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Pregunta: Parece que hoy en día los juegos de azar están por todas partes. Casi no puedo encender la radio sin oír anuncios de las casas de apuestas. ¿Es aceptable bíblicamente el juego de azar?
Respuesta: La Escritura nos ordena: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17).
Es fácil ver cómo el juego cultiva la codicia. Cuando se juega, se está codiciando el dinero de su vecino. No lo está ganando ni ofreciendo bienes o servicios a cambio; simplemente lo quiere sin ofrecer nada a cambio. El apóstol Pablo equipara la codicia con la idolatría: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el Reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:5).
El juego socava el amor divino hacia el prójimo. El jugador se beneficia de lo que otros pierden. Esto implica un espíritu diferente del que encontramos en un juego o una carrera, en el cual el ganador puede recibir un premio, pero no se les quita nada a los que no ganaron. En el juego, las personas pierden dinero para que otros puedan ganar dinero.
Algunos podrían verse tentados a pensar que esto no se aplica a jugar en un casino, en una máquina tragamonedas, hacer una apuesta en un equipo deportivo, u otras formas de juego en las que uno gana a la casa. Pero, incluso en estos casos, las ganancias provienen de todos aquellos que han invertido dinero en el sistema.
Esto va en contra del gran mandamiento de Dios de amar al prójimo: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). Dios quiere que sintamos empatía por los demás: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15). El jugador ganador se regocija cuando los que no ganaron sienten ganas de llorar: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:4). Dios quiere que sigamos su ejemplo, y que vivamos una vida de dar a los demás. El juego, por el contrario, nos centra en tomar, no en dar.
El amor al dinero, y a lo que este puede comprar, tienta al jugador a valorar las cosas físicas por encima de las relaciones. Pablo explicó: “Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:9-10). Incluso puede hacernos perder la posesión más valiosa de todas: la vida eterna. Como dice Jesucristo en Marcos 10:23: “¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!”
El juego socava la ética del trabajo, como vemos a lo largo del libro de los Proverbios: “Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza” (Proverbios 21:5). En otras palabras: “Los planes bien pensados y el arduo trabajo llevan a la prosperidad, pero los atajos tomados a la carrera conducen a la pobreza” (Nueva Traducción Viviente).
También leemos: “El hombre de verdad tendrá muchas bendiciones; mas el que se apresura a enriquecerse no será sin culpa” (Proverbios 28:20). O, “La persona digna de confianza obtendrá gran recompensa, pero el que quiera enriquecerse de la noche a la mañana se meterá en problemas” (NTV).
Y nuevamente leemos: “Se apresura a ser rico el avaro, y no sabe que le ha de venir pobreza” (Proverbios 28:22). “El ambicioso trata de enriquecerse rápidamente, pero eso lo conduce a la pobreza” (Nueva Biblia Viva). El dinero ganado rápidamente tiende a desaparecer rápidamente.
El deseo de tener éxito financiero debe enmarcarse en una perspectiva adecuada; la Palabra de Dios enseña paciencia, diligencia y confianza en Él; como quien provee ese éxito: “La bendición del Eterno es la que enriquece, y no añade tristeza con ella” (Proverbios 10:22). Si aprendemos las lecciones de una vida piadosa, y esperamos que Dios provea para nuestros recursos, no habrá tristeza por lo que recibimos. [MM]