capitalistas para defender la apertura, e incluso la casi eliminación de las fronteras. El multimillonario Charles Koch aboga por fronteras más abiertas por esos motivos y, por medio de su fundación, ejerce presión en favor de una reforma inmigratoria que traiga más trabajadores a los Estados Unidos. Otros van aún más allá, sosteniendo la necesidad de eliminar casi todas las restricciones. El economista Bryan Caplan, de la Universidad George Mason, sugiere que abrir las fronteras todo lo posible, aumentando al máximo el movimiento de la gente, generaría un aumento del 50 al 150 por ciento en la producción mundial, porque permitiría aprovechar el potencial de trabajadores que ahora están desperdiciados en las naciones improductivas.
Otros, cosa irónica, abogan por las fronteras abiertas como ataque contra el capitalismo. En un artículo titulado: Visiones de un mundo sin fronteras, publicado en mayo del 2021, el columnista Todd Miller, en The Nation, pinta un cuadro sobre las fronteras que sirven únicamente para ayudar a los ricos y poderosos, mientras se mantienen bajo control los pobres y oprimidos. Escribiendo en marzo del 2021 para Abolition 13/13, publicación del proyecto de justicia social de la facultad de derecho de la universidad de Columbia, la abogada Anita Yandle declaró: “Las fronteras son una extensión violenta del estado carcelero, imperialista”. Preocupada porque sus llamadas en pro de una justicia mundial parezcan opuestas a la apertura de las fronteras, explicó: “Este no es un argumento en contra de las fronteras abiertas. Al contrario, las fronteras abiertas deben ser un paso hacia la abolición de las fronteras (y de los Estados que las controlan)”.
Esto significa, abolir los Estados. La señora Yandle no da lugar a dudas sobre su posición: “Las fronteras abiertas aliviarán muchas dificultades y salvarán vidas incontables, porque abolirlas, aboliendo incluso la existencia de los países, es la solución a la violencia generada por las fronteras”.
Quizá sea tentador descontar esos sentimientos como ideas de eruditos legales de posiciones extremas, pero las filosofías culturales y clásicas que sirven de raíz a tales ideas se salieron hace mucho de los confines de la academia, y ahora están moldeando las políticas públicas; y por consiguiente, las sociedades que por ellas se rigen. Miller y Yandle son como el canario en una mina de carbón. Muchas de las personas más instruidas en la sociedad ven las fronteras nacionales claramente definidas y defendidas como algo racista, y xenofóbico en el mejor de los casos; y como un instrumento de opresión y violaciones de los derechos humanos en el peor. En la mente de quienes tienen tales visiones, la apertura radical de las fronteras, y quizás incluso su abolición total, no implica una multiplicación del caos que vemos crecer en nuestras naciones, sino que un mundo sin frontera sería la clave final para llegar a una civilización mundial vibrante y justa, donde por fin se desataría todo el potencial humano.
Las visiones sobre un mundo sin fronteras no son nuevas. Al contrario, son casi tan antiguas como la humanidad. Hace milenios, en las llanuras de la antigua tierra de Sinar, la humanidad pretendió formar un mundo sin fronteras: un solo pueblo, un solo idioma y una sola nación sin fronteras. Leemos sobre este intento en el episodio de la torre de Babel, en Génesis 11: “Tenía entonces toda la Tierra una sola lengua y unas mismas palabras… Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al Cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la Tierra” (vs. 1, 4).
La gente no deseaba que las familias se extendieran y establecieran nuevas naciones en diferentes partes de la Tierra, sino que se quedaran con un solo nombre, evitando ser esparcidas.
Pero, ¿cuál es el deseo de Dios? Políticos, legisladores, académicos e intelectuales nos ofrecen sus soluciones. Pero, ¿cuál de ellos busca la guía del Creador de la humanidad? ¿Quién pide consejo a Aquel que verdaderamente entiende el camino hacia la paz, la plenitud y la prosperidad humanas? Por muy sabias que parezcan a nuestros ojos las soluciones y filosofías ideadas, “lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:25).
La visión que tiene nuestro Creador sobre cómo deben vivir los seres humanos en la Tierra, y la manera como Jesucristo gobernará al mundo cuando regrese, quedan claras en las páginas inspiradas de las Sagradas Escrituras. La Biblia muestra que Dios desea que las familias sobre la faz se la Tierra se distingan unas de otras.
Las Escrituras presentan a las naciones como familias crecidas, definidas por extensas conexiones familiares más que por ideas políticas y gobiernos. De ahí que mencione: “la familia de Egipto” entre “las familias de la Tierra” en el futuro Reino milenario del Mesías (Zacarías 14:17-18), y que hable de frontera en el Reino milenario (Isaías 19:19). La Palabra de Dios afirma claramente: “Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres. Estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel” (Deuteronomio 32:8). Efectivamente, Dios fijó fronteras, y no solo para los habitantes de la antigua Israel, como explicó el apóstol Pablo: “De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la Tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17:26).
Esta breve afirmación de Pablo resalta que todos los pueblos, de toda raza, etnia y nacionalidad; están unidos como descendientes de Adán y Eva, y que Dios dispuso fronteras para definir los lugares donde habitarían las naciones que habían de descender de aquellos antepasados comunes.
Como está claro que el Dios de la Biblia es un Dios de fronteras, toda visión de un mundo sin fronteras viene a ser contraria a la forma como Dios quiere que funcione el mundo. Eso lo dejó muy en claro en Babel. Allí la humanidad quiso burlarse de su Creador. Pretendió no construir otras naciones separadas ni buscar nuevos lugares de habitación en el mundo posterior al diluvio, a medida que sus familias iban creciendo. Las masas en Babel quisieron desafiar el plan de Dios y permanecer en un lugar como un pueblo, una sola nación.
Su desafío no les salió bien. Al final, desafiar a Dios nunca sale bien. El idioma es uno de los elementos que unifican fundamentalmente a un pueblo, y Dios, como es bien sabido, confundió los idiomas de la gente para que no pudieran comunicarse (Génesis 11:7). “Así los esparció el Eterno desde allí sobre la faz de toda la Tierra” (v. 8), obligándolos a hacer lo que deseaba desde el principio.
Nuestro Padre celestial es firme. Sus deseos no cambian (Malaquías 3:6), la opinión de Jesucristo no cambia (Hebreos 13:8), y podemos prever que el mundo que empezarán a reconstruir, al regreso de Jesucristo, será como querían que fuera el mundo antiguo, como vemos en las descripciones del milenio bajo el gobierno de Jesús: Un mundo de fronteras y de familias crecidas hasta convertirse en naciones.
Ningún problema del mundo se puede resolver ignorando las leyes y los deseos de Dios. Ninguna acción contraria a su voluntad podrá jamás generar felicidad, paz y seguridad. Los fanáticos pueden creer sinceramente en sus fantasías de que un mundo sin fronteras es la máxima clave para la prosperidad humana, pero Dios pronunciará sobre ellos y sus ideas el mismo veredicto que pronunció en la torre de Babel.
Pero, ¿entonces cuál es la alternativa al caos que ofrece un mundo sin fronteras? ¿Cómo ayudar a millones de personas sufriendo sin drenar los recursos de los países anfitriones, ni incitar conflictos cuando culturas con diferencias fundamentales rozan unas contra otras estando en estrecha proximidad?
En forma limitada, la Biblia ofrece una guía para nuestras actitudes y la orientación de nuestro corazón. Vemos que el Dios de la antigua Israel enseñó a tener compasión por los extranjeros necesitados y que ordenó a su pueblo: “Al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo 22:21; ver Éxodo 23:9; Levítico 19:34; Deuteronomio 10:19). En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo inspirado por Dios, enseñó que debemos procurar hacer “bien a todos” cuando se presente la oportunidad, aunque los que tienen prelación en cuanto a nuestro apoyo son los miembros de nuestra familia y los de “la familia de la fe” (Gálatas 6:10; 1 Timoteo 5:8).
En forma más amplia debemos aceptar la realidad: En este mundo, si no hay arrepentimiento mundial y sumisión al gobierno de Jesucristo, no puede haber una solución real y permanente a la crisis migratoria. El sufrimiento persistirá mientras el hombre cometa error tras error en el manejo de sus recursos, mientras va a la guerra contra su prójimo y sufra las consecuencias de sacar a Dios de sus asuntos. Habrá escasez, la gente a duras penas logrará subsistir de la tierra, y al mismo tiempo se negará a sí misma las bendiciones que llegan al obedecer a su Creador. En especial, las naciones descendientes de Israel sentirán los crecientes efectos profetizados por rechazar al Dios de la Biblia, entre ellos las consecuencias consignadas en Deuteronomio 28:43: “El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy abajo”.
En cierta forma, todo clamor de un migrante que implore misericordia, ayuda y justicia es, sépalo o no, un clamor por el regreso de Jesucristo, y porque se establezca su Reino de orden, de paz y abundancia. No hay duda de quién es: “el Deseado de todas las naciones” (Hageo 2:7).