El ojo humano: Ventana de la vida | El Mundo de Mañana

El ojo humano: Ventana de la vida

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Cada imagen de cada momento que presenciamos en la vida, queda reunida para nosotros por dos pequeños milagros de Dios, que a veces olvidamos apreciar: Nuestros increíbles ojos. ¿Nos habremos dado cuenta del prodigio de diseño que son nuestros ojos?

Escribo esto mientras mi esposa y yo nos dirigimos por tierra a Charlotte, Carolina del Norte, en el Este de los Estados Unidos. En este preciso instante atravesamos la hermosa cordillera conocida como los Apalaches. En cuestión de pocos momentos, mis ojos reúnen una multitud de imágenes extraordinarias: Desde amplios panoramas hasta pequeños detalles llenos de encanto. Asimilo la totalidad del contorno de una montaña, notando cómo corta contra el fondo azul del cielo, y simultáneamente absorbo los tonos verde intenso que se derraman por las laderas cubiertas de bosques.

En la cumbre lejana de un monte, distingo un árbol, una de sus ramas y hasta sus hojas que se destacan. En un instante, dirijo la vista a un hermoso campo de flores amarillas silvestres que pasan al lado de mi ventanilla. Pronto entramos en un túnel, y el mundo de luz y color se convierte de pronto en oscuridad. Y todo el tiempo veo, continuamente y sin interrupción, absorbiendo todas las escenas que me rodean.

Todas estas vistas fueron mías en el plazo de pocos segundos, gracias a que mis ojos se adaptaban casi instantánea y automáticamente a diferentes necesidades. Para hacerlo, el ojo se vale de unos mecanismos que se cuentan entre los más coordinados y de diseño más intrincado en todo el cuerpo humano.

¿Cómo funciona?

La luz entra al ojo por la córnea, una estructura transparente, flexible y resistente situada en la parte delantera del ojo. La córnea exhibe un diseño notable que le permite cumplir dos funciones. Primero, es una estructura dura y que se sana sola, por lo cual puede resistir la tensión biomecánica de su función como escudo para el ojo interno, y como protector contra contaminantes y partículas de suciedad. Al mismo tiempo, comienza la función de enfocar las imágenes que entran en el ojo, doblando la luz correctamente, de modo que esta pase por la pupila, la abertura en el centro del iris.

Como puerta del ojo, el iris no solamente da a nuestros ojos su color distintivo, por ejemplo el marrón, azul o verde; sino que también tiene la extraordinaria capacidad de cambiar el tamaño de la pupila automáticamente, y con toda precisión, como hace el obturador de una cámara, a fin de variar la cantidad de luz que entra en el ojo; y lo hace con velocidad y exactitud asombrosas.

Continuando al interior del ojo, la luz atraviesa el cristalino, un lente situado detrás del iris, y que completa el proceso de enfoque. Pero a diferencia de los lentes de una cámara, el cristalino del ojo es una estructura orgánica flexible, que cambia constantemente de forma según sea necesario para perfeccionar su poder de enfoque.

Ya enfocada, la luz atraviesa el humor vítreo, un fluido en el ojo interno que simultáneamente provee la presión necesaria para que el ojo conserve su forma redonda, lleva nutrientes a los vasos retinianos del ojo, y actúa como medio por donde la luz que entra puede pasar sin impedimento del cristalino a la retina.

La retina, en el fondo del ojo, funciona como una pantalla de proyector sobre la cual la córnea y el cristalino enfocan la imagen. Está compuesta por más de 130 millones de células retinianas microscópicas y sumamente sensibles. Estas células son de diferentes tipos, unas, con forma de bastoncillo, están diseñadas para maximizar el procesamiento de la luz de modo que podamos ver en condiciones de oscuridad. Otras células, en forma de cono, son sensibles al color y también dan agudeza a la visión, y permiten detectar detalles pequeños. Los conos son de tres tipos, cada uno diseñado para detectar uno de los tres colores primarios de la luz visible: rojo, azul y verde. Actuando en combinación, estos tres tipos de células, todas sensibles al color, pueden detectar virtualmente cualquier color en el espectro visible.

Cuando la luz enfocada cae sobre una célula retiniana, se produce una cascada química que transforma la energía lumínica en energía eléctrica, la cual luego viaja por aproximadamente un millón de fibras nerviosas en cada ojo hasta el cerebro. Por último, el cerebro descodifica las señales y las interpreta como la imagen que vemos.

¡Todo esto ocurre constantemente y a velocidades inimaginables! Mientras el ojo se inunda continuamente de luz en imágenes provenientes de un paisaje cambiante, este sistema trabaja sin descanso; automáticamente y con extraordinaria habilidad modera la cantidad de luz que entra en el ojo para optimizar el grado de brillo, enfoca esa luz con precisión asombrosa mientras la pasa por varias capas de materiales y fluidos, convierte los fotones de luz en señales eléctricas y las envía en forma de un código inteligible al cerebro para que nosotros disfrutemos la bendición de la vista.

Con todo, la descripción del mecanismo y la maquinaria del ojo que hemos presentado, no es más que resumen. El espacio no alcanzaría para tratar sobre todas la estructuras extraordinarias que operan en concordancia para formar un ojo que funciona a la perfección, como la esclerótica, los músculos extraoculares, la coroides, la fóvea… la lista es interminable. Basta decir que los dos pequeños globos que recogen las vistas a nuestro alrededor, para nuestro consumo y consideración, representan un increíble prodigio de diseño e ingeniería que ningún artífice humano ha podido igualar.

Aparición del diseño

El famoso astrónomo y astrofísico Robert Jastrow, dijo alguna vez: El ojo parece haber sido diseñado, ningún diseñador de telescopio lo haría mejor. ¿Cómo es posible que este maravilloso instrumento haya evolucionado al azar por una serie de hechos fortuitos?”

Como evolucionista, Jastrow estaba parafraseando y reflexionando sobre los pensamientos de Charles Darwin, autor de la teoría de la evolución. Refiriéndose al ojo como un órgano de extrema perfección y complejidad, Darwin comentó: “Suponer que el ojo con todos sus inimitables artilugios para ajustar el enfoque a diferentes distancias, para admitir diferentes cantidades de luz, y para la corrección de la aberración esférica y cromática, pudiera formarse mediante selección natural; parece, y lo confieso abiertamente, absurdo al mayor grado posible”.

Aun así, Darwin razonó que podría ser así, y muchos evolucionistas se han esforzado por mostrar que su fe en esa teoría era correcta. Pero incluso las mejores explicaciones que se han ideado sobre cómo una maravilla que es el ojo humano, podría producirse mediante procesos naturales ciegos y sin guía, son, para decir lo menos, fantasías altamente especulativas y modelos muy simplificados basados en suposiciones sin base, y que muestran más imaginación que evidencia.

Aún no hay una explicación satisfactoria, aparte del diseño hecho por un Creador inteligente, para el milagro de ingeniería que llamamos ojo.

Nuestros ojos, los que constantemente empleamos para leer, observar y apreciar, son las ventanas hacia el mundo que Dios concibió para nuestra mente. Gracias a ellos, las imágenes de nuestra vida y las glorias de la creación divina continúan brillando para nuestro deleite y contemplación. Bien podemos elogiar a Dios por sus obras, como lo hizo el rey Salomón: “El oído que oye, el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho el Eterno” (Proverbios 20:12). Y el apóstol Juan afirmó: “Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1-3). [MM]