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Nuestras vidas se enriquecen con innovaciones aparentemente sencillas.
¿Qué podemos aprender de los inventos más comunes y cotidianos?
Hay una tendencia a entusiasmarnos con los grandes acontecimientos o innovaciones, especialmente aquellos que implican dispositivos modernos y complicados. Nos asombran los nuevos aviones, submarinos y cohetes que regresan solos a la Tierra. Nos maravillamos ante la creciente potencia de las computadoras. Muchos de estos avances son verdaderamente asombrosos, y sus inventores e ingenieros reciben merecidos elogios; pero la mayoría de estos inventos elaborados no afectan directamente nuestra vida cotidiana.
Sin embargo, nuestra vida se enriquece cada día con una gran cantidad de productos aparentemente simples, a menudo de diseño tan sencillo que no solemos pensar en la genialidad que hay detrás de ellos. Sin embargo, estas herramientas poco sofisticadas, suelen considerarse cosas pequeñas, pero terminan marcando una enorme diferencia en nuestra diaria rutina.
Pensemos que antes de 1940, pintar las paredes y los techos de una casa tenía que hacerse completamente con brocha. Era tal la mano de obra y la habilidad que requería que mucha gente no hacía el trabajo por sí misma, y prefería contratar a pintores profesionales. Hoy en día, muchos desconocen que, alrededor de 1940, un residente de Toronto marcó una gran diferencia con una innovación aparentemente sencilla. Aunque Norman Breakey murió en el olvido, su obra recibió atención más tarde. El vendedor de telas Tom Hamilton recordó una conversación que tuvo con Breakey en 1939, mientras investigaba un nuevo invento:
“Breakey era un caballero de pelo blanco y lleno de propósitos. Quería mi opinión sobre el mejor tipo de tela que ofreciera una pelusa dura y erizada. Le pregunté para qué propósito, y me dijo: ‘Para pintar con rodillo’. Me rasqué la cabeza ante eso, pero continuó resueltamente y me detalló algo con un mango en forma de ‘7’, que sujetaría un cilindro de cartón cubierto de tela. ‘Si mi teoría es correcta, esta cosa revolucionará la pintura en Canadá’, dijo” (El inventor de Pierson, Heritage Explorer, VantagePoints.ca).
Breakey produjo su nuevo producto a pequeña escala localmente, pero no produjo suficientes de estos nuevos rodillos de pintura para proteger su patente. Como resultado, otros fabricantes tomaron la idea y crearon sus propias versiones; el empleado de Sherwin-Williams, Richard Croxton Adams, pronto adquirió una patente estadounidense. Aunque el nombre de Breakey es poco conocido, su simple invención realmente revolucionó el proceso de pintar. Una pequeña cosa contribuyó enormemente a facilitar la vida de las personas (The Toronto Star, 28 de junio del 2022).
Pensemos en otro invento que utilizamos a diario, sin pensar nunca en el trabajo que se ha hecho para inventarlo, ni en la enorme diferencia que supone en la vida de personas de todo el mundo. Consideremos el zíper o cremallera.
Los cierres se utilizan de innumerables maneras: sujetan hojas de papel, sujetan tapas, mantienen la maquinaria correctamente ensamblada, y son partes vitales de nuestra vestimenta. Durante siglos, la gente ha buscado mejores formas de sujetar cosas.
Un inventor estadounidense llamado Elias Howe, quien desarrolló el primer modelo funcional de una máquina de coser de pespunte a principios del siglo 19, trabajó más tarde en diferentes formas de fabricar un cierre de tela que pudiera cerrarse y abrirse rápidamente. En 1851 desarrolló lo que llamó el “cierre automático y continuo de prendas de vestir”, pero nunca pudo crear un modelo fiable y funcional.
En 1893, un inventor de Chicago, Whitcomb Judson, profundizó en este diseño cuando inventó un dispositivo bastante complicado parecido a una cremallera al que llamó “cierre de broche”, que incluso se exhibió en la Feria Mundial de Chicago. Pero el dispositivo necesitaba mejoras, y uno de los socios comerciales de Judson fundó la Universal Fastener Company, para mejorar el dispositivo y venderlo bajo el nombre de “Judson C-curity Fastener”.
Esta tarea resultó complicada y difícil, por lo que la empresa contrató a Gideon Sundback, ingeniero eléctrico nacido en Suecia. Después de mucho trabajo, Sundback resolvió el problema de ingeniería e inventó lo que hoy conocemos como la cremallera moderna o zíper, originalmente llamada "cierre separable". Se emitió una patente en 1917, y Sundback también inventó una máquina para fabricar el cierre. El nombre “zíper” fue acuñado en 1924 por la B. F. Goodrich Company, después de aplicar el cierre a sus sandalias de hule (FashionHistoryMuseum.com, 6 de septiembre del 2022).
Sundback vendió los derechos internacionales de la invención a una empresa británica, que fundó una filial canadiense llamada The Lightning Zipper Company. Sundback fue su presidente hasta su muerte en 1954. Estableció su fábrica en St. Catherines, Ontario, y viajaba allí con frecuencia para supervisarla (IngeniumCanada.org, 30 de junio del 2017).
Muy pocos inventos en la historia de la humanidad han tenido un impacto tan grande en la vida cotidiana como la humilde cremallera o zíper. Se utiliza en todo tipo de prendas, maletas y tiendas de campaña, y tiene aplicaciones comerciales e industriales casi ilimitadas.
Ambos inventos son fáciles de pasar por alto o de dar por sentados, como si las cremalleras y los rodillos para pintar siempre hubieran sido parte de la vida. Sin embargo, su creación requirió imaginación, diseño y perseverancia a través de mucho ensayo y error. El resultado de ese trabajo duro y creativo son dos dispositivos cotidianos que ahora extrañaríamos enormemente si de repente dejaran de estar disponibles; dos aparentemente pequeñas cosas que hacen que la vida de casi todos sea más sencilla y mejor. Ayudan a que nuestra vida pase de ser laboriosa a algo más fácil, más placentera y más satisfactoria.
Lo mismo puede decirse de las muchas pequeñas cosas que cada uno de nosotros puede hacer para mejorar el día a otra persona. Una sonrisa reconfortante, una palabra o un saludo amable, una reacción educada o un acto de ayuda; todo ello contribuye a mejorar la calidad del día de otra persona y del nuestro. Esas acciones aparentemente pequeñas, como las que realizamos con amigos, colegas, jefes, clientes, desconocidos y, especialmente, con nuestra familia; contribuyen a la paz y la satisfacción de nosotros mismos y de los demás.
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos, amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3:12-15).
Tratar a los demás con cortesía, sonreír y mostrar amabilidad; pueden parecer gestos pequeños y, en cierto sentido, lo son. Pero también son acciones de gran impacto que pueden marcar una diferencia transformadora en un mundo donde la cortesía y la amabilidad están desapareciendo rápidamente. De hecho, marcan una diferencia mucho mayor que un rodillo de pintura o una cremallera a la hora de traer momentos de felicidad a la vida de una persona.
Como discípulos de Jesucristo, estamos llamados a ser embajadores, sus embajadores: “Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20). Por lo tanto, no descuidemos las oportunidades de brindar, aunque sea un momento o un estímulo a la vida de los demás. Las pequeñas cosas sí marcan la diferencia, y hacen que el mundo hoy sea un poco mejor, y mucho mejor mañana. [MM]