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¿Por qué permitió Dios la pandemia de la COVID-19? La profecía dice que se avecinan pestes; ¿será esta una de ellas? ¿Y por qué permite Dios que padezcamos guerras, hambre y enfermedades; al punto de enviarlas deliberadamente en ciertos casos? ¿Tiene algún sentido todo esto?
Las anteriores preguntas tienen sus respuestas, pero si hemos de comprenderlas, primero debemos captar dos verdades esenciales.
La primera es que Dios nos ama profundamente. Como se explica en Juan 3:16, Dios el Padre ama tanto a cada ser humano que entregó a su Hijo para que muriera por nosotros, a fin de poder dar vida eterna a quienes creen en Él. Pero debemos comprender que su don de vida eterna es condicional. Le invitamos a leer nuestro folleto titulado: Juan 3:16: Verdades ocultas del versículo de oro, donde hallará una explicación detallada de esta increíble promesa, y de la respuesta que Dios espera de nosotros. Como escribe el director general en la página 51: “El resultado natural de una vida de pecado es la muerte, pero este versículo nos da esperanzas más allá del sepulcro”. Nosotros no tenemos que morir para siempre, gracias al inmenso amor de Dios. Aunque no tenemos un alma inmortal como algo inherente, pese a la enseñanza contraria del cristianismo falso y de muchas religiones paganas, Dios sí desea darnos la vida eterna como un regalo.
La segunda verdad esencial es que Dios no cambia. Su propósito es constante. Esto es importante porque hay quienes piensan que “el Dios del Antiguo Testamento” es duro y vengativo; envía plagas, pestes y otros males, mientras que “el Dios del Nuevo Testamento” es bondadoso, lleno de amor y dispuesto a perdonar.
Estas caracterizaciones no solamente son falsas, sino que demuestran que se ignora un hecho muy importante: Juan 1:1 revela: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Quien se convirtió en Jesucristo, el Verbo o Vocero, coexistió desde toda la eternidad al lado de Aquel que se convertiría en el Padre. La Biblia revela que Dios el Padre creó el Universo por medio del Verbo, que se convertiría en Jesús. Como está escrito: Todo fue creado por medio de Él (Juan 1:3; Colosenses 1:16). Fue quien trató con Abraham (Juan 8:56-58). Durante las plagas de Egipto, en el éxodo a través del mar Rojo, y cuando se dictaron los diez mandamientos, el Verbo era el Dios del Antiguo Testamento que trataba con Israel (1 Corintios 10:1-4). La Biblia refiere que en un momento dado durante el éxodo, Moisés y los ancianos “vieron al Dios de Israel” (Éxodo 24:9-11), pero a quien veían no era Dios el Padre (Juan 1:18; 1 Juan 4:12). El “Dios de Israel” era Aquel que se convertiría en Jesucristo.
Por lo anterior, vemos que no se trata de un Dios vengativo del Antiguo Testamento y otro perdonador en el Nuevo, sino que Jesucristo ha estado representando a su Padre desde el principio. Por eso, lo que se dijo antes acerca de Dios se aplica igualmente a Jesucristo: Él no cambia. Como dice Hebreos 13:8, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Aclaradas estas verdades, podemos situar las plagas de la profecía dentro del contexto que les corresponde.
Consideremos: ¿Por qué sacó Jesucristo a Israel de Egipto? ¿Qué pretendía con eso?
Dios liberó a Israel de la esclavitud a causa de sus promesas pactadas con Abraham, Isaac, Jacob y José (Génesis 12:2; 48:11-22); pero también para que su pueblo pudiera servirle y adorarlo con rectitud (Éxodo 7:16; 8:1; 34:14). Dios prometió, incluso, que si le obedecían, no traería sobre ellos “ninguna enfermedad” de las que había enviado a los egipcios, “porque yo soy el Eterno tu sanador” (Éxodo 15:26).
Siglos más tarde, le dijo al rey Salomón: Si los israelitas se arrepienten y se convierten “de sus malos caminos... perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Años después, cuando Judá se vio ante un ejército enemigo muy superior, el rey Josafat temió la perspectiva de una guerra, convocó a un ayuno de arrepentimiento, y entró al atrio del templo para suplicar a Dios que los librara (2 Crónicas 20:1-12). La nación entera obedeció a Dios y Él escuchó y los salvó (vs. 13-15).
¿Qué espera Dios de nosotros? Desea que nos arrepintamos del pecado y la maldad. Desea que guardemos sus mandamientos para que podamos vivir sanos y felices, y recibir sus bendiciones (Salmos 112:1; Apocalipsis 22:14); y para que aprendamos a pensar como piensa Jesucristo (Filipenses 2:5). Entonces permaneceremos en su amor (Juan 15:10). “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). No cometamos nunca el error de pensar que Jesús, que no cambia, eliminó sus propias normas de moral y el día de culto que mandó guardar: el sábado, o séptimo día (Éxodo 20:8).
Los cristianos verdaderos agradecen a Dios por su gracia y misericordia, porque saben que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Romanos 3:23). Ruegan con fervor que Dios preserve al mundo de todo mal y sufrimiento y al mismo tiempo procuran ayudar a otros en sus momentos de necesidad (Deuteronomio 15:11; Lucas 14:12-14; Santiago 1:27). Pero los verdaderos cristianos también comprenden por qué Dios permite y a veces aun envía guerras, hambre y enfermedades. Dios no cambia. Nos ama profundamente. Y porque nos ama, desea vernos elegir la rectitud y la obediencia y acoger nuestro potencial como hijos en su Familia.
Este tema: El deseo de un Dios amoroso de ver a los seres humanos elegir la rectitud y convertirse del mal, está vigente y lo estará en el futuro profetizado.
El libro del Apocalipsis muestra a Jesucristo, el Cordero, desatando a los cuatro jinetes que representan la religión falsa, la guerra, el hambre y la enfermedad al final de la era actual (Apocalipsis 6:1-8). La cabalgata final de los cuatro jinetes alcanzará el clímax aterrador en los días anteriores al regreso de Jesucristo.
Ha habido pestes y otras catástrofes en la historia, pero las profetizadas serán mucho peores. El cuarto jinete, montado en un caballo pálido y enfermizo, se llama “Muerte” en Apocalipsis 6:8, y representa la serie de enfermedades y plagas que vendrán sobre la Tierra (ver Mateo 24:4-7). La cabalgata continuará hasta la gran tribulación ¡culminando con la muerte de la cuarta parte de la población mundial!
Lamentablemente, aun después de desatadas esas plagas junto con otras señales, entre ellas gran conmoción en los Cielos y la Tierra, muchos sobrevivientes persistirán en sus pecados (ver Apocalipsis 9:20-21; 16:9, 11). A los discípulos fieles y obedientes se les promete un lugar de refugio (Apocalipsis 12:12-14). Felizmente, Jesucristo regresará “y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2), antes que la humanidad alcance a destruirse a sí misma.
La comprensión de la profecía y las plagas previstas en la Biblia debe ir de la mano con un deseo sincero de arrepentirnos del pecado y obedecer a Dios. Por eso, los verdaderos discípulos oran con fervor por el regreso de Jesucristo (Mateo 6:10), y el día en que imponga la justicia y la paz en el mundo entero (Isaías 9:7; Miqueas 4:2-3). Hasta entonces, acudamos a Dios con diligencia para permanecer en su amor, ¡y para que seamos tenidos por dignos de escapar de las plagas proféticas que se avecinan! (Juan 15:10; Lucas 21:36). [MM]